Política

No tiene amor por la camiseta

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Tremenda jugadora. Keiko Fujimori escondió el kimono naranja y se disfrazó con la camiseta mundialista. Cree que puede engañar, una vez más, al electorado peruano. La prensa concentrada —que oficia, sin roche, como porrista— desliza que no jugó de local, que le pusieron trabas, que tenía la tribuna en contra. Sin embargo, el único faul fue su propio discurso: “Me han hecho venir hasta aquí, a Chota”. Tarjeta roja. Como si Chota jugara en segunda división, como si los chotanos fueran sus utileros. Como si Cajamarca no fuera, raigalmente, nuestro país. Fujimori —que concentra en Lima— quiso hacer la finta con la camiseta de la selección, pero Castillo le hizo sombrerito y ganó por goleada.

La señora K se alineó mal y mostró un desprecio terrible por las provincias. Eso es lo que trasunta su discurso. Se quejó, como si la hubieran mandado al banquillo: está acostumbrada a mandar. Pensó que la indisposición momentánea de Castillo iba a truncar el esperado debate y no hizo su calentamiento. Su cántico: “no te corras, Pedro” fue desmentido por los hechos. El lápiz de Perú Libre dibujó la cancha. La señora K creyó que ya no había encuentro, que iba a ganar por walk – over, pero Castillo estuvo presente y sonó el pitazo inicial.

Dos visiones del Perú se enfrentaron: una, que ya está fuera de juego: la derecha mercantilista, que —urgida por los acontecimientos— se calza la careta popular e intenta hacerle la camita (con pataditas de finta) a los electores; y otra visión, la del hombre de a pie, del ciudadano popular, que mete gol de tiro libre y enuncia —con claridad— que el Perú es de los peruanos. Sin embargo, esto no debe mover a un entusiasmo irracional: Castillo todavía no ha explicado el cómo.

Es claro que Castillo no esperaba llegar a palacio. La posibilidad de ser mandatario le ha llegado de chiripa; es un balón que, a menudo, se le escapa de los pies. No tiene el control de la pelota. Es, por ahora, el delantero, pero tiene a su equipo técnico digitándolo desde las sombras. Y una de sus mayores fortalezas —en esta segunda vuelta— no le pertenece por derecho propio: el antifujimorismo es reactivo, no propositivo. Castillo debe quitarse la casaca de la marca Perú y colocarse la camiseta de la selección. Debe convocar, pactar y explicar claramente sus propuestas.

Mientras tanto la señora K juega con el engaño, con el desprecio, con falsear la realidad: sigue posicionando la narrativa del fujimorismo “que salvó” al Perú. Quiere driblear a la justicia e intenta minimizar el tremendo faul cometido por el fujimontesinismo. Sin embargo, los titulares y suplentes —que ha convocado— son los mismos que le hicieron huacha al erario público durante la década infame. Y es que, el fujimorismo, persiste en su vocación de ser un autogol para nuestro país.

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