Opinión

Pa’ bravo yo

Lee la columna de Julio Barco

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De la mancha de los poetas de Hora Zero, Eloy Jáuregui y Ángel Garrido fueron los más chibolos. A Eloy lo conocieron dejando sus revistas en el puesto de su viejo. El famoso librero de la Casona de San Marcos, en la av. Abancay, que pudo mudarse con la venta de Cien Años de Soledad.

     Nació con tinta en las venas. Su poesía la dejó en sus crónicas, como ardientes retratos de la sociedad peruana. Sin ir muy lejos, lean la que hizo del Zambo Cavero. Uf. Genial. Jáuregui entiende, como Fuguet, que el periodismo (como la prostitución) se aprende en la calle. Sigue y asimila las técnicas de Talese, Capote y Wolfe. Sin calco ni copia, con jerga fresquita. Como Valdelomar, eligió desmitificar con barrio y clase. Hay que vivir de la palabra, para la palabra y morir por la palabra, afirma su evangelio. En sus textos, la jerga fina baila como salsa brava de Héctor Lavoe. Y, sin embargo, fue profesor universitario, editor de revistas, erudito en su chamba.

      El libro de los amigos (2024) (homenaje a Eloy Jáuregui), editado por Edwin Sarmiento y Fernando Obregón, es un acierto a nivel de introducirnos al ritmo jáureguiriano. ¿Se imaginan ir a un bar a escuchar las mejores anécdotas sobre el maestro?  Este libro es un poco eso. Pero no la perorata de cualquier borrachín, sino la de ilustres figuras como Óscar Queirolo, Umberto Jara, Mario Vallejo, Enrique Sánchez, o Jorge Pimentel.

     Vine a temblar frente a dos cervezas—canta Pimentel—. Vine al poema y sus argumentos sin huevadas.

     Era un bebedor con cultura, afirma Jara. Un poeta quisquilloso que buscaba su lugar en el mundo. Los bares permitían el encuentro:

     Lo que pasa es que soy escandaloso —le responde a Maritza Espinoza—. Siempre me hago notar por tonterías, pero, en el fondo, soy ordenado, me levanto temprano, escribo como un loco, leo. Ahora vivo solo y hago lo que me da la gana: leer, ver películas y escuchar mucha música. Ya a mis amigos casi no los veo, ni los extraño tampoco.

     Salud por eso, Eloy.

(Columna publicada en Diario UNO)

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