Nosferatu es la nueva versión de Eggers sobre el vampiro del mismo nombre que filmara Murnau en 1922 y remasterizado varias veces por cineastas como Herzog y su Nosferatu, el Vampiro en 1979 o el Drácula de Bela Lugossi en 1931. Unos prodigios para quienes degustan del género gótico y sobre la inmortalidad del alma, aunque los cuerpos se muestren decadentes, ulcerados o en estado de descomposición.
Lo cierto es que todo parte de la novela Drácula de Bram Stoker, una historia que nos habla de un conde chupasangre que vive en un castillo en una zona perdida de Rumanía y una pareja de amantes que se tienen que separar por motivos de trabajo y cuyo futuro está predestinado. Todo a su alrededor es oscuro/tenebroso. Los lobos y espíritus malignos asechan en un tiempo donde alumbrarse con candelabros hacía de las sombras personajes extendidos o deformados, cosa que el expresionismo alemán usa perfectamente. Y conste que el autor no conoció Rumanía y todo fueron historias contadas por terceros o textos que nos hablan de madame Báthory; o libros como el de Emily Gerard: La tierra más allá de los bosques. Por eso, el libro está compuesto por diarios, recortes periodísticos, notas, etc.
Este Nosferatu, de Eggers trata de ceñirse al original de Murnau, está filmado en tonos grises/sepias o a media-luz-o-media-sombra y no está hecho para cineastas/cinéfilos de fuegos pirotécnicos que abusan del videoclip. Este Nosferatu, que, en su original, así se llamó por no poder pagar los derechos respectivos, perdió los juicios con la viuda de Stoker y se tuvieron que quemar los celuloides originales. Razón que, en vez de silenciarla, le dio mayor publicidad, casi como el robo de la Gioconda en 1911 que la puso en todas las noticias, revistas y el boca a boca.
Así, Eggers a pesar de ciertos tropiezos en la narrativa, nos devuelve al (i)legítimo cine que te hace pensar, reflexionar y, cómo no, cuestionar. No está hecho para pasar un buen rato de emoción y tensión, aunque muchos pagan su boleto para eso. Está hecho para indagar en el otro vampiro que no solo muerde cuellos o roe el esternón de la amada. Y porque siempre hay algo más que no puede explicarse como el productor Albin Grau, quien fue el arquitecto/ocultista detrás de Nosferatu de 1922 y que, por ratos, pareciera asomar en esta nueva versión.
(Columna publicada en Diario UNO)