Existe mucha gente que cree que el arte puede ser cualquier cosa. La literatura es arte. Luego, la literatura puede ser cualquier cosa. No obstante, en el arte tiene que haber cierta unidad en torno a lo que se valora y lo que se desprecia. Por ello, las interpretaciones salvo sean meros pareceres inservibles, no pueden ser tan distantes.
Existe, entonces, una nómina de factores que se debe evaluar en toda obra literaria sin ignorar que, incluso, esto incide en grandes subjetivismos.
Estos criterios serían la calidad del lenguaje empleado (ritmo, plasticidad, color, etc.); la destreza y dominio de las formas que se proponen respecto de lo que se conoce en cada circunstancia; la contundencia de las sensaciones e ideas expuestas en torno a imágenes y figuras logradas de alto vuelo; las experiencias descritas y el fenómeno que experimenta el lector ante este cóctel de elementos sensoriales e intelectuales que dan mérito, en términos generales, a cualquier tipo de obra. Todo lo demás es arbitrariedad, incertidumbre y capricho.
Sin embargo, incluso el crítico más avezado y lúcido puede cambiar de opinión respecto de su propia crítica porque nunca hay nada definitivo ni en la literatura ni en la vida, excepto el macrocosmos según Heisenberg.
En todo caso, Coelho, el autor más vendido del mundo, “dictaminó”, hace poco, que el Ulises de Joyce era poco menos que un fake literario, lo que no debería alarmar a nadie pese a que hubo grandes autores como Woolf y Shaw que tuvieron una perspectiva similarmente negativa sobre la obra del irlandés prodigioso.
A ellos se ha sumado el suertudo de Coelho quien ha dicho que el Ulises «es solo estilo» y que «no hay nada ahí».
La paradoja del caso es que ha acertado en lo primero, sin advertir, desde luego, que en Ulises tanto la fe en el lenguaje como el uso de todas las formas posibles hacen que ese estilismo sirva para todo aquel que escriba luego de la publicación de semejante acontecimiento poético, en tanto que las “anécdotas” de su rentable producción sirven para tan poco como la misma nada.
Todo esto no obsta para comparar a Joyce con autores tan desmesurados como Dostoievski en el que la realidad es solo grandezas y abismos, no las infinitas nimiedades de un cualquiera.
Quizás una obra perfecta debería poder combinar estas tendencias en una sola entidad imposible, formal y existencialmente inabarcable, pero deseable.
(Columna publicada en Diario UNO)