Opinión

País ultra

Lee la columna de Márlet Ríos

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Por Márlet Ríos

A los estudiantes de San Marcos les han roto la cabeza y asaltado en la Ciudad Universitaria, mientras medio país sigue obnubilado por el fútbol y las cuitas de la selección peruana. La rectora de San Marcos está tan cuestionada como los congresistas, pero no se da por aludida. Es la Dama de Hierro de Perusalén. Su hegemonía es indiscutible.

De un tiempo a esta parte, los sectores hegemónicos de nuestro país están convencidos de que la democracia no tiene nada que ver con la tolerancia y el respeto a la disidencia. La intransigencia y la mano dura son, por el contrario, bien vistas y reivindicadas. No interesa el respeto al que piensa distinto. Como si se tratara de un régimen totalitario, ellos buscan neutralizar la disidencia, a toda costa. Irónicamente, los que apoyan el statu quo se desgañitaban clamando al cielo durante el último proceso electoral general: “No queremos ser como Venezuela”.

En la antigua Unión Soviética y sus satélites se perseguía con saña a los disidentes. En la Cuba castrista pasó lo mismo. Hoy sigue ocurriendo lo mismo en la China comunista. Anarquistas, trotskistas, anarcosindicalistas, etc., fueron prácticamente eliminados y muchos fueron exiliados. Allen Ginsberg fue expulsado de Cuba en 1965 por contrarrevolucionario y decadente. El poeta era homosexual, de izquierda y simpatizante de los sindicalistas de la IWW (Industrial Workers of the World).

Los sectores hegemónicos se valen del clientelismo (y de la cooptación) para neutralizar a sus opositores y acallar el cuestionamiento.  A ellos, convenientemente, les gusta ver la paja en el ojo ajeno. Es la historia contemporánea de nuestro país. En los 90, todo opositor del régimen fujimorista era etiquetado como comunista y “terruco”. Los apristas usaron la misma “estrategia”. Hoy en día, continúan el macartismo y la intolerancia.  ¿El Perú se volverá como la antigua URSS y la Cuba castrista?

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