Por Raúl Villavicencio
En el Perú existió un rey sin corona que se paseaba por los barrios más picantes de la década de los ochenta y noventa sin que nadie ose afrentarlo siquiera con la mirada, aquel que con su solo cantar podía movilizar masas y hasta hacer llorar a los más ‘faites’ de cada barrio. Su voz, tan regular y estridente como la de cualquiera, tenía una particularidad, la de conectar con la gente, de sonar desde lo más profundo del alma y así exteriorizarse en los ojos de los más necesitados. Y es que cuando él cantaba los cerros bajaban.
Lorenzo Palacios, o “Papa Chacalón”, es hijo ilustre de La Victoria, hincha confeso del Alianza Lima y figura indiscutible de la cumbia peruana. Hijo de una familia humilde de los cerros del Agustino; pobre él, sabía ganarse el pan con el sudor de su frente desde muy pequeño, cantando y bailando en las calles de los cerros San Cosme y San Pedro, e incluso robándose algo de comida para llevarla a su boca. Su libreta electoral de tres cuerpos dice que nació un 26 de abril de 1950 y que su segundo apellido lo delata como un ser iluminado.
El empuje provinciano estaba hecho de finura, empeño y perseverancia en su atuendo sibarita que poco a poco se fue forjando como distintivo inconfundible, de cabellera larga y ondulada, anillo de oro en mano y zapatos brillantes, el rey disfrutaba de su popularidad paseándose en carros de último modelo, pero siempre cercano a esa multitud que lo elevó al estrellato.
Su sola presencia era autoridad en los conciertos y mandaba a detenerlos al ver algún conato de bronca. Y es que él conocía muy bien ese lado duro, crudo e insensible de la calle; de pasar hambre, frío, miedo e inseguridades que te imponía una bulliciosa ciudad de siete cabezas, rugiente de día y sigilosa de noche.
Su fallecimiento puede tratarse como uno de los eventos más simbólicos de la cultura peruana, pues aquel 24 de junio de 1994, Día del Campesino, aquel cantautor se despidió en multitud. Los reportes periodísticos estiman que aquella tarde en el cementerio El Ángel acudieron alrededor de 70 mil personas, las cuales, entre cantos y sollozos, acompañaron hasta su última morada al muchacho provinciano.
(Columna publicada en Diario UNO)