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NO VALENTÍN

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Hoy es 14 de febrero, una fecha anclada, en lo cultural y mucho más en lo comercial, a ampararse bajo la venia protectora –seas católico, protestante, no practicante o fintero- del santo patrono del amor, San Valentín.

Demás está describir la pulsión con la que los frenéticos enamorados, adolescentes afiebrados y cursis recién casados, van es pos de regalos memorables, de cenas o almuerzos de primer nivel, de arreglos de rosas hechos sin ningún criterio, pero avalados por alguna buena marca, para demostrar, frente al ser amado y sobre todo, frente a todos los demás, que el amor y los detalles colman la relación en la que está involucrado.

Sin embargo, más allá de la parafernalia romántica que envuelve este día, alejándonos un poco de los bombones y de los atados de flores –ramo, para los cursis-, habría que pensar qué tanto sabemos del amor, si es que acaso sabemos algo.

Y, claro, el amor no es una ciencia exacta, no tiene una explicación concienzuda, porque obedece más a una cuestión emocional que al resultado de un profundo razonamiento. Y creo que es precisamente esto lo que está marcando el actual derrotero del romance en nuestras vidas.

Casi la mitad de la población en el país permanece soltero, cayendo en el saco prejuicioso del viajero que espera un tren que ya pasó hace mucho rato. Yo en lo personal –y tal vez porque me conviene- no creo en eso. He visto romances consumados a edades muy cercanas a las de Florentino Ariza y Fermina Daza (*) que han terminado en matrimonio y fiesta con desbande. Sin embargo, un dato como este nos hace pensar en que hay muchos por ahí que no pueden encontrar el amor o que simplemente, no quieren. Es comprensible, he conocido personas que están tan avocadas a sus metas personales, que han descartado la posibilidad de una relación formal. No, no son asexuales, ni sicópatas, son personas que pueden atravesar un romance breve –no por ello insustancial-, pero no un compromiso perpetuo. Es algo que admiro y respeto, pues es una decisión responsable que, de no tomarse, puede conducirnos al segundo punto en cuestión.

La otra mitad de la población ha sido bendecida con la posibilidad de saborear sin tapujos un romance y, en muchos casos, decidirse a llevarlo hasta el altar –sea católico, protestante, no practicante o fintero-, con boda en iglesia ficha, orquesta con música de cámara, fiesta ampulosa, luna de miel en playa tropical y ochocientas cincuenta fotos que rara vez volverán a revisar después del colgarlas en el Facebook. Sin embargo, el índice de divorcios ha aumentado en más de 50% en relación a la última década. ¿La edad tope antes de patear el tablero?: 40 años.

De esa otra mitad, hay una gran mayoría que, tal vez para evitar la bronca y el papeleo, está optando por la convivencia, un estado civil que ya casi se ha convertido en el consejo tradicional que toda familia le da al hijo –a la hija no (“cásate, no seas cojuda”), machismo de por medio-, para que evite complicarse la existencia si es que la unión con juramento ante Dios no llega a funcionar. El número de divorcios está superando ampliamente al de matrimonios. Los motivos de la disolución son muchos: falta de comunicación, problemas económicos y desconfianza. Sí, los matrimonios y las convivencias también priorizan, pero los objetivos comunes empiezan a escasear y los individuales a imponerse. La línea de tendencia indica que en los próximos años, la edad pico de divorcio será de 38 años. Hay que pensar mucho antes de casarse, ¿en qué? La verdad no lo sé. En un pequeño censo personal me he percatado que el deseo de matrimonio parte más del lado femenino que del masculino, ellas emocionadas por todo lo que involucra llegar al altar; ellos, usualmente confundidos, con la respuesta: “ya toca, pues, caballero”.

Con esto llegamos al último asunto en cuestión, el más grave de todos, la violencia doméstica y el maltrato a la mujer. Muchos de los embelesados cupidos que hoy prometerán amor eterno son, en potencia, futuros agresores de su pareja y de sus hijos. El índice es preocupante (más de lo que podemos ver en la televisión, que recurre al morbo antes que a una verdadera información): unos 500 casos de agresiones y 122 casos de feminicidio registrados en el 2013, teniendo en cuenta que la mayoría de ellos NO se denuncia. Sin importar la clase social, hay una idea de “propiedad” que el hombre ejerce sobre la mujer, que deriva en un daño físico y sicológico mucha veces irreparable.

Anoche, un programa de TV presentaba a una empresa que te brindaba un “Momento de amor”, una especie de show hollywoodense con el cual el hombre –siempre el hombre- logra impresionar a su pareja con cosas como una avioneta cruzando el cielo y jalando un cartel con una empalagosa declaración de amor, o payasos saltarines haciéndole porras mientras le da un beso romántico a su pareja. El gerente de esta empresa dice que su público objetivo está en los que buscan la “reconciliación”.

Y creo que el problema de estos tiempos, el problema por el cual Valentín volvería a pedir otra tortura, es que estamos dejando que las verdaderas razones de una unión se extingan, estamos cada día más enamorándonos con la billetera o enamorándonos con esa idea comercial de que el amor es un eterno cuento de hadas, una felicidad perpetua, de manera tal que al menor atisbo de adversidad decidimos dar un paso al costado. No es algo general, sin duda, conozco parejas cuyas alianzas me llenan de esperanza, pero hay una gran mayoría, definitivamente –basta reparar en las estadísticas- que está haciendo del amor un mero capricho, una cosa efímera, que ha convertido una alianza en un escalón más dentro de la vida social, una obligación que tiene que cumplirse antes de cierta edad. La ceremonia matrimonial se ha convertido en una victoria, un papel más en nuestro currículum, y creo que es esa presión la que hace que cada día se tome una decisión errada y que el matrimonio se extinga con mayor rapidez.

Yo en lo personal creo en un tipo de amor, aquel que nace de la admiración y se sostiene con devoción y sacrificio. Cada vez que he encontrado esas condiciones he sido testigo de una larga y feliz relación. Debe ser hermoso ver canear el cabello de la persona que más amas, pasar tu mano por el rostro de esa persona y descubrir algunas arrugas en su piel, mantenerse juntos cuando los hijos se hayan marchado, como lo hicieron en un principio. Pero se necesita constancia y entrega, de lo contrario es mejor decirle no a ese Valentín perverso que terminará por convertirnos en un número más de esas tristes estadísticas.

(*) Personajes del libro “El amor en los tiempos del Cólera” de Gabriel García Márquez.

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