Hoy se celebra la navidad en casi todos los rincones del planeta, y cabe mencionar que se inicio como una fiesta religiosa, en honor al nacimiento de Jesús. Y aunque en la Biblia no se registra la verdadera fecha del nacimiento, los orígenes de esta fiesta, señalan el 25 de diciembre como tal, pues según las costumbres de los pueblos de la antigüedad, se celebraba durante el solsticio del invierno (desde el 21 de diciembre), alguna fiesta motivada hacia los dioses del sol, como Mitra (en Persia), o Apolo y Helios (en Grecia y Roma).
Algunas culturas creían que el dios del sol nació el 21 de diciembre, que era el día más corto del año, y que los días se hacían más largos a medida que éste dios se hacía más viejo. Y en otras culturas se creía que el dios del sol murió ese día, solo para volver a otro ciclo.
Navidad que en latín significa “nativitas” (nacimiento) es una celebración muy importante del Cristianismo, al igual que la Pascua y Pentecostés, que celebra el nacimiento de Jesucristo en Belén, por la Iglesia Católica Anglicana, algunas otras Iglesias Protestantes y la Iglesia Ortodoxa Romana. Aunque en otras Iglesias Ortodoxas se celebra el 7 de enero, ya que no aceptaron la reforma que se hizo al calendario juliano, para pasar a nuestro calendario actual llamado gregoriano, en honor a su reformador el Sumo Pontífice Gregorio XIII.
Pero dejemos un poco la historia del origen de la navidad, para más bien ponernos a pensar un poco si ésta fiesta nos sirve para reflexionar; o quizá para unirnos más a los nuestros; o para alardear nuestros logros financieros o laborales; o para competir con la pareja vecina ¿quién compra mejores muebles para el hogar?; o para reconciliarnos con nuestros enemigos; o para salir de viaje fuera o al interior del país; o para rompernos la cabeza haciendo una extensa lista de cuántos regalos haremos este año; o para orar por todos los desprotegidos del mundo; o para armar un lindo nacimiento y un suntuoso y grande árbol; o para saciarnos a más no poder con el enorme pavo en la cena navideña; o para inaugurar el último etiqueta negra que nos lo obsequió la empresa, o para juntar a toda la familia en pos de la armonía; o para hacer un mea culpa por todos nuestros pecados. En fin, creo que todas las razones antes expuestas, son realmente validas en la medida que se cumplan con absoluta libertad y convicción, puesto que, los más religiosos o espirituales podrán criticar a los más materialistas, y a su vez estos también censurarán a las innumerables sectas que se encuentran en constante beligerancia con el mundo. Por ello es preciso no perder la perspectiva, y recordemos también que nuestros derechos terminan cuando empiezan los derechos del resto.
Así es que, respetables lectores; dedíquense a celebrar la Noche Buena de la forma que más les plazca, lo importante es que se sientan bien consigo mismos y no se sientan presionados por ese dedo acusador que siempre se encuentra al servicio de la hipocresía social. Claro que, si algún eclesiástico lee ésta nota, me calificará de “hereje” por no recordar a Jesús y sobre todo por no sugerir “la paz” o “integración” entre nuestros semejantes, pero también creo que si quisiéramos dar un discurso por la paz; tendríamos que empezar por encontrarla en primer lugar, en nosotros mismos; y estoy seguro que el resto vendría por añadidura.
No quiero parecerme al “Grinch” que robó la navidad, o al personaje de Dickens; el avaro y amargado “Scrooge”; pero también creo que debemos ser realistas y reconocer que en éstas emblemáticas fechas, quienes han salido ganando desde hace varias décadas son “La publicidad” y “El marketing”, que fueron las que alentaron el fenómeno del “Consumo”, que por un lado no está mal que exista. Pero a su vez, “tal consumismo” se ha convertido hoy en día en la regla general de la navidad, cobrando a su vez más relevancia que la celebración misma.
Finalmente, sin llegar a ser un irresponsable social, hoy trataré de vivir una sencilla pero bonita navidad, y espero que todos lo hagan también, especialmente los niños, que sin mayores complicaciones viven la navidad con una férrea ilusión, que los adultos ya casi la perdimos.
En breve voy a desempolvar de mi precaria videoteca una joya del cine ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life, 1946), es el título de un hermoso drama navideño de uno de mis directores favoritos Frank Capra. La voy a espectar creo que por décima vez, y se las recomiendo, pues es imprescindible; y estoy seguro que después de haberla visto creerán en algunas cosas que antes para ustedes fueron quizá consideradas ilusas.