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Pachi Valle Riestra: danzar del otro lado del escenario

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Bailarina y coreógrafa Pachi Valle Riestra (Foto: Perú21)

A pesar de estar alejada de los escenarios debido a una lesión en sus rodillas, el fuego y la pasión por la danza se mantienen intactos. Pachi Valle Riestra sonríe y recuerda su larga temporada como jurado de concursos de baile en la televisión, su primera compañía, los viajes por el mundo y los escenarios en los que derrochó talento y energía. El arte es entonces como el fuego de Prometeo: una llama infinita, llena de sabiduría, que no se apaga nunca.

Los primeros años de su vida, Pachi los pasó en varios lugares del continente debido al trabajo de su padre, un ingeniero agrónomo amante de las letras y que esperaba que ella, su segunda hija, fuera escritora, razón por la que Pachi fue, antes que bailarina, una gran lectora. Pero su historia es también un paseo por distintas geografías: nació en Estados Unidos pero la trajeron a Lima a los seis meses de edad. A los siete años se mudó con sus padres a Bogotá, Colombia, y regresó al Perú cuando cumplió catorce. Al terminar el colegio en Lima se fue a estudiar danza moderna a Nueva York durante ocho largos años, para regresar en 1995 y aplicar, por culpa de destino y el azar, todo lo que había estudiado con esa pasión que desborda cuando habla del baile y la danza.

Su gusto por esta expresión artística nació de la admiración que sentía –y aún siente- por su hermana mayor, también bailarina -que este 2014 ha anunciado su retiro-. El colegio fue entonces el lugar donde empezó todo: ella (mi hermana) bailaba siempre, entonces yo siempre la quería imitar, mi interés por bailar nace de muy chiquitita; me inscriben a clases de baile a los siete años, cuando estaba en Colombia, primero como creatividad corporal, e inmediatamente después al jazz y luego al ballet, desde los siete años puedo decir que bailo rigurosamente.

Dicen que el destino de cada uno está trazado en algún lugar del universo, y debe ser cierto. La formación de Pachi empezó realmente con el Jazz, que practicó durante algunos pocos años para luego entrar a una etapa de puro e intenso ballet clásico que, aunque no le gustaba mucho, también cultivó con éxito. La escuela de danza de Bogotá era la primera en su tipo en tierras caribeñas, su nombre era “El Estadio” y fue fundada por el colombiano Rafael Sarmiento y por la rumana Irina Brecher, quien años después sería la coreógrafa de los bailarines de Michael Jackson.

La danza moderna permite una libertad de expresión corporal mucho mayor que el ballet clásico. (Foto: escuela de danza «El Estadio» en Bogotá).

A pesar de lo aburrido que le resultó el ballet al inicio (en comparación con el jazz, que  gustaba más), tuvo una etapa en que decidió ser bailarina clásica; al regresar a Perú a los catorce, entró a formar parte del ballet municipal durante dos años, pero cuando conoció la danza moderna decidió que era ese su destino. La danza moderna, nos explica, es toda esta corriente de lo más versátil, que después se le llama danza contemporánea, pero la “madre” es la danza moderna,  y esta me cambió la vida; el uso del tronco, mucho más terrenal, esa sensación en el cuerpo, como un proceso de creación, me parece más interesante, y a pesar de ser muy de niña ya reconocía esas diferencias porque hacía las obras desde cero; en cambio en el ballet clásico por lo general eran obras de repertorio, ya están hechos, uno se tenía que aprender los pasos, uno no se sentía parte de la creación.

Tal vez el ritmo, ese “asunto frenético” tenga que ver con la infancia en Bogotá y Cali. Colombia es un país salsero y de cumbia y vallenatos, pero en aquellos años Bogotá mantenía un carácter más “formal”, más de sierra, y no cultivaba mucho lo “caribeño”. Pachi se define, en cuanto a gustos musicales, como ecléctica: algo interesante de la danza moderna y contemporánea es que la música que la acompaña puede ser cualquiera; el ballet clásico se asocia con tal o cual tipo de música, pero en la danza moderna y contemporánea se puede usar absolutamente todo, puedes hacer música más experimental, como en los ochenta todo el mundo lo hacía, de pronto puedes usar tambores africanos, puedes usar un bolero, puedes usar cero música: el silencio también tiene su magia. La danza contemporánea realmente es un abanico  de posibilidades.

Y es que dentro de las múltiples posibilidades de la danza está también la improvisación, y Pachi tiene claro que incluso el impro requiere de una disciplina férrea y de coordinación, pues no se trata de pararse frente al público y hacer lo primero que se te ocurra, hay que estar en un estado de alerta constante, seguir una serie de pautas; las improvisaciones sin reglas pueden ser terapéuticas, pero se consideran propuestas de investigación (o artísticas), en cuanto a escenas son pocas las veces que uno puede subir a improvisar, si se hace, igual responde a una estructura tan clara que de repente son solo ciertos movimientos los que se improvisan. La danza no siempre nos cuenta historias, busca más bien el estímulo en quien la observa, busca generar una emoción, una pregunta, de hecho todo lo que sucede en el escenario tiene que generarle algo al público, aunque no necesariamente es como un cuento, la danza no tiene por qué ser narrativa.

La vida de Pachi Valle Riestra ha estado siempre ligada, desde muy pequeña, a los escenarios. Regresando de Colombia ingresa al ballet municipal y luego conoce a Lily Zeni, quien junto con Oscar Natters formaron un grupo que luego se llamó “Íntegro”. Pachi era la menor de todas las bailarinas y eso le dio la oportunidad de aprehender la gran experiencia de sus demás compañeras y compañeros de danza; ser pequeña y participar con profesionales experimentados le brindó esa solvencia que la acompaña hasta hoy. Y contra lo que uno pueda pensar, sus padres no estaban muy contentos con la danza: Mis padres me apoyaron, pero no es que a ellos les interesara la danza, mi mamá durante mucho tiempo -sobre todo cuando hacia ballet clásico-, me compraba unos libros terroríficos de historias de bailarinas, anoréxicas, drogadictas, lo que ella quería era que no hiciera ballet, porque pensaba que el mundo del ballet no me hacía bien; si bien mis padres han apoyado y respetado lo que mi hermana y yo hemos deseado hacer, no es que ellos hayan estado muy felices que digamos.

Y aunque no les gustara del todo, apoyaron estimulando la disciplina que se necesita para tan difícil arte, y es esta disciplina la que finalmente terminó forjando su carácter. Cuando sucedió el problema con sus rodillas, que terminó en una operación que la postró durante siete meses en cama, la disciplina estaba tan instalada en ella que se despertaba a las siete de la mañana y realizaba ejercicios básicos para no perder motricidad. Luego iniciaba su rutina de escritura (está preparando un guion para dirigir a fin de año), y después vuelve a los ejercicios. Debe ser muy difícil para alguien que toda su vida a danzado, de pronto encontrarse con que no puede hacerlo. La exigencia drástica es la que se encargó de desgastar sus articulaciones, y sin embargo, superado el shock inicial, ahora prepara nuevas facetas, siempre vinculadas a lo suyo.

Disciplina. Ensayo y error. Ensayo y experiencia. Pachi recuerda que los primeros años de estudios en Nueva York fueron también los años del descubrimiento de la vida y el amor, años intensos de aprendizaje. Los entrenamientos era duros, como en la serie “Fama”, aquella de los años ochenta que contaba la vida y tragedias de unos estudiantes de danza en un bachillerato en el New York High School Performance Art. La universidad donde estudió Pachi era estatal (la SUNY), y muchos de los alumnos que ahí ingresaban provenían de ese bachillerato neoyorkino. La graduación era también resultado de esa disciplina: había que ensayar hasta el desmayo para poder egresar de la universidad, y aunque Pachi no recuerda que alguien pusiera tachuelas en los zapatos de nadie, sí tiene presente el tiempo que tuvo que dedicarle a su presentación, pues para graduarse tenía que bailar en el taller de un bailarín reconocido, montar una pieza y crear, eso era lo emocionante: esa era “tu noche”.

La pieza que escogió fue una de José Limón, llamada “La Palinche”. Limón fue un coreógrafo que nació en México y creció en Estados Unidos, y es considerado una de las personalidades más importantes en el mundo de la danza moderna. Una maestra que la quería mucho y que además había bailado en la compañía de Limón –Sara Staham-, le propuso que bailara esa pieza, y como era parte de la compañía de Limón, ella le enseñó lo que necesitaba. Fue una época maravillosa, recuerda Pachi, el miedo que se siente cuando uno se va a graduar, el pánico, pues a ella la educaron para ingresar a una gran compañía de baile, cosa que nunca hizo; yo bailé cuatro años más con coreógrafos independientes, pero ese sueño de irse a la gran compañía que hace tours por todo el mundo, no me emocionaba tanto. Entrara o no a una gran compañía, para mí la vida seguía siendo maravillosa, me gustaba mucho crear, yo tenía ganas de hacer mis propios trabajos, me junté con tres coreógrafas más cuando me gradué y tuvimos un grupo que se llamó Birlibirloque, y obtuvimos buena crítica de parte de los medios especializados.

Escena clásica de «Fama», una de las series más famosas de la década del 80. (Foto: Programa de Educación Artística)

Esta época duró un buen tiempo y, sin embargo, ocurrió algo que Pachi cuenta con cierta desazón: una pena de amor hizo que regresara sin pensarlo, al Perú, abandonando todo. Durante el último tiempo en Nueva York, Pachi se había enamorado de un muchacho, pero esa relación, que empezó con la ilusión de todas las historias, cayó en un marasmo de dependencias que fueron mellando el amor de ambos. La relación se tornó terrible y no se decidían a cortar por lo sano. Un día, Pachi sintió que necesitaba un respiro urgente, un poco de aire fresco, algo que cambiara el panorama sombrío en el que estaba. Y entonces recordó al Perú y, aunque tenía pocos vínculos con esta tierra (si bien sus padres vivían en Lima, su hermana estaba en el extranjero, y el poco tiempo que había pasado en Lima no había bastado para establecer los lazos necesarios para quedarse), pensó que era el lugar indicado para tomarse el respiro necesario y luego retornar. Nunca más regresó. No había terminado de desempacar sus maletas y ya la estaba llamando July Natters, invitándola a participar en una obra suya, “La calle”, donde Carlos Alcántara era el protagonista. Al poco tiempo, Rosanna Peñaloza y Milena Carbone le proponen crear la escuela Pata de Cabra y de pronto empezaron las ofertas maravillosas, las oportunidades de hacer cosas, la vida nueva como agua fresca y de pronto se abrieron miles de posibilidades y se fue quedando y quedando y dejó todo en Nueva York, incluyendo el rencor que provocó en sus amigas de Birlibirloque por irse sin siquiera decir a dónde ni cuándo retornaría (el grupo se separó al poco tiempo y cada una de ellas se dedicó a seguir sus propios caminos).

La experiencia con Pata de Cabra fue algo que siempre estuvo anhelando. Hoy, a la distancia, Pachi mira por la ventana de su departamento y dice que es algo que quisiera volver a tener. Un proyecto directo, propio, que además es un proyecto de formación interesante para las nuevas generaciones. Recuerda que mucha de la gente que ahora está trabajando danzando o realizando coreografías, salieron de Pata de Cabra, éramos unas pésimas administradores, éramos tres artistas queriendo danzar y enseñar a bailar, no teníamos ni idea de lo que era administrar algo así, nos cuenta, y entonces menciona la palabra clave: experiencia.

La danza, como la vida misma, sigue sus propios caminos, tiene sus propios ritmos y tensiones, su propia dinámica, sus alegrías y tristezas. Dedicada ahora a la docencia universitaria y a la escritura de sus propios guiones, Pachi se despide contando que espera estrenar su primera obra escrita por ella a fin de año. Los proyectos siguen naciendo, y aunque ya no puede bailar, la dirección es algo que también la seduce. Ahora entonces, desde el otro lado del escenario, se prepara para un nuevo reto. Y sigue sonriendo.

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