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“No es la Capilla Sixtina es arte de la calle”

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Mario Vargas Llosa y ministra de cultura Diana Alvarez Calderón.

Hace unas semanas, las declaraciones de la Ministra de Cultura acerca del borrado de los murales realizado por la Municipalidad de Lima Metropolitana generó acaloradas respuestas, especialmente en las redes sociales. La mayoría de  comentarios eran de rechazo y giraban en torno a la concepción que, en términos de arte y en general del fenómeno cultural, evidenciaban sus palabras.

Por otra parte, en una entrevista aparecida en la edición del 21 de marzo de El Comercio, la Directora del MALI declaraba: “La falta de cultura también es una forma de pobreza”. Uno podría preguntarse: ¿a quiénes les falta cultura? y ¿cuál es la cultura que falta? Las respuestas no son difíciles de suponer. Ambas declaraciones corresponden a una forma muy arraigada en nuestra sociedad de entender los fenómenos culturales.

Nuestro objetivo no es sumarnos al coro de críticas ya expresadas de manera debida e indebida. De lo que se trata es de intentar comprender cuáles son las bases que sostienen esta manera de concebir los fenómenos culturales.

Es nuestro gran escritor Mario Vargas Llosa quien, en su texto “La Civilización del Espectáculo” (2012), desarrolló y defendió de manera explícitala concepción y el sentido de cultura que subyace a estas declaraciones.Par él, la esfera de la cultura se entiende como “alta cultura” (literatura, cine, música clásica, teatro, pintura), es decir, la forma de expresión de las elites occidentales que se encuentra relacionada al cultivo de la mente y el espíritu a través de una educación privilegiada. Dicha concepción se sustenta en la dicotomía: cultura / incultura y ha permitido establecer distancias entre grupos sociales y pueblos enteros.

Para Vargas Llosa esta forma de entender la cultura, que es la auténtica y debería ser la única, está siendo abandonada y reemplazada por una banalizacióncasi generalizada de lasmanifestaciones del espíritu que se expresa en lo que él denomina la“civilización del espectáculo”.Sin embargo, en nuestro país es posible encontrar destacados representantes de esta forma de entender los fenómenos culturales. Al respecto, resulta sintomático que el principal ente burocrático sobre el tema se defina en singular y no en plural, como correspondería a una realidad tan diversa como la nuestra.

El concepto de cultura viene de la tradición occidental y en su evolución ha tenido diferentes sentidos. Desde la definición de Cicerón (S. V), quien entiende la cultura como el cultivo del hombre bastopartiendo de la idea de la existencia de un ser rústico que debe ser labrado con conocimientos, por tanto, el énfasis está puesto en educarlo;hasta su definición científica (S. XIX), desde la Antropología, que amplía su significado a todas las manifestaciones del ser humano.

En la tradición occidental, según Cuche (2002)[1], la idea de cultura habría seguido dos tendencias. La concepción particularista alemana que delimita el concepto de cultura a lo propio y característico de una nación; y la versión universalista de los franceses, definida por la unidad del género humano: “la cultura de la humanidad”. Ambos sentidos han sido fundamentales para la definición del nosotros occidental.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la francesa, por su aparente apertura, se habría vuelto hegemónica en los discursos y prácticas occidentales. Sin embargo,  ambas son excluyentes y etnocéntricas. En la tradición alemana queda por fuera lo que no es de la nación y en la francesa lo que no responde a la idea de humanidad definida por occidente. Las consecuencias de las intolerancias generadas por ambas tendencias han sido terribles para los denominados “pueblos originarios” e incluso para el mismo occidente civilizado.

De esta manera se generó una doble alteridad que responde a un mismo centro hegemónico. Hacia el interior de sus respectivas sociedades, a partir de la dicotomía “alta cultura” y “baja cultura”, las élites occidentales pudieron diferenciarse de las demás clases sociales y legitimar su poder político y simbólico. Hacia el exterior, con respecto a los pueblos que desde el siglo XV venían colonizando.

En un primer momento, a estos pueblos les fue negada la humanidad, por tanto, la posibilidad de producir cultura. Luego, sus diversas manifestaciones fueron subordinadas bajo las nociones de “cultura primitiva” y “folklore”.

A partir de una alteridad clasista al interior de las sociedades occidentales yde una alteridad étnico – racialcon respecto a los pueblos colonizados, se configuró una estructura de dominación política y simbólica de escala mundial.

La definición antropológica de cultura (S. XIX) tiene el mérito de ampliar el concepto hacia los demás pueblos y sociedades. Desde la antropología, la cultura se entiende como los diferentes modos de ser tanto individual como colectivo. En este sentido, todo grupo humano es productor de cultura, pues tiene una(s) lengua(s) y diferentes formas de manifestar su ser social. Pierde así su carácter de atributo excluyente.

No obstante ello, el nuevo sentido quedó atrapado por el imaginario hegemónico y no logró cuestionar la estructura de dominación política y simbólica que occidente impuso al resto de sociedades. De la dicotomía cultura / incultura se transitó a la nueva dualidad de cultura de los civilizados / cultura de los primitivos o su variante cultura / folklore.

Al parecer, la palabra cultura no tiene equivalente en la mayoría de las lenguas orales (Cuche 2002). Esto se puede explicar porque en dichos pueblos predominan las concepciones holísticas y no se produjo la escisión hombre / naturaleza que se operó en occidente. En las llamadas “sociedades tradicionales”, la naturaleza es concebida como una totalidad que incorpora a todos los seres, incluido el humano. Mientras tanto, en occidente, primero a partir de la concepción religiosa cristiana, y luego con el desarrollo tecnológico que impulsó las revoluciones industriales logró separar estas dos instancias: la esfera de lo humano y la de la naturaleza. La  primera como sujeto productor y propietario; mientras que la segunda como objeto y propiedad.

Esta concepción excluyente,jerárquica y antropocéntrica de cultura es la que asumieron nuestras elites.El esquema evolucionista que definía a occidente como modelo de civilización y progreso fue replicado al interior de nuestra sociedad.Resulta ilustrativo el caso del Código Penal de 1924, el cual consideraba a las poblaciones urbanas como civilizadas, los pueblos andinos como bárbaros y a los amazónicos como salvajes.

La civilización fue entendida como el progreso material en términos de lo obtenido por occidente y la cultura como el conjunto de logros artísticos, intelectuales y morales definidos por el canon estético y axiológico de las clases altas occidentales.Lo que no respondía a este canon era visto como supervivencias de la fase inicial de la evolución cultural de la humanidad. Una especie de cultura primitiva contemporánea.

Así, las “otras” manifestaciones se folklorizaron; fueron catalogados como expresiones de lo popular, de lo bajo, de lo híbrido, marginal, subalterno, etcétera. En el mejor de los casos es también cultura, pero una forma particular de ella, algo así como una variante –defectuosa- pero que en sí no constituye lo que se entiende o debería entenderse como cultura.Al respecto, en una entrevista realizada a Marco Aurelio Denegri – el único intelectual con un programa permanente en la televisión peruana -, le preguntaron sobre la posibilidad de una cultura popular y él contestó lo siguiente: “No, jamás, felizmente. Cómo sería popular la cultura”.[2]

Esta forma de entender el fenómeno cultural no es solo una circunstancia. Es parte de una concepción del mundo, de una episteme, de una razón de tipo colonial que se ha mantenido hasta nuestros días recontextualizándose de acuerdo a los tiempos y a los particulares espacios.Se trata de una estructura de pensamiento basada en jerarquías que establece valoraciones en positivo y negativo; así como acercamientos y distanciamientos que permiten inclusiones y exclusiones.

Los conceptos se encuentran insertos en esta compleja intersección que define nuestras interacciones. Un concepto como el de cultura es particularmente complejo. En nuestra realidad nunca va a ser neutral, “está cargado” de historia. Y al enunciarlo se toma partido.

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[1] Cuche, D. (2002). La noción de cultura en las ciencias sociales. Buenos Aires: Nueva Visión.

[2]Disponible en: http://www.larepublica.pe/24-08-2014/marco-aurelio-denegri-la-estupidez-es-un-arma-que-tiene-el-sistema-para-hacer-que-la-gente-no-piense

 

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