Opinión

Padres literarios

Lee la columna de Julio Barco

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El padre del genial escritor Kafka se burlaba de sus sueños de ser escritor. Pensaba que debía abandonarlos y dedicarse a un trabajo más concreto. El joven autor, que sería mundialmente conocido, escribió «Carta al padre» donde se leen pasajes como «Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo.» El padre de Bukowski lo golpeaba de niño, tanto a él como a su madre, y cierta vez —cuando encontró sus primeros escritos— arrojó sus libros y su ropa y le dijo que se vaya de casa.

El padre de Vargas Llosa pensaba que si su hijo se dedicaba a la literatura se volvería un maricón. Por petición del futuro autor de “Conversación en La Catedral”, lo matriculó en el colegio militar Leoncio Prado, pensando que así mataba la vocación artística del muchacho: sin embargo, fueron estas experiencias escolares las que fortalecieron la vocación del futuro Nobel.  El padre de José María Arguedas lo dejó solo viviendo con los empleados de la casa de su madrastra; en una de sus conferencias, el autor de “El Sexto” aseguró que «él era hechura de su madrasta», víctima de un largo maltrato que moldeó su carácter y afectó su autoestima.

El padre de Neruda fue maquinista ferroviario y no quería, ni en broma, que su hijo sea poeta. Así, tuvo que cambiarse para que despistar a su padre. El padre del poeta ruso Esenin, como él mismo contaba en sus famosos versos, jamás supo que su hijo fue uno de los más representativos poetas rusos del siglo XX.

El padre de Verlaine era un militar que se burlaba de la sensibilidad de su hijo, uno de los más iconoclastas poetas de fines del siglo XIX. El padre del poeta Hinostroza era un poeta que afirmaba la vigencia de la inspiración y se la aconsejaba a su hijo. El padre del irlandés Joyce, renovador de la literatura moderna, bebía, era elocuente y vivía a salto de mata. Hay poco escrito sobre la reacción del padre de María Emilia Cornejo, Alejandra Pizarnik, Virginia Wolf, o Sylvia Plath ante sus suicidios ejemplares. Vallejo dijo que su padre era el punto de unión entre silencio y el hogar con la bulla.  Jorge Pimentel le dedicó un poema en Ave Soul. Martín Adán ninguno.

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