Opinión

No incendiar las bibliotecas

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Hace unos días las protestas en Francia, por la muerte de un migrante argelino, desencadenaron una ola de desmanes e incendios incluido el de la biblioteca de Marsella, lo que nos hizo recordar lo frágil que es la información que contiene el papel y tinta y la cultura en general; y lo sinuosa que es, en muchos casos, la condición humana.

En la biblioteca de Alejandría se quemaron 200 000 mil rollos de todo el conocimiento humano. En la plaza de Bebelplatz-Berlín los nazis quemaron 20 000 libros en mayo de 1933. En el incendio de Brasil, de 2018, se quemaron 470 mil libros de la biblioteca científica.

La quema de miles de libros en Chile después del golpe de Pinochet en 1973, incluido, claro está, los quince mil libros que se hicieron humo de Gabriel García Márquez. O la quema de libros en Sarandí Buenos Aires-Argentina donde la dictadura de Videla convirtió en bonzo más de un millón y medio de libros o su equivalente a ¡24 toneladas de textos!

Y aquí en 1967, siendo ministro «de gobierno y policía» (actual ministerio del Interior) Javier Alva Orlandini, se incineraron todos los libros considerados “peligrosos”, algo que quedó documentado en el texto «Quema de libros. Perú 1967» de Juan Mejía Baca, quien se fajó ante tal execrable hecho y renunció a los premios y galardones que le había entregado Belaúnde: la Orden del Sol y las Palmas Magisteriales.

Cabe recordar, otro dantesco incendio, el 10 de mayo de 1943, que afectó seriamente el antiguo local de la Biblioteca Nacional del Perú. Y Jorge Basadre se puso al frente de su reconstrucción declinando incluso una tentadora oferta a dictar clases en Estados Unidos. Y nunca debemos olvidar el papel de don Ricardo Palma que reconstruyó la Biblioteca Nacional saqueada y robada por los chilenos, y solo a base de donaciones y devoluciones.

Ojalá el futuro nos libre de ese mundo piromaníaco imaginado por Ray Bradbury. Pero también, a contrarriente, siempre habrá opositores y librepensadores como ese humanista alemán Johann Reuchlin quien en el siglo XVI debatía y se enfrentaba a los frailes dominicos sobre la quema de libros y los herejes.

Y porque, como decía Heinrich Heine: “Allí donde se quema los libros, se acaba quemando personas”.

(Columna publicada en Diario Uno)

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