Doménico se echó a llorar como un párvulo, y Fiodor en su condición de amigo mayor, le advertía que el mundo es tan maravilloso como para darle la espalda a causa de un desamor.
— ¿Cómo puede ser posible? Antes, ella aceptó mis sentimientos, y ahora simplemente me manda al olvido, espetándome en mi propia cara que nunca sintió algo por mí, que cuanto más lejos me encuentre, más felicidad va a encontrar— que injusta es la vida. Reclamaba Doménico.
— ¡Por Dios Doménico!, no debes cerrar los ojos a la realidad, pues la vida es dadivosa contigo; te ha dado aire en tus pulmones, y un corazón para desplegar amor a todo ser vivo. Por ello debes ser agradecido, porque en alguna parte de la tierra, siempre habrá alguien que querrá sacrificarse por ti.
—No lo creo Fiodor— si alguna vez hubo alguien; fueron mis padres, pero ellos ya no están conmigo, me los arrebató la eternidad. Es por eso que ya no quiero amar nunca más a nadie.
—Entiendo tu dolor, pero el tiempo y la distancia sabrán remediarlo, eso te lo aseguro, no hay mujer que merezca tanto llanto como el que tú manifiestas ahora.
Los dos amigos estaban en las vísperas de la noche de navidad, y se alistaban a cenar en casa de los padres de Fiodor, que habían preparado un enorme pavo en zumo de naranjas. Doménico consiguió reponerse un poco, y Fiodor no desaprovechó la oportunidad para narrarle algo.
—Querido amigo, te quiero tanto como para no permitir que te aflijas por asuntos que tendrán que haber quedado en el pasado. Hoy va ser navidad, y tendremos que hacer un brindis por nosotros y por la felicidad de todos los que nos rodean, porque aunque no lo creas, todos estamos rodeados de venturas y desdichas, eso es parte del juego mundano; es como una especie de equidad social.
—Creo que te entiendo— respondió Doménico — pero no creo poder reponerme de tan dolorosa estocada que me han dado en el corazón.
—Aguarda solo un poco— dijo Fiodor —te contaré la historia de un dublinés que conoció mi abuelo cuando se fue al viejo mundo. Este dublinés era un personaje tan fascinante que llenaba salas de teatros con sus conferencias y exposiciones, y aunque únicamente hablaba de los temas cotidianos que eran muy familiares para las personas, algunos no dejaron de preguntarse: por qué tenía tantos seguidores. Es por eso que, muchos proletarios y hasta señoritos ricos le honraban con dotes y cenas pomposas con el único objeto de tenerlo muy cerca de ellos.
Pero hubo un día que oscureció para el dublinés, pues me contó mi abuelo que también fue presa de una decepción amorosa, y víctima de un escándalo de tremenda magnitud; que fue a parar a prisión.
Así, el dublinés que tanto tuvo en la vida; no estaba dispuesto a perder todo lo que había ganado. Por ello intentó reponerse, y empezó a escribir como nunca lo había hecho. Y en sus historias supo plasmar sus vivencias entremezcladas con sus sueños que aún se mantenían vivos, y que le sirvieron para dejar en el pasado todo suceso malo y desafortunado. Y entre ellas, está la historia de un estudiante enamorado que no supo ver más allá de sus narices. El relato se llama:
EL RUISEÑOR Y LA ROSA
—Dijo que bailaría conmigo si le traía rosas rojas—exclamó el joven estudiante—, pero no hay rosas en mi jardín.
Desde su nido en lo alto de la encina, lo oyó el ruiseñor. Miró entre las hojas y se puso a pensar.
— ¡ni una rosa roja en todo mi jardín! — dijo el joven estudiante, y sus bellos ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Ah! ¡La felicidad depende de cosas tan insignificantes! He leído las obras de los hombres sabios y conozco todos los secretos de la filosofía, y sin embargo, por falta de una rosa roja, mi vida es una desgracia.
—He ahí, al fin, un verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Le he cantado noche tras noche, a pesar de que no lo conocía; conté su historia a las estrellas noche tras noche, y ahora lo veo. Sus cabellos son obscuros como la flor del Jacinto, y sus labios rojos la rosa de su deseo, pero la pasión le ha dado a su rostro la palidez del marfil, y la pena le ha dado una marca en la frente.
—El príncipe da un baile mañana por la noche —susurró el joven estudiante—, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos. Apoyará la cabeza en mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín, de modo que me sentaré solo y ella no me mirará. No me prestará atención y mi corazón se hará trizas.
—He aquí, realmente, el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Cuando canto, él sufre; mis alegrías son sus penas. Sin duda, el amor es una cosa maravillosa. Es mas precioso que una esmeralda, más caro que el más fino de los ópalos. Ni las perlas ni los rubíes, pueden comprarlo, ni se halla expuesto en el mercado. Los mercaderes no lo venden, ni puede pesarse en una balanza a cambio de oro.
—Los músicos se acomodaran en la galería— dijo el joven estudiante— y tocarán sus instrumentos de cuerdas, y mi amada bailará al son del arpa y el violín. Danzará con tanta ligereza, que sus pies no tocarán el suelo, y los cortesanos de ropajes vistosos la abrumarán con sus atenciones. Pero no bailará conmigo, porque no tengo una rosa roja para ofrendarle. —se dejó caer en la hierba, escondió el rostro entre las manos y lloró.
— ¿Por qué llora? —preguntó una pequeña lagartija verde, mientras pasaba a su lado con la cola levantada.
— ¿Por qué, en verdad? —dijo una mariposa, que revoloteaba en un rayo de sol.
— ¿Por qué, en verdad? —le susurró una margarita a su vecino, en voz baja.
—Llora por una rosa roja —dijo el ruiseñor.
— ¿Por una rosa roja? —exclamaron— ¡Qué ridículo! —Y la pequeña lagartija, que era un poco cínica, lanzó una carcajada.
Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y se mantuvo silencioso en la encina, pensando en el misterio del amor.
De pronto, desplegó sus alas oscuras para emprender el vuelo y se remontó por los aires. Atravesó el bosque como una sombra, y como una sombra planeó sobre el jardín.
En el medio del prado había un bellísimo rosal. Al verlo, voló hacia él, y se posó en una rama.
—Dame una rosa roja —le imploró—, y te cantaré las canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió la cabeza.
—Mis rosas son blancas —le respondió—, tan blancas como la espuma del mar y más blancas que la nieve de las montañas. Pero ve a buscar a mi hermano, él que crece alrededor del viejo reloj de sol. Quizás él pueda darte lo que quieres.
Entonces, el ruiseñor voló hasta el rosal que crecía alrededor del viejo reloj de sol.
—Dame una rosa roja —suplicó—, y te cantaré las canciones mas dulces.
Pero el rosal sacudió la cabeza.
—Mis rosas son amarillas —le contestó—, tan amarillas como los cabellos de la sirena sentada en su trono ámbar, y más amarillas que el narciso que crece en el prado antes que lo siegue la hoz. Pero ve a buscar a mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante. Quizás él pueda darte lo quieres.
Entonces el ruiseñor voló hasta el rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
—Dame una rosa roja —le rogó—, y te cantaré las canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió la cabeza.
—Mis rosas son rojas —le contestó—, tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas que los grandes abanicos de coral que ondean y ondean en las profundidades del mar. Pero el invierno ha helado mis venas, y la escarcha ha destruido mis capullos, y la tormenta ha roto mis ramas, y no tendré rosas éste año.
— ¡Una rosa roja es lo único que quiero! —exclamó el ruiseñor— ¡Solo una rosa roja! ¿Hay algún modo de conseguirla?
—Sí, lo hay —contestó el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo
—Dímelo —respondió el ruiseñor—, No tengo miedo.
—Si quieres una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que crearla con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en una espina. Cantarás para mí toda la noche, hasta que la espina atraviese tu corazón y la sangre de tu vida corra en mis venas y se convierta en la mía.
—La muerte es un precio muy alto para una rosa roja —se lamentó el ruiseñor—, y todos amamos la vida. Es agradable posarse en los arboles verdes y observar el sol en su carruaje de oro, y la luna en su carruaje de perlas. Dulce es el aroma de los espinos, dulce son las campanillas azules que se ocultan en el valle y los brezos que se mecen en las colinas. No obstante, el amor es más importante que la vida. ¿Y que es un corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre?
Desplegó sus alas oscuras para emprender el vuelo, y se remontó por los aires. Atravesó el jardín como una sombra, y como una sombra planeó sobre el bosque.
El joven estudiante seguía recostado en la hierba, donde el ruiseñor lo había dejado. Aun no se le habían secado las lágrimas que empañaban sus bellos ojos.
—Sé feliz —exclamó el ruiseñor— sé feliz. Tendrás tu rosa roja. Yo la crearé para ti cantando mis melodías a la luz de la luna, y la teñiré con la sangre de mi corazón. Lo único que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, pues el Amor es más sabio que la Filosofía, aunque ella sea más sabia y más grande que el Poder, a pesar de que él también es extraordinario. Sus alas relucen con el color del fuego y su cuerpo tiene el colorido de las llamas. Sus labios son dulces como la miel y su aliento sabe a incienso.
El estudiante levantó la vista de la hierba y se puso a escuchar, pero no llegaba a entender lo que el ruiseñor le estaba diciendo, pues solo podía comprender las cosas escritas en los libros.
Sin embargo, la encina comprendió y sintió una gran tristeza, porque quería mucho al pequeño ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
—Cántame una última canción —susurró—. Me sentiré muy sola cuando te hayas ido.
Y así, el ruiseñor le cantó a la encina, y su voz era como el agua burbujeante de una jarra de plata.
Cuando hubo terminado su canción, el estudiante se puso de pie, y sacó un cuaderno y un lápiz de grafito del bolsillo.
— El ruiseñor tiene bellas formas —se decía, mientras paseaba por el bosque—, no puedo negarlo. ¿Pero tendrá sentimientos? Me temo que no. En realidad, es que como la mayoría de los artistas: tiene estilo, pero no es sincero. Nunca se sacrificaría por los demás. Solo piensa en su música, y todo el mundo sabe que las artes son egoístas. Aun así, hay que admitir que posee hermosas notas en su voz. Lástima que no tengan sentido o alguna utilidad.
Regresó a su habitación y se acostó en su camastro. Se puso a pensar en su amada, y al poco rato se durmió.
Cuando la luna brilló en los cielos, el ruiseñor voló hacia el rosal, y apoyó su pecho en la espina. Cantó toda la noche con el pecho recostado en la espina, y la helada luna de cristal se inclinó para escuchar su melodía. Cantó toda la noche, y la espina perpetró cada vez más hondo en su pecho, mientras se le agotaba la sangre y la vida.
Primero cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y una chica. En la rama más alta del rosal, floreció una rosa espléndida, pétalo a pétalo, canción tras canción. Al principio era pálida como la niebla que flota sobre el rio, pálida como los pies de la mañana y plateada como las alas del amanecer. Igual a la sombra de una rosa en un espejo de plata, igual a la sombra de una rosa en una laguna, igual era la rosa que floreció en la rama más alta del rosal.
Pero el rosal le gritó al ruiseñor que se arrimara más contra la espina.
—Arrímate más, pequeño ruiseñor, o llegará el día antes de que la rosa quede terminada.
Entonces el ruiseñor se arrimó contra la espina, y su canto creció poderoso, porque alababa el nacimiento de la pasión en el alma de un mancebo y su doncella.
Y un delicado rubor sonrosado apareció en los pétalos de la rosa. De la misma manera que brota el rubor en el rostro del novio cuando besa los labios de su amada. Pero la espina no había llegado todavía hasta el corazón del ruiseñor, así que el corazón de la rosa seguía siendo blanco, porque solo la sangre del corazón de un ruiseñor puede enrojecer el corazón de una rosa.
Y el rosal le gritó al ruiseñor que se arrimara más contra la espina:
—Arrímate más, pequeño ruiseñor, o llegará el día antes de que la rosa quede terminada.
Entonces, el ruiseñor se arrimó más contra la espina y la espina tocó su corazón; súbitamente un dolor atroz surgió de sus entrañas. Amargo, amargo era el dolor, y más ardiente se volvió el canto porque alababa el amor que la muerte perfecciona, el amor que no se extingue en la sepultura.
La maravillosa rosa enrojeció, como la rosa del cielo oriental. Roja era la banda de pétalos, y rojo como el rubí era el corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció, sus pequeñas alas empezaron a batir y los ojos se le nublaron. Su canto se fue debilitando y sintió que algo le atravesaba la garganta.
Entonces lanzó su último destello de música. La luna blanca lo oyó, y olvidando el amanecer, permaneció en el cielo. La rosa roja lo oyó, y temblando extasiada, abrió sus pétalos en el aire frio de la mañana. El eco lo llevó a su caverna purpura, en las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores. Flotó a través de los carrizos del rio, que llevaron su mensaje hasta el mar.
— ¡Mira, mira! —gritó el rosal!—. Ya está terminada la rosa.
El ruiseñor no contestó, pues yacía muerto entre las altas hierbas, con la espina atravesada en el corazón.
Al mediodía el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
— ¡Qué suerte prodigiosa! —exclamó—. ¡He aquí una rosa roja! Nunca vi una rosa como ésta en toda mi vida. Es tan bella que seguramente tiene un nombre largo en latín.
Y se inclinó y la separó del rosal.
Entonces se puso el sombrero y corrió hacia la casa del profesor con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada en la puerta, enrollando seda azul en un carrete, con su pequeño perro echado a sus pies.
—Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja —exclamó el estudiante—. Aquí tienes la rosa más roja de todo el mundo. La llevarás esta noche cerca de tu corazón, y mientras bailamos juntos, ella te dirá lo mucho que te quiero.
La chica frunció el ceño.
—Me temo que no combina con mi vestido —respondió—. Además, el sobrino del ministro de la Reina me ha enviado joyas autenticas, y todos saben que las joyas valen más que las flores.
— ¡Oh! ¡Por Dios! ¡Qué desagradecida que eres! —replicó el estudiante, furioso.
Arrojó la rosa a la calle, junto a las alcantarillas, y la rueda de un carro la aplastó.
— ¡Desagradecida! —dijo la muchacha—. Te diré una cosa: eres muy grosero. Después de todo, ¿quién eres? Un simple estudiante. ¡Pichs! No creo que tengas hebillas de plata en los zapatos como las que tiene el sobrino del ministro. —Se levantó de la silla y entró en la casa.
— ¡Qué tontería es el amor! —dijo el estudiante, mientras se alejaba—. No es útil como la lógica porque no demuestra nada; nos habla de cosas que no van a ocurrir jamás y nos hace creer cosas quie no son verdaderas. En realidad, es poco práctico, y como en esta época lo más importante es ser practico, voy a volver a la filosofía y estudiaré metafísica.
Así pues, regresó a su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.