La palabra tiene un gran poder energético y puede mover conciencias. Un par de frases motivadoras y bienhechoras incluso pueden forjar sueños y sublimar vidas. Sin embargo, si estas son lanzadas como dardos, también pueden trabar proyectos y sentenciar destinos. Así de influyente es la palabra, determinante y decisiva.
Sin embargo, la cualidad moral que le da dimensión a la ‘palabra’ es el honor. Una persona sin honor es como un ente inerte que apenas supervive para vegetar. Los individuos están destinados a escoger qué camino optan a seguir. Si, el de la virtud, o el de la deshonra. Desafortunadamente, el efecto geopolítico de la globalización no ha sido—digamos—el más deseable. Porque ha instaurado modelos sociales, inmediatistas, homogéneos y tan superficiales que le rinden tributo a la crematística como componente indispensable para conseguir la felicidad, y generalmente está asociada a la prosperidad.
Actualmente, la autorrealización, consiste en obtener “resultados” visibles ante los demás. En la categoría económica, siempre será apreciable poseer patrimonios, activos fijos, acciones, empresas y negocios prósperos. Factores preponderantes para lograr a acceder a la categoría social, como membresías a clubes exclusivos, cofradías y/o fraternidades sociales, y elites cerradas. En todo caso, la categoría política se ha convertido en la más importante, porque al obtenerla a través de puestos claves en el aparato público, el circulo de logros personales habría llegado a su cúspide. Es decir, la vida se hace más fácil y auspiciosa para un concejal, alcalde, prefecto, director regional, gobernador, ministro, congresista—y qué decir—para un presidente.
Todo lo anteriormente descrito es entendible y cada quien puede forjar su destino de acuerdo a sus necesidades e intereses. Sin embargo, ¿dónde quedan la dimensión espiritual y la búsqueda del conocimiento? ¿Qué pasó con el propósito de brindarle a la sociedad lo que uno aprendió? Todas estas interrogantes, desafortunadamente se habrían vertido por el inodoro. Y para el actual ciudadano posmoderno que anda ensimismado en su individualismo, le es indiferente practicar “civitas”, y mucho menos cuestiona y fiscaliza a sus autoridades.
Así las cosas, en nuestro país nos damos el lujo de tolerar a políticos indignos, inmorales y embusteros, como es el caso de la jefa de Estado chalhuanquina. Una innombrable que miente grosera y sistemáticamente, sencillamente porque no tiene honor… sencillamente porque su palabra carece de todo valor.