Cine

Once cortos nikkei (2019)*

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(Ojalá los pongan pronto en línea. Mientras tanto: imagínenlos.)

Recordando, de Gerardo Higa. Trabajo hecho abiertamente ad maiórem José Watanabe gloriam. Como los bellos y pacíficos paisajes que registra, busca (y encuentra) un retrato positivo y luminoso -en un hombre objetivamente rico en cualidades-, revelado por un coro de voces familiares y amigas. La conclusión, a saber, es la misma que la premisa: el poeta (no siempre es así) era un poema.

Alguna razón existe, de Gerson Ferrer. Muchedumbre de animales, muertos todos, en sus cofres – cajas – habitaciones – féretros transparentes, colocados de manera tal que se evocan pasajes de sus vidas. Un museo es una especie de teatro de sombras bien iluminadas. La melancolía de la brevedad de la vida que intenta ser conjurada por el didactismo inelegante del lugar es restituida por un verso.

El cuento de Togashi, de Giuseppe Castillo. La inocencia como una capa que, al ser atravesada, hace sentir otra, de ironía puntiaguda. Es la conciencia crítica -aplicada a una historia de inmigración- como forma de inocencia (cualidad ´primitiva’ y flexible que comparten cuento infantil y cine de animación) que logra así desnudar mejor y casi alegremente la maldad, la estupidez y la tragedia.  

La experiencia de la enfermedad, de Beatriz Cerrón. Watanabe se condensa (la mayor parte del metraje) en su voz, que relata pausadamente su experiencia de la depresión, la enfermedad física y la supervivencia. Imágenes y versos, que van de lo críptico y sofisticado a lo coloquial y directo, se suceden y se cruzan para metaforizar y encarnar las incidencias de una compleja experiencia límite.

Otras flores habrá a lo largo del día, de Janeth Lozano. Intensidad en el encuentro de texturas que provocan una atmósfera de ensueño: superposiciones de ramajes, ondas incesantes en el agua y cuerpos sobre los que se proyectan imágenes de flores; todo puntuado por una melodía circular y obsesiva. Incursión lírica -en clave videoarte- celebrando la danza eterna y misteriosa de los elementos.

Ama rápido, de Gonzalo Fernández. Imágenes simultáneas muestran transformaciones inminentes de la materia (el cambio o el paso de un estado a otro). A la vez, juego de resistencias con respecto a quien sostiene de algún modo el estado o la situación de la materia en cuestión. Last but not least, el concepto de duración o vivencia subjetiva del tiempo resulta relevante en la estructuración de la experiencia.

Diluyéndose, de Camila Magallanes. Levedad pop. Espaciosa. Relajante. A cierto cuerpo y peso y cadencia más densas dentro de la que suelen moverse los poemas de Watanabe, le viene bien. Como si la piedra bañada de agua se soñara burbuja. Trips coloridos de la imagen… y cadencias gris-melancólicas de los versos sirven un curioso brebaje donde los segundos recortados y pegados sobre una hoja semejan los telegráficos mensajes de las galletitas de la suerte.

Mi casa, de Harumi López. El clima nocturno y serenamente meditativo de la música y el contraste con las documentales imágenes diurnas, la directa y sobria sencillez y precisión de dichas imágenes, la insistencia en una sola situación (alguien recuperándose en alguna clínica), la concentración en la casa que es cada cuerpo, la insistencia en las manos, más el poema perfecto para la ocasión; así, con una brevedad casi mágica, toca, entre otras cosas, la esencia de lo que es la forma de una película corta. Y como un haiku, con la sutileza de la brisa penetra el clima y el sentido de la existencia.    

Bosque de piedras, de Héctor Bernal. No escasea en el suministro de placeres tanto visuales como textuales gracias a la acomodación de las palabras de unos versos de un poema sobre diferentes secciones-líneas de edificaciones, o el horizonte, en una de las zonas más ricas del Perú (centro financiero y grandes tiendas, huelga incluida). Leer es como ir por ciudades; y las ciudades son por su parte textos que deberíamos aprender a leer mejor. Lima y las demás ciudades, además, merecerían hacer más caso a las palabras de sabios y poetas y no de comerciantes y cosas peores.   

Ensayo sobre el paso del tiempo N° 1 (grave assai), de Karla Renjifo. En un audio el poeta Antonio Cisneros cuenta la historia de un amigo suyo taxista nocturno que no soporta la ciudad diurna y endemoniadamente superpoblada de autos, ruido, gente… Watanabe comparte esta fobia. Que matiza como ‘suave’. Las imágenes ilustran la oposición noche/día. El plano final de la ciudad de noche parece darles la razón.   

Soy, de Daniela Goto. Imagen y palabra ¿te dirán al fin quién eres? ¿Eres ‘otra cosa’ que tu autoimagen o la imagen que proyectas, eres imagen? La profusión de la presencia propia en imagen (lo propio se siente extraño) ¿evidencia o anuncia una ausencia esencial? Ambigüedad de los registros caseros que podrían ser a la vez más y menos de lo que parecen… ¿Me mimetizo porque temo? Búsqueda en bonitas imágenes del pasado, aunque el pasado tal vez no sea tan bonito, que es deliciosamente obsesiva en saltos, repeticiones, cortes y en imágenes deterioradas, desemboca en el vértigo de la multiplicidad. Lanzo una sospecha: sin varias identidades, nunca llegarás a ser tú.

*“José Watanabe y lo nikkei en el Perú” es el nombre de un lab (organizado por la Asociación Isegoria del proyecto Barranco de Cartón) cuyo resultado comenté junto con el poeta Diego Alonso Sánchez, allá por los días finales de febrero de este año en el Centro Cultural Peruano Japonés. Mis agradecimientos a Tilsa Otta, Natalia Maysundo, Diana Collazos y Jorge Valverde (el lab estuvo a cargo de ellos). Y por supuesto mi agradecimiento a los once directores de los trabajos reseñados aquí.

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