Las películas ‘normales’, quiero decir con esto reaccionarias, conservadoras —la mayoría, para no decir casi todas— son aquellas donde el mundo, o la vida (un filósofo, Husserl, uniría estas dos palabras en la expresión ‘el mundo de la vida’) es básicamente un problema resuelto. Así que solo hay que poner en escena, ilustrar lo que ya identificamos como la todopoderosa fórmula explicativa. Cual receta de cocina se procede a verter la verdad reductora y tranquilizadora (quiero decir la verdad del poder, que no quiere respuestas difíciles sino cuerpos y mentes dóciles) sobre el molde-película.
¡Vaya! ¡Qué afortunados! Ya sabemos cómo son las cosas. No hay misterios. Pero resulta claro para cualquiera que piense que el mundo no es así (lo que llamamos mundo, como si supiéramos bien qué cosa es). Y también resulta claro que la mentira descarada es el pan envenenado de cada día (impuesto a fuerza de regurgitación ininterrumpida) en la publicidad, en los medios, en nuestras vidas… Y en el cine…
Es necesario aclarar ‘que no hay mundo’ y que, por eso, para que lo haya, tenemos que construir (‘fundar’) relatos, películas. El asunto es quién, desde dónde, cómo y para qué lo hace. Lo que salva a la humanidad, y al cine, son quienes se resisten al pensamiento o a la falta de pensamiento dominantes. Son los creadores, autores. Autor viene de auctor, el que aumenta. Son quienes descubren nuevas posibilidades de ser y de percibir y por lo tanto de VIVIR.
Al ver Pacifiction (2022) de Albert Serra, el descolocamiento, la incomodidad, la diversión, la fascinación, la irritación, todo junto, está en la pregunta: ¿qué está pasando? El misterio es… que no sabes bien cuál es el misterio (por cierto, esa sería la definición circular de misterio). Cual dios está en todas partes sin que pueda atraparse por ninguna… ¿De dónde asirse? ¿De la belleza de la imagen? ¿De Polinesia, el neocolonialismo, la intriga política, el asunto nuclear, desvelados a medias como para que uno siempre se quede en el aire? La esencia: una sensación de lo extraño y hasta de lo siniestro que emparenta a Pacifiction con el cine de David Lynch. Autores que nos enseñan, estremeciéndonos, que lo más plano e insignificante de lo cotidiano es siempre una puerta entreabierta a lo desconocido.