Spinoza decía que no sabemos lo que puede el cuerpo y Dwoskin le respondería que él sí sabe todo lo que no puede el suyo. Y lo diría riéndose. Sin amargura. Dwoskin no se dedica a burlarse de sí mismo (y menos a lamentarse) sino a mostrar una franca y contagiosa alegría por el hecho grandioso de estar vivo. Su capacidad de goce no tuvo polio ni está paralítica; él es un hombre que goza de la vida sin vacilaciones.
La crítica clara o sutil a los demás está también presente. La reflexión sobre su cuerpo desplazándose lento y pesado y trabajosamente produce gracia, ironía, suspenso, crítica social, ritmo, poesía. Su mente rápida y su cuerpo lento hacen la película. Hay escenas que se quedan en la memoria.
Dwoskin sostenido a duras penas por unas bailarinas; Dwoskin y el mismo plano con leves variaciones de la entrada de la chica que limpia su apartamento hasta el hermoso y sorprendente momento en que ella empieza a tener una relación más íntima con él. Pero, por sobre todo, está la mayor potencia de todas: la creativa.
Dwoskin es capaz de hacer películas, ¡y qué películas!, de expresarse, de dar forma significativa a sus recuerdos, de ponerlos en imagen, de hacer esa escultura hecha con nuestros sueños y deseos que es una película. Esta película es un himno vigoroso a la salud del alma de un individuo indudablemente valiente, y una celebración, sin negar las dificultades, de respirar llenándose los pulmones y de bendecir con elegancia e inteligencia artística su paso por la Tierra.
Segunda película del Ciclo “El cine que solo verás aquí (Vol. VI)”.