Pasar de un dictador a un presidente sin haber transformado, previamente a la sociedad, sólo conlleva una declaración “democrática” en las formas y ningún cambio a nivel de estructuras y fundamentos, acaso una minúscula apertura a la crítica y al debate, censurados del todo bajo la opresión de un régimen antidemocrático o silenciados bajo el soborno de un régimen más “conciliador”.
La transformación de la sociedad peruana será muy difícil en tanto se tolere y mantenga el arribo de cualquiera a la escena política, el encumbramiento del cinismo y las malas artes en la administración pública y, sobre todo, la estupidización planificada de las mayorías, véanse los realities, los programas de espectáculos; véanse casi todos los contenidos de la televisión, el cine o la música nacional. Si a esto agregamos que no existen personajes que la gente de bien pueda seguir o apoyar, en la actualidad, a fin de intentar un esfuerzo colectivo para beneficio de todos, la realidad se torna muy oscura.
Repárese hasta en la farsa que son algunos elementos de nuestros símbolos patrios, por ejemplo, la letra del Himno Nacional. Que cosa atroz es dedicarle algunas líneas al Dios de Jacob si en teoría somos un país laico, además, de que esa dedicatoria es una consagración de la desgracia, siempre y cuando atendamos a las persecuciones multiseculares a las que estuvo expuesto el pueblo hebreo, ahora, trágicamente convertido en verdugo de los palestinos.
Repárese en que ningún ejército del mundo se inspiraría ni siquiera para tomar el más mínimo de los baluartes con ese himno en los labios. Tal vez, solo sea un himno, una canción o una parte de nuestra “arqueología” que merezca cierto respeto, pero debería ser cuestionado y no impuesto verticalmente.
Es absurdo que una voluptuosa mujer cubierta solo por la bandera sobre un caballo se haya considerado, hace pocos años, un atentado contra los símbolos patrios cuando en verdad deberían proponerse muchas críticas a los mismos, aunque casi todos eviten formularlas, absortos en cuanta ridiculez les pasa por la mente.
Finalmente, el Perú es reacio a aceptar sus problemas, así los padezca en carne viva. El más grave es el encanallecimiento de la “ciudadanía”. Entiéndase que votar por los Fujimori o ser fujimorista no tiene ninguna justificación.
La independencia del Perú se dio, en teoría, hace casi 200 años, pero, ahora, deberemos luchar por ella, en la realidad.
No nos contentemos con las pantomimas “políticas” que brinda el gobierno.
Que cada uno elija según su naturaleza, nuestro futuro será la libertad o será la nada.