Cultura

Novela mística como espejo social: El grito de Asterión de Malku Abraxas

Lee la columna de Julio Barco.

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Hablar de la narrativa peruana última es sujetarnos a diferentes enfoques de nuestra propia tradición. Tenemos, sin duda, ya una buena cantidad de autores que nos permiten observar que tendencias son más hegemónicas, y cuales terminan siendo experimentadas dentro de pequeños cenáculos. La literatura, como cualquier otra arte, se divide en el río de las influencias y originalidades, resolviéndose en la creación de lo nuevo.

En esta obra, El grito del Asterión de Malku Abraxas (Ed. Caja Negra), como en las novelas del alemán Herman Hesse, hay una exploración hacia lo místico, amplificando el viejo registro de lo real. El grito de Asterión permite observar una primera capa de influencia indigenista, pasando por el realismo hegemónico, y, finalmente, como una suerte de novela de iniciación espiritual. Lo gnóstico, como un enfoque crítico dentro de las diversas interpretaciones religiosas, termina cobrando un papel de vigente actualidad.

La historia versa sobre un puñado de jóvenes, de diversos estratos sociales, que terminarán coincidiendo por el azar objetivo en la Lima de hoy: las huelgas, marchas, bares, calles, Centros Culturales, pasaran a formar parte de sus páginas, para darnos un registro de lo artificial del momento y del deseo de alcanzar aquel grito, aquel llamado que devuelva la conexión última; hacia ese fondo van estás páginas, donde la estructura va cobrando un énfasis de corte místico.

Este escenario no puede alejarse de contexto político nacional, donde fue predominante la política de la más radical izquierda, que congregó a diferentes movimientos en una guerra contra el Estado.   El tema de esta novela entonces nos arroja hacia nuestra propia época, en un ejercicio de memoria, conectando lo histórico con los personajes, protagonistas de una época en crisis, donde los goces mundanos no logran responder las interrogantes de quienes se atreven a observar interiormente.

Es un libro de personajes entrañables, de niños que aman a los conejos, de niñas de provincia que se escapan de su pueblo, de mujeres y guerrilleros, de un joven solo en la ciudad de Lima buscando su destino. Si bien la narrativa moderna tiene su origen en los diferentes autores europeos, especialmente los franceses, el fin de la actualidad con este género siempre revolucionario es el de determinar una suerte de espejo grande sobre nuestra propia realidad.

Si la poesía es el canto desde la emoción, la prosa es la reconstrucción desde una cavilación de escenarios donde el efecto de la prosa permite que fluyan y nos generan un relato interno. Si la poesía es honda en la claridad del yo, la prosa despeja el escenario de la acción del yo, o los yoes. Cuando el narrador del viejo Yo romántico (como Víctor Hugo, por ejemplo) cede su espacio al narrador omnisciente, y Flaubert determina que el recurso literario debe forjarse desde lo aséptico, la narrativa cobra una dimensión de relato sociológico. Ya es como Emile Zola (y en el siglo XX, con Sartre, Vargas Llosa, Ciro Alegría, Arguedas) asegura que la prosa puede abrir y hacernos vislumbrar los divergentes registros de nuestro entorno.

El grito de Asterión, novela de aliento diverso, novela del interior, de la sed verdadera, nos introduce a su propia atmósfera, desde el corazón y la voz de jóvenes que reflejan el espíritu de nuestros tiempos: dudas y escepticismo con respecto al futuro, crisis política, crisis interna. Si como dicen los medios de comunicación, ya siendo 8 mil millones de personas en todo el mundo es obvio que nuestra propia interrogante ética sea cada día más inquietante. Donde se desfalca el estado de supervivencia animal, sea por el clima y su degradación, o la dura violencia que se respira, surge el deseo de materializar estas inquietudes desde la carga de una historia. Malku Abraxas se pone del lado de los que buscan una respuesta a las inquietudes de nuestros tiempos, desde una ética interior. Es una narrativa desafectada de ínfulas retóricas, y funcione con la intención de expresar una verdad, más no de abrir una nueva estética o lenguaje. Es una novela de fondo, más que de forma. Sin embargo, no deja de ser un buen debut y una ventana fresca para observar nuestro presente.

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