Pintar, fotear, escribir poemas entre clase y clase vía zoom, organizar una exposición, y además conducir en bicicleta (¡en Lima!) y sin perder jamás la sonrisa. Así es la vida de la artista Paola Denegri.
Sonrisas desangeladas, sonrisas frías como una carta de tu ex que empieza por, “Estimado”; y caras largas, eso es lo que más he encontrado entre pintores, y que decir de los escritores. Pero una sonrisa radiante, eso muy pocos artistas. Paola Denegri es alguien distinta, sonríe, sonríe cuando expone una muestra como cuándo pinta. Sonreír, crear y seguir sonriendo, he ahí el misterio. “Me hace ser feliz ser artista, aunque no se hable tanto de mi trabajo como me gustaría”. Todavía.
Muchas veces se cuestiona del arte cuando se la percibe como solo bonito. Bonito e interesante. Pero la obra de Paola es bonita e interpelante. Hay algo ahí que reconforta (el bienestar que produce la belleza) y luego está ese extraño rompecabezas de la interpretación que se ofrece, una insinuación, un significado escondido en los pliegues rugosos del papel japonés. Este es un breve perfil a la carrera de artista plástica de Paola, su servicio con alegría en el arte, y cómo a pesar de todo continúa con la misma o mejor actitud con la que empezó a los 20 años.
Como toda historia de un artista, está también empieza con un rotundo NO de la mamá ante la vocación adolescente de su hija. “Te morirás de hambre. Además la primera de la clase no puede ir a Arte. Sería un desperdicio” recuerda Paola lo que le respondió su mamá cuando le manifestó su deseo de ser pintora apenas acabó el colegio. Como toda conversación sobre el destino de los hijos con los padres, esa también fue una charla breve. No quedó más remedio que estudiar psicología.
Poco después y al son de los coches bombas, apagones e hiperinflación, Paola migraría como otros cien mil peruanos al extranjero. De limpiar casas como ilegal en Londres, trabajando 16 horas al día, pero con felicidad, oyendo a Sting y robando el tiempo suficiente para tomar clases de serigrafía. Como todo inmigrante joven de 20 años, exploraría nuevos rumbos, esta vez viajaría a Boston, trabajando como una dependienta en una tienda donde no entraba nadie. La primera de su clase se empecinaría en estudiar con aplomo su Oxford Dictionary todos los días mientras leía libros de fotografía y soñaba con hacer retratos como Irving Penn.
Cuando la situación empezó a calmarse en Perú, Paola regresaría con intención de meterse por algún resquicio del arte. Empezó en la fotografía, en el blanco y negro para ser más preciso. De unas breves prácticas de foto callejera en la Lima caótica de 1990, en la cual duró muy poco pues como menciona ella “mi aspecto llamaba a qué me roben”, paso al foto retrato. Sabía que por ahí podía hacer lo que le gustaba y hacer dinero. “A los 20 años uno cree que puede hacerlo todo”. Y ella se salió con la suya.
Cuando Lima era arrasada por hordas de combis, una primera exposición del trabajo de Denegri atrajo la mirada de un entonces aún no muy viejo Luis Lama. Un año después Paola expondría en el Miró Quesada Garland, su carrera como fotógrafa en exposiciones comenzaba a despegar. Lamentablemente a Lama dejaría de gustarle su trabajo por haberse vuelto su fotografía “comercial”. En fin, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Con esto quisiera decir que artista que no come, no crea, y lograr ser comercial en años de economía en recuperación es un mérito y no un estigma curatorial.
Los mediados de los 90s llegaban con la crisis de la toma de rehenes de la embajada de Japón, la recesión del 98 y el auge en plena crisis de una corriente nueva de artistas y cineastas. Paola entonces ya era mamá de dos varones, su fotografía alcanzaba cotos de paisajística poética, un clima de nostalgia donde las sombras se volvían piezas protagónicas y reinventaban la realidad. “En la fotografía hay que captar el momento, ser uno con la cámara. ¿Qué sería de la luz sin las sombras?”. En una Punta Hermosa desangelada un niño solo ante una mesa, globos y un pastel. Las sombras de los globos reconfiguran toda la escena, las sombras de los globos parecen más reales que los mismos globos. Una foto preciosa pero también el retrato de nuestros felices y no felices años 90s: un cumpleaños a solas. Ahí está reflejado el espíritu de la Generación X.
Hacia 2005 otra vez el viaje, nuevos cielos, y esta vez el color. “Yo empecé a pintar en Canadá. Aquí aprendí de colores, de la mejor manera sobre los cambios de los colores, a través de los cambios de las estaciones. Cuando llegué a Canadá mi percepción cambió y fui mutando a la técnica mixta. Usaba fotos y óleos. Encontré en la pintura una libertad que no la encontraba en la cámara. Y luego encontré el papel japonés que tiene muchos grosores y colores maravillosos, y que cuando los mezclas en capas te dan otros colores. Siento que con la cámara estás en el momento. Pero para ir más hacia adentro me gusta más la pintura».
Algunos años más tarde, y después de exposiciones en EE.UU. y Canadá, Paola regresaría al Perú. Mientras continúa con su trabajo también se da a la docencia, y a veces entre bocetos de naturalezas muertas escribe haikús y alguno que otro poema. Sobre su escritura hay algo más que no está en sus pinturas y fotos, una rara sensación del proceso (no el resultado) de su fragmentación.
Murmura
Inevitable
Su
Suda hasta Locura
Olor rancio
Observa desde su ventana
Azul, acero
Verde
Un pájaro
Mil pájaros
Paola trabaja casi todos los días en su estudio. “Cuánto más trabajo más inspiración encuentro, porque al crear eres uno con el pincel. Y eres con la cámara una sola cosa”. Ahora ella va por otro camino, dibuja y cose sobre papel, armando rompecabezas de cariátides. “Creo que trato de recomponer lo que he roto. Así como Nietzsche decía, el hombre es un ser fragmentado y por eso es incompleto. Me encanta esto de recoger mis fragmentos y ser un ser menos fragmentado. El arte permite adentrarme en mi ser y descubrir cosas sobre mí y que se dan en el papel. Cuando encuentro la disposición de las formas, ahí encuentro algo sublime. No lo sabría explicar, pero ahí en la pieza lo veo con claridad, pero tú no necesariamente, puedes ver otra cosa o nada. Es que yo me esfuerzo mucho para que el otro no me comprenda”.
Su fotografía y su pintura reflejan esa búsqueda de sí misma, que no es otra cosa que una reafirmación de una actitud: Paola ante la amargura o la tristeza elige ser feliz. Y eso es precisamente el arte de vivir.