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NO SON LO MISMO

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En el afán de disponer al mundo, mejor, a lo que sucede en una especie de cuadro de doble entrada, muchos periodistas y comentadores han empezado a realizar comparaciones abusivas. Las recientes manifestaciones en Estados Unidos, conocidas ahora como la tragedia de Charlottesville, han funcionado como el síntoma determinante de la existencia de una derecha racista que no tuvo ningún tipo de condena tajante por parte del polémico presidente del país del norte, Donald Trump. Es más, muchos de los manifestantes, embanderados en la insignia de la Confederación o directamente parapetados detrás de parafernalia nazi, hablaban de que su objetivo primordial era llevar a la concreción las propuestas de Trump durante su campaña y en estos meses como representante principal del poder ejecutivo.

Hay un sector de la población norteamericana, formen o no parte directa del movimiento titulado “White Supremacy”, que propone un tipo de orden republicano organizado alrededor de diferencias étnicas convertidas en organizadores de ciudadanía, pertenencia y tradición. La vieja idea de “américa para los americanos” con un tinte racial: en ese ideal quedan afuera los afro-descendientes o las comunidades latinas, entre otras colectividades.

Este tipo de imaginario, para ciertos sectores de la prensa, es similar al de algunos movimientos de izquierda dentro de territorio latinoamericano. Específicamente, la Revolución Cubana y sus derivados dentro del territorio sur se tildan como similares a este tipo de manifestaciones, bajo la idea de que los dos son movimientos terroristas.

La equiparación cae por sí sola: no se puede pretender que lo que nosotros conocemos como Revolución Cubana haya estado motivada por un concepto de ciudadanía basado en cuestiones raciales, cuando uno de los principales puntos de tales acontecimientos históricos era, precisamente, la noción de igualdad de derecho, opacada por el orden capitalista y sus modos a lo largo de más de un siglo de colonialismo. Y si el punto de comparación es, precisamente, la propuesta de un imaginario nacionalista en ambas cuestiones, me parece que es imprescindible determinar qué entendemos por nacionalismo en cada caso y qué queda afuera de la cuestión, digamos, fuera de toda presunta igualdad.

El Che, Hitler y Stalin no son lo mismo. Su lugar en la historia es notablemente diferente, y mientras el segundo y el tercero organizaron campos de concentración, el primero participó de una campaña militar con intereses específicos, que fueron los de la emancipación del sujeto latinoamericano. Una emancipación que se ocupó de las condiciones materiales efectivas de la vida de los habitantes de Cuba y que mucho tenía que ver con el lugar que ese país, y muchos otros del territorio, tenían en la historia abierta luego de las caídas de las colonias europeas y a partir de nuevas modalidades de colonialismo.

Y esto es para decir que si hay algo que nos ofrece un difícil acercamiento a través de la comparación es la historia: cualquier especialista puede bien decir que cada situación específica concreta debe ser analizada en sus propios términos, lo cual nos permite entender sus lógicas y condenar, en última instancia, sus accionares. Así, bien podemos decir que Hitler y Stalin son genocidas, y ocupan las peores páginas de la historia del siglo XX. No así el Che.

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