Periodismo

Nosotros: “Los siete vidas”

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A los periodistas debieran llamarnos los “siete vidas” pues como los gatos, tenemos siete o más existencias que nos permiten superar toda suerte de circunstancias y escollos.

Empecemos por la falta de estabilidad laborar. Antes —en los tiempos de ñanguey— un hombre de prensa podía hacer su carrera tranquilamente y jubilarse en el mismo centro laboral. Ahora, nadie está seguro en ningún sitio y a las primeras de cambio se queda en la calle porque redujeron el personal o se clausuró ese medio

Personalmente caminé por diversos diarios y revistas que hoy son solo un recuerdo: Correo, Hoy, El Universal, La Crónica, La Prensa, Última Hora, el Nacional y las revistas Intimidad, Somos, Mujer, Siete Días, Variedades ( que debería volver a ser editada dada su categoría histórica) y otras que dejo por ahí. Es que fueron los tiempos en que podíamos saltar de un medio a otro, sin problemas.

Otro de los escollos que debimos superar, fue la evolución tecnológica. De aquellos pretéritos tiempos del linotipo que se instaló en los talleres periodísticos desde fines del siglo XIX y tuvo una durabilidad de décadas hasta ser reemplazado por el sistema offset  que fue superado por la computadora, debimos ir renaciendo como el ave Fénix. Adaptarnos a este nuevo aparato, fue  un empezar de nuevo, pues nadie sabía cómo se manejaba y en los diferentes periódicos, debieron dar clases a su personal completo.

Si bien nos simplificó el trabajo, también acabó con  el bullicio de las salas de redacción, en donde era usual el saludo o el comentario diario, el encargo y las despedidas. La computadora, nos aisló. Cada uno se encerró en su pantalla y dejó de enterarse si alguien entraba o se iba.

También los cafés, aquellos antañones centros en donde se discutía de arte, literatura y política, se fueron yendo. Los míticos Viena-célebre por las exposiciones pictóricas además porque se convirtió en el refugio del “carnicero de Lyon”, el nazi Klaus Barbie o el Palermo, Versailles, Negro Negro, Chino Chino, el Tívoli, Mario, el famoso Haití de la Plaza de Armas en donde tantas veces bajábamos  de la primigenia  Andina “por un cafecito” con la colega y amiga Susana Molina, ya no existen.

Pero el mayor salto se hizo hace un año con motivo de la pandemia, pues los diarios y revistas debieron recurrir al sistema on line casi totalmente para su elaboración. Si bien ya estaba en funcionamiento desde 1995 con el navegador Explorer de Microsoft  y entre otros el Navegator 2.0 de Netscape, eran solo tentativas.

Se critica al sistema por ser muy homogenizado y de tener limitaciones como  su falta de diseño pues casi todos  los medios virtuales se le parecen, pero creemos que eso será pasajero y cada uno llegará a tener su propio y único estilo. También se critica la pobreza de algunos temas pues no existe la exigencia que se tiene  como en los diarios impresos, pero igualmente es un tema superable y se instalará más temprano que tarde, el corrector de estilo virtual.

Admito que es todo un reto esta nueva modalidad, pues de la entrevista personal, de aquella concurrencia a diferentes eventos, hemos convertido esos encuentros en conversaciones virtuales, que no siempre suelen tener la calidez amistosa de la vivencial, (y que nos permitía entablar amistades de antología, muchas veces). La única ganancia es que con estos  medios, podemos traspasar fronteras, sin viajar y esa es su mayor ventaja.

Por lo demás, nada nos puede privar del derecho de ejercer un periodismo libre y siempre comprometido con la verdad, sea en un medio escrito o virtual. Nuestro compromiso con la sociedad a la que servimos, queda en pie, sea cual fuere el sistema que utilicemos.

Un luquiano como asesor

El colega Edwin Sarmiento Olaechea, es uno de esos provincianos que un día se puso la mochila a la espalda y vino a Lima con afán de encontrar su destino. Y vaya que lo encontró.

Ahora es Periodista Colegiado, profesor de Lengua y Literatura y fue redactor principal y editor de diversos diarios. También  asesor de imagen de ministros,  jefe de Prensa del Congreso de la Presidencia del Consejo de Ministros, jefe de Prensa del Congreso de la República, entre otros cargos.

Lo conocí en el fenecido diario Correo, cuando hacíamos notas para el suplemento Sucesos y nos reencontramos en el Club de Periodistas (en donde asumió por dos veces la presidencia) y también en el Colegio de Periodistas de Lima, en donde se desempeña como Vice Decano y es director de Asuntos profesionales e institucionales.

Edwin, ha sido distinguido con diversas distinciones como el haber sido declarado “Huésped Ilustre” de la ciudad de Huamanga.

Autor de una diversa selección de notas, tiene en su haber el título “José María Arguedas-testimonios” y en este encierro no ha dejado de hacer periodismo a través de sus “Crónicas desde el Encierro”.

La pandemia y la nueva cuarentena, nos motivaron a sostener una conversación virtual, pues Edwin por su trajinar, es un candidato perfecto para las remembranzas y así pudimos reeditar nuestras  charlas de café en los días de Correo. Y este fue el resultado.

Edwin Sarmiento.

Los periodistas se han visto metidos de manera masiva en los medios on line, casi sin transición, rompiendo una tradición de siglos en donde el trabajo era colectivo. ¿Cuánto se ha perdido o ganado con la nueva modalidad?

Para los periodistas de nuestra generación es un acto de sobrevivencia. Quienes venimos de las antiguas salas de redacción con máquinas de escribir y de la era del linotipo, teníamos que adaptarnos, lo más rápído que podíamos, a las nuevas tecnologías de comunicación. En caso contrario, nos quedábamos fuera de la historia, que es una manera de morir lentamente. Cada época tiene su particularidad. Los periodistas de la generación de los ’70 y ’80 teníamos que combinar entre el impulso a que nos obliga estos nuevos retos, con la nostalgia de todo tiempo pasado fue mejor. Es cierto, la nuestra fue una época de mucha solidaridad, más divertida, llevábamos el periodismo en la sangre y era nuestro  ADN las 24 horas, incluso cuando dormíamos. Vivíamos para la noticia, éramos hombres y mujeres de grandes pasiones y emociones que no tenían límites. Los medios en redes sociales son mucho más rápidos, las noticias vuelan en tiempo real a lo que estábamos acostumbrados los periodistas de hace unas décadas. La inmediatez es el signo de estos tiempos. A cambio, sin embargo, se ha perdido el esfuerzo del rigor periodístico, el traslado a las fuentes mismas y el cruce de las mismas, la contrastación de los hechos antes de publicarlos, en fin.

Nuestro ejercicio era el de ingresar a la redacción y tener una comunicación abierta con los colegas, y en las conferencias de prensa, datearnos unos a otros aún siendo de distintos medios. Una costumbre hoy desaparecida. ¿Se puede generar el mismo compañerismo haciendo trabajos a distancia?

Es cierto lo que afirmas: se ha perdido el dulce encanto de la solidaridad entre colegas. Ahora prima el individualismo, producto del uso de las nuevas tecnologías que te obligan, prácticamente, al ostracismo, el egoísmo en extremo o el trabajo fácil. Antes solíamos disfrutar después de cada evento al intercambiar datos, recomponer historias, pero, eso sí, guardando celosamente, las primicias que podíamos haber obtenido y que deberían ser publicados solo en el medio para el que trabajábamos. Podíamos estar en grupos, tomándonos unos piscos, antes de retornar a las salas de redacción, pero si había esa primicia obtenida, era guardada bajo siete llaves. Sólo al día siguiente nos enterábamos que uno del grupo tenía esa noticia y nos enterábamos al ver colgadas las portadas de los diarios. Y no nos resentíamos con el autor de la primicia. Era una sana competencia y eso lo entendíamos así.

En tu trajinar, conociste diversos personajes y en trabajo cotidiano, recogiste diversas anécdotas. ¿Cuáles son las que te dejaron mayor impresión?

Conocí a muchísima gente de todo nivel y en todos los estratos sociales. Guardo de esas experiencias tantos recuerdos que me llevan, muchas veces, a la nostalgia de lo vivido. Alegres o tristes, fueron circunstancias que me ayudaron a crecer o a fortalecer mi identidad. Fui asesor de ministros de estados, congresistas, líderes políticos. Tuve responsabilidades de gestión en la administración pública y en los organismos en los que trabajé también conocí a mucha gente valiosa, compañeros de trabajo que me ayudaron a comprender mejor la vida y conocer el país, desde aquellos que cuidaban la seguridad interna, abrían las puertas en los ministerios, ascensoristas, gente humilde que  trasladaba los papeles o señores que solían mirarte por sobre el hombro por el poder efímero que tenían. Alterné con todos, por igual. A todos ellos respeté como personas y dejé amigos por donde pasé. Y fui respetado.  Pero si habría que personificar algunas de estas experiencias yo escogería, sin duda, una de ellas: mi trabajo al lado de la Dra. Martha Hildebrandt, como su asesor de prensa. Ella es una intelectual de primerísimo nivel, una lingüista rigurosa que no te permitía más de un equívoco en la escritura. Si te pescaba un error te lo pasaba a regañadientes; al segundo dejaba de leer tu texto y lo botaba al tacho. Me ayudó mucho a ser disciplinado. Así nos sobrellevamos con cariño por ocho años,  que para mí fueron los mejores de mi larga carrera profesional. Recuerdo el primer día que me citó en su casa para ver si necesitaba de mis servicios. Deme su hoja de vida, me dijo, y le alcancé. Fue ojeando con calma y, cada vez, me preguntaba algún detalle. Al final cerró el fólder y me preguntó: ¿usted sabe escribir? Claro que sí, le respondí muy seguro. ¿Y por qué cree que sabe escribir?, me repreguntó. Como yo andaba ya con más de 30 años de periodista y en  este oficio había sido redactor, columnista, cronista, editorialista, editor etcétera, le dije casi orgulloso, es que soy periodista, doctora. Me miró fijamente como escudriñando mi pasado y afirmó: mierda, entonces usted no sabe escribir. De todas maneras, lo espero mañana en mi oficina, sólo por tres meses, advirtió. Esos meses se convirtieron luego en ocho años.

Edwin Sarmiento y Martha Hildebrandt.

Como buen ayacuchano, seguiste las huellas de José María Arguedas. Estuviste en Viseca y conociste y entrevistaste a la Justinacha del cuento Warma Kuyay. ¿A qué otros personajes conociste?

Me confieso un arguediano. Siempre es un placer para mí leer y releer a José María. Recorrí los lugares que fueron parte importante de su niñez en San Juan de Lucanas y en la hacienda Viseca. En Puquio conocí, ya ancianos, a sus amigos de infancia que fueron personajes de sus primeros cuentos  A Hilda Peñafiel quien inspiró Warma Kuyay (amor de niño), su primer cuento. Ella es, efectivamente, Justinacha, la personaje central. También entrevisté a Julio Peñafiel, otro personaje de Arguedas que está presente en Los escoleros. Igualmente, tomé contacto con sus sobrinas Arangoitia, quienes me dieron valiosos testimonios que saldrán, de manera inédita, en el libro que estoy por concluir y se llama “Los personajes de Arguedas”. Todos ellos han aportado episodios y anécdotas de vida que nos han permitido tener el mejor perfil del niño Arguedas, tan maltratado por su madrasta, doña Grimanesa, y su hermanastro, hijo de esta matrona de Lucanas. Todos ellos coincidieron en señalar que Arguedas fue un niño bueno, algo tímido y retraído. Un poeta de  fina sensibilidad andina.

Nuestra profesión, es una de las que más peligros entraña pues el reportero (periodista que recoge  la noticia) es el que está en la mira. ¿Con esta nueva modalidad, virtual, seguirán existiendo los reporteros tal como los conocemos?

Los riesgos a que estamos expuestos para cumplir nuestro trabajo seguirán existiendo en el tiempo. Si bien vivimos épocas con distintas caracterizadas por la comunicación virtual, los hechos que ocurren en la realidad son captados por el periodista en los lugares que ocurren. No podemos eximirnos de esta situación. La información nace ahí donde ocurren los acontecimientos. Los reporteros gráficos tampoco pueden estar alejados de los hechos, aun cuando sus instrumentos sean de lo mejor y avanzados tecnológicamente. Las imágenes que capten tendrán lugar en espacios específicos donde se desarrollen los hechos. Los periodistas somos parte de esos hechos, somos testigos de excepción de aquello que informamos. Somos historiadores de lo cotidiano.

Si antes era apenas una tentativa el periodismo de línea, con la pandemia se ha generalizado. Pero se acabaron también las tertulias en los cafés, las reuniones con poetas y escritores. ¿No se perderá mucho en esta solitaria tarea hecha en casa? ¿Se podrán recuperar los espacios hoy dejados de lado?

Ojalá se puedan recuperar. Es lo que todos deseamos. Nada hay tan grato como una tertulia de café. Los periodistas de nuestra generación fuimos trotamundos de bares y cafés de la época. Ahí estaban el Palermo, el Chino Chino, el Wony, el Zela, la Llegada, el Goyescas, todos ellos a diez cuadras a la redonda entre el Parque Universitario, la Plaza San Martín y la Av. Emancipación en Lima cercado. En esos lugares terminábamos el día y esperábamos la noche que se nos presentaba alegre y bullanguera.

La pandemia que vivimos nos ha obligado a encerrarnos por seguridad, hemos perdido todo contacto presencial y los aplicativos en el Internet han sustituido los otrora encuentros cercanos para hablar de literatura, política, teatro, cine o mirarnos a los ojos cuando el enamoramiento llegaba Ojalá retornemos a la normalidad. Todo dependerá si sobrevivimos a este virus que nos acecha para atacarnos.

Edwin Sarmiento y sus hijos.

La política  siempre estuvo presente en nuestros afanes, sobre todo para alguien que como tú transitó por diversos organismos estatales.. ¿Qué es lo primero que debería aprender un periodista para no parcializar su labor a favor de un partido?, ¿Cómo se puede conservar la independencia de criterio?

Sólo depende de saber ser profesional. Todo es muy simple. Como seres sociales tenemos ideología; es decir, miradas diferentes de la realidad. Como seres políticos podemos tener nuestras opciones por tal o cual partido de nuestra preferencia. Como periodistas debemos, sin embargo, saber mantener distancias entre uno y otro, empezando por nuestras particulares ideologías. No tenemos por qué parcializarnos o dejarnos vencer por nuestras subjetividades mientras ejercemos el periodismo. Ello, para un periodista, no sólo es perturbador, sino riesgoso. Y perverso. Si ello ocurre, terminamos por confundir la verdad. Peor aún, corremos la tentación de convertirnos en activistas y el periodismo que practicamos pierde su independencia. Podemos brindar nuestros servicios profesionales, siempre en apego a la verdad, sin distorsiones ni menos manipulaciones del mensaje con el que trabajamos. Si ocurre esto último caemos en el papel del propagandista a sueldo que es la negación de nuestro oficio. Todo depende de cómo nos administremos. Nuestras asesorías en prensa no tienen por qué ser a gusto del cliente. Tienen que basarse en los principios éticos que nunca debemos perder de vista los periodistas. Esto nos hace respetables ante cualquiera. Lo dice quien ha trabajado en cargos de confianza, sin arriar principios que deben estar perfectamente diferenciados en el trabajo profesional para no caer en la sumisión por el cargo.

Hace una década nos llamaban “periodistas” y  nada más. Ahora apareció una nueva especialidad; la de los comunicadores. ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro?

Hace algunas décadas surgieron las facultades de Ciencia de la Comunicación en las universidades, que reemplazaron a las antiguas escuelas de periodismo. Fue la nueva tendencia mundial que renovó el trabajo exclusivamente periodístico. Las Ciencias de la Comunicación presentan una visión integral mayor y de conjunto de las comunicaciones. En ella se incluye al periodismo como una especialidad, del mismo modo como es, por ejemplo, la comunicación corporativa, la publicidad, la comunicación audiovisual etcétera. Los egresados de estas facultades tienen campos de acción de mayor alcance para desarrollarse, siendo uno de ellos el periodismo como tal. Los periodistas trabajamos con la noticia, con los hechos de coyuntura, con la información esencialmente; los comunicadores trabajan con los procesos de la comunicación que no necesariamente tienen ser hechos noticiosos. Hay diferencias, naturalmente entre unos y otros, aun cuando pertenezcan a la misma familia.

En la edición digital se debiera cuidar el estilo, pues no hay correctores como en los diarios impresos, esto podría derivar en un empobrecimiento literario y periodístico. ¿Cuál debiera ser el recurso?

Es cierto, el uso indiscriminado y liviano de la información en las redes sociales, principalmente,  tiende a empobrecer el lenguaje. Sus formatos y la inmediatez que los caracteriza obligan a crear nuevos códigos, sobre todo en los jóvenes, atentando contra la correcta escritura y dejando de lado las normas existentes. Es el riesgo de estos tiempos.

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