Opinión

¡Olor a Tabaco y Chanel!

Lee la columna de Tino Santander Joo.

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Por Tino Santander Joo

Son las 10 de la mañana y subo agitado al micro que me lleva a Villa Salvador. Voy presuroso a la reunión convocada al medio día por los dirigentes de los asentamientos humanos y las Mypes del cono sur. El ómnibus está lleno y solo se escucha los gritos del cobrador y la radio a todo volumen. Empiezo a tararear la canción sin vergüenza de mi desafinada voz: “Un olor a tabaco y Chanel. Me recuerda el olor de su piel. Una mezcla de miel y café. Me recuerda el sabor de sus besos”. Los gestos y sonrisas burlonas de los pasajeros son interrumpidas por la aparición de dos jóvenes venezolanas que nos cuentan el drama de millones de familias que huyen del hambre.

El sensual timbre de voz de las venezolanas que venden caramelos impresiona a los pasajeros que murmuran: “que buenas están”. Las mujeres las miran con indiferencia. Recuerdo el ensayo de Luis Alberto Sánchez, de hace 50 años, que tituló ¿Existe América Latina? La respuesta es: Sí. Nos une la historia, la lengua, y los problemas afines. Sin embargo, estamos llenos de prejuicios entre latinoamericanos. Nos escondemos en la fantasía, la magia, y en el mezquino nacionalismo tribal.

En el micro, no hay tiempo para pensar. Bajan las venezolanas, suben los peruanos a vender agujas, chocolates, cantan, bailan. Todos ellos están enfermos, tienen hijos que mantener, han sido despedidos; no tienen agua ni desagüe; todos tienen familiares fallecidos por el COVID. Se quejan de los hospitales y de las medicinas caras. No tienen otro camino que el trabajo informal. Ninguno de ellos da una arenga política; no piensan en la revolución social; ni en cerrar el congreso; ni en vacar a Castillo; no gritan: “prensa mermelera”; ni saben que es la OEA; no conocen a los ministros; ni a los congresistas. Solo piensan en sobrevivir.

Ni los pastores evangélicos con mensajes apocalípticos, perturba a los pasajeros. Estoy seguro de que si Jesucristo subiera al micro a dar un mensaje de amor. Nadie le creería; lo confundirían con algún congresista o político corrupto que los quiere engañar. En los paraderos asaltan, roban, venden drogas y en medio de ese ambiente los peruanos salen a trabajar.

La canasta básica de alimentos está muy cara; los servicios han subido; los bancos amenazan a millones de familias; los políticos pelean y no hacen nada; la iglesia te promete un mundo mejor después de muerto. ¡Que se vayan todos! me dice un gasfitero que carga sus herramientas con gran esfuerzo. ¡Nosotros tenemos que trabajar!

La clase política, la prensa, y los grupos de poder.  No perciben el olor a pólvora y dinamita en el subconsciente popular. No se dan cuenta de que la gente no habla, no expresa sus sentimientos, y es aparentemente indiferente, pero, quiere fusilar a todos.  ¡fusilen a todos! Gritaban en el micro, cuando los reservistas anunciaban que Antauro, “ejecutaría a los corruptos, empezando por su hermano Ollanta”.

El pueblo está buscando un vengador que acabe con los privilegios de la clase política, quiere industrializar el país, crédito barato, empleo, agua, desagüe, hospitales, educación, carreteras, internet. Los jóvenes anhelan ser empresarios y viajar por el mundo. No quieren estatismo improductivo y corrupto. Quieren un caudillo con el espíritu de Túpac Amaru, pero, que gobierne como el autoritario virrey José Fernando de Abascal. Esa, extraña combinación subyace en el inconsciente popular.

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