Hay un extraordinario valor diferencial en el Partido Cívico Obras respecto de otras organizaciones políticas que quieren participar formalmente en los procesos electorales. Pero ilusiones aparte, no todas esas organizaciones son originalmente partidos políticos tal como la teoría y la praxis democráticas definen y aconsejan.
Es más, aquellas proto-organizaciones políticas, por más buena voluntad que pongan sus promotores, no tienen un líder de masas, carecen de un fundador auténtico y tampoco exhiben un ideólogo con reconocida trayectoria en por lo menos la historia política del último medio siglo. El Partido Cívico Obras, por fortuna, no tiene esos problemas.
El punto es que los grandes procesos políticos, históricos y de Estado requieren de visión y misión claras, de filosofía, ideología y doctrina, así como exigen elaborar y ejecutar un plan máximo o mínimo, pero plan al fin sobre el Perú, pero esas cualidades no las tienen los advenedizos así hayan llegado a puestos de poder, como los Vizcarra, los Boluarte o los Acuña.
El Perú ya no está para “calichines”, como esos ex funcionarios de tercer nivel que hoy corren firmas y que se creen con las mejores credenciales para llegar a Palacio, incluso acumulando a cuestas denuncias tras su paso sinuoso por la administración del Estado. Ya decía Haya de la Torre, a Palacio llega cualquiera, comprándolo con dinero o conquistándolo con fusiles, pero lo más difícil es llegar a la conciencia del pueblo.
Ahora bien, más allá del legalismo, de la burocrática letra chiquita y la tramitología del registro, como bien lo sabe Fernando Miguel Rodríguez Patrón, funcionario que lo ha visto todo en sus más de 20 años que lleva en el Jurado Nacional de Elecciones, tras egresar de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y conoce mucho más no solo a través de su larga trayectoria al frente de la Dirección Nacional de Registro de Organizaciones Políticas (ROP), sino también porque es autor del libro “Partidos Políticos y Reforma Electoral. Perspectivas y propuestas frente a la realidad peruana”, donde precisamente pone de relieve la esencia, el valor y la primacía de la realidad que definen a una organización partidaria y su existencia.
Bajo ese contexto, Rodríguez Patrón resalta la importancia de los partidos políticos y una urgente e inteligente reforma electoral, pero elaborada frente a una realidad tan diversa como la peruana, “a efectos de contar con organizaciones políticas que se comporten como verdaderos canales de mediación de las demandas de la población y que estas se traduzcan en políticas públicas, una vez que sean elegidos sus representantes”, y recalca que los partidos tienen que establecerse como un referente para la ciudadanía.
Por tanto, su planteamiento lúcido busca encontrar “las razones por las que es necesario no solo reformar, sino establecer los aspectos centrales de aquello que se debe reformar, con el propósito de mejorar la calidad de los partidos y movimientos políticos, para generar de este modo condiciones óptimas para el establecimiento de reglas efectivas para la competencia entre ellos, y que estas reglas de juego incidan, positivamente, en la calidad de la democracia y, en consecuencia, posibiliten una mejor calidad de las autoridades electas, así como un escenario con condiciones de gobernabilidad para el desarrollo de una democracia con equilibrios”.
El tema es simple, pero a veces por muy sabido se olvida en la sociedad, sobre todo cuando debería ponerse de relieve que -más allá de los formalismos nacidos en sabihondos escritorios-, la academia caviar erró al presentar, mediante generosas consultorías, una serie de seudo modificaciones a la ley electoral, dizque para evitar que proliferen numerosos partidos, sin prever que el resultado sería opuesto al que esperaban. De modo que se fueron de bruces, pues si sus reformas buscaron reducir la enorme cantidad de organizaciones políticas, la foto final es que su número va a sobrepasar las tres decenas.
Sea como fuere, cualitativamente diferente a esa triste realidad del primer cuarto del siglo XXI, sucede que hoy vuelve, regresa, el Partido Cívico Obras, remozado pero con la misma coherencia que marcó la ruptura con la “casta política” mucho antes que el argentino Milei dijera “pío”, cuyo discurso gaucho parece nuevo para algunos cuando, salvando las distancias de espacio-tiempo, fue Ricardo Belmont quien se constituyó en el fenómeno político que -irónica o paradójicamente- prepararía el terreno en el cual apareció Alberto Fujimori. Es decir, “El Hermanón” inició el concepto “outsider”, derrotando en 1989 a los partidos mesocráticos del FREDEMO (Acción Popular, PPC y el Movimiento Libertad de Vargas Llosa), entre otros.
El hecho concreto hoy, entre el 2023 y lo que va del 2024, es que no se ha visto una experiencia más democrática, más transparente y más respetuosa de la ley que el paso de los espartanos llevando la buena nueva por costa, sierra y selva. Ellos han recorrido los distritos y las provincias de nuestra patria abrazando al hermano, comunicándole las 10 vigas maestras y recibiendo las firmas que la ley exige.
También los espartanos han activado los comités provinciales que la norma legal obliga, y lo han hecho con absoluta probidad a diferencia de otras organizaciones políticas perversas que chantajean al ciudadano y le faltan el respeto cuando le entregan bolsas de fideos o gaseosas heladas a cambio de una firma. Eso es horroroso, tramposo, y los ciudadanos no deberían caer tentados frente a esa clase de politiquería que solo llevará a la nación al despeñadero.
Empero, lo positivo es que, en armonía con la ley, más temprano que tarde el Partido Cívico Obras estará inscrito en el ROP, y su participación electoral, política e institucional será valiosa porque elevará la cultura política y el nivel del debate, sobre todo a través de su compromiso serio que busca la palingenesia nacional, auténticamente popular, liberal y republicana.
El sistema de partidos en el Perú necesita calidad y no cantidad.