Por Tino Santander Joo
El viejo pacto colonial entre curacas y encomenderos para enriquecerse robándole parte del quinto real a la corona española se transformó a través de la historia; otros fueron los personajes que siguieron el camino de la pendejada y corrupción. Las oligarquías criollas se enriquecieron y establecieron un dominio económico y social que tuvo como eje el racismo de los “peruvian whites”. Su objetivo no era convertirse en una burguesía industriosa, sino en una clase rentista movilizada por la ansiedad por el estatus nobiliario y consumista.
Son ellos los que se aliaron con los cholos o mestizos para imponer sus intereses a través de las dictaduras del militarismo ramplón y las pseudo democracias en la historia republicana. El Estado de derecho era y es una ficción y la ley un instrumento que utilizan a su antojo para imponer su hegemonía corrupta.
Las diversas tribus populares que viven en los cerros y desiertos, los millones de agricultores, el proletariado urbano que es dueño de sus instrumentos de trabajo, los millones de desnutridos, los millones de mujeres oprimidas por la violencia familiar, que sufren la pandemia del alcoholismo, el narcotráfico a menudeo, la inseguridad ciudadana. No se enfrentan a estas lacras con el “Compendio del manual de urbanidad y buenas maneras [1], tienen como mecanismo de defensa la pendejada, el achoramiento violento y, la corrupción. La inmensa mayoría no tiene otro camino.
Existe una minoría que: “vive en el mundo, sin ser parte de él”[2], es decir, muchos conviven con la corrupción sin ser parte de ella, sin embargo, saben que cualquier relación con el estado, se establece a través de la coima o prebenda. Esa minoría no es ajena a la corrupción y pendejada; se mantiene alejada de los problemas nacionales, porque no quiere mezclarse con el mundo asqueroso de la política, de los medios de comunicación tradicionales y menos saber de las relaciones corruptas entre los intereses públicos y privados.
El camino para salir de la pendejada y corrupción es: la revolución social. No se trata de una aventura colectivista, ni establecer la magia del mercado regulador. La revolución social empieza con el ser conscientes de que el Perú necesita una transformación radical. No hay medias tintas. El país requiere disciplina, que no es autoritarismo; sí queremos ser libre debemos ser responsables de nuestros actos; necesitamos reformar el estado; acabar con el espíritu tribal instalado en todo el territorio; renegociar los contratos leoninos como el de Camisea, para que el gas no sea una renta que sirve a la corrupción.
La minería formal e informal debe financiar la infraestructura agraria y social del país y para ello necesitamos un pacto político y social y no la demagogia de los podridos que aspiran al poder. Construir trenes, carreteras, represar y encausar los ríos que llegan a la costa, irrigar los desiertos costeros, ampliar la frontera agrícola en los andes, proteger el medio ambiente construyendo plantas de tratamiento en todo el país; agua y desagüe para diez millones de peruanos. Son el programa de la revolución social.
El poder judicial debe autoreformarse a través de decisiones autónomas del Tribunal Constitucional y la sala plena de la Corte Suprema u otros mecanismos jurídicos y evitar que dependa de una asamblea ignara y corrupta como el parlamento. La reforma política tiene que ser real y los partidos políticos convertirse en instrumentos de representación ciudadano y no en organizaciones mafiosas.
No hay otro camino para salir de la pendejada y la corrupción que una profunda revolución social hecha por la gente y no por los pendejos y corruptos de siempre que se presentan disfrazados de demócratas y honestos. ¡Viva la revolución social!
[1] Ver: Carreño, Manuel Antonio (1867) “Compendio del manual de urbanidad y buenas maneras” Paris. IMPRENTA DE GUYOT Y SCRIBE. Impasse des Filles- Dieu, 5.
https://books.googleusercontent.com/books/content
[2] Ver: el evangelio de San Juan: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”.