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¡Josué! ¡Josué, me escuchas!

El domingo 26 de julio por la mañana y durante un paseo familiar a un parque, un niño cayó a un pozo de 40 metros. Murió por la noche sin poder ser rescatado.

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¡Josué! grita el bombero con todas sus fuerzas ¡Josué contéstame! ¡Dime algo! Es domingo y hace frío, tal vez más frío que cualquier otro domingo de este año de muertes invisibles en todo el mundo. Una voz apenas perceptible para los 70 bomberos que están apostados en el parque Paredes del barrio Roma en el Cercado de Lima grita desde el fondo del pozo de 50 metros de profundidad. El casi imperceptible «Sí, tengo miedo» de la vocecita que devuelve esa insondable oscuridad, le descuadra el rostro a los bomberos y policías que están pensando en cómo rescatarlo antes de que caiga la noche, más fría aún, en Lima.

En las redes sociales nadie se entera de mucho, concentrados en el problema internacional provocado por la victoria de un plato mexicano -que ni los mismos mexicanos conocen bien-, ante el invencible ceviche que ya mismo aparece en Netflix , haciéndonos sentir «parte de» algo importante, parte del radar Street food vía streaming.

El pozo era invisible. La hierba estaba demasiado alta para que cualquiera lo pudiera ver, no había señalización ni cartel ni indicación alguna que indicara que ese hueco «que se lo tragó a mi hijito», estuviera ahí. «Yo salté para atraparlo… pero no llegué, no llegué y el hueco se lo tragó», repetía el papá de José ante cámaras. Luego lo ahogaba el silencio. A los pocos minutos de la caída llegó el serenazgo, la policía y los bomberos, y el pequeño se comunicaban con ellos al menos hasta las 6 de la tarde. El pozo tenía la boca angosta, un policía intentó descender llevando oxígeno pero llegado un trecho sus hombros no pasaron más. No quisiera ni imaginar cómo se debe sentir el estar ahí, impotente ante la tierra para salvar a una criatura.

Como es costumbre en políticos y autoridades, el alcalde de Lima, Jorge Muñoz, apareció disfrazado de bombero, salió en las cámaras solidarizándose con los padres y luego se evaporó. A las 8 y algo de la noche, mientras caía cerrada la garúa, un bombero confirmó que el niño acababa de morir. Un niño de 2 años que cayó a un pozo no indicado en ninguna parte. Un niño que salió un rato a disfrutar de la vida luego del encierro de meses. Unos padres que dormirán (si eso fuera posible) esperando que los bomberos saquen el cuerpecito ya sin vida de su pequeño. Unos padres que maldecirán el haber pensado en salir a pasear una mañana de domingo en una salida familiar al parque de su barrio.

Alcalde Jorge Muñoz.

Si estuviéramos en Estados Unidos, esos padres pedirían la cabeza del alcalde en una bandeja (entre otras responsables) aunque ni siquiera eso pueda curarles jamás el dolor de perder un hijo. Jamás. Acá la responsabilidad es clara y tienen que rodar cabezas y encerrar a los responsables. Y el alcalde Jorge Muñoz tiene que asumir también su culpa, es la autoridad y hay responsabilidad. Ni Muñoz ni ninguna «autoridad» tiene el derecho además de aprovechar la tragedia ajena para hacer política. Hay que ser un completo indolente para luego de conocido el hecho, guardar silencio o tirarle la pelota a un tercero y así no asumir la responsabilidad que le compete. No puede ser que una familia salga a pasear por la mañana y por la noche tenga que buscar un ataúd blanco. No es posible. No es humano. No es moral.

¿Y el pozo qué hacía ahí? La municipalidad de Lima ya comunicó que la culpa es de Sedapal. Sedapal ya comunicó que ese pozo no le pertenece. ¿No hay abogados en el Perú que asuman un juicio contra el municipio y sienten precedente imponiéndole millones en reparación civil ante semejante tragedia? Esto no es culpa de los padres (hay que ser bien, pero bien miserable para pensar siquiera tal cosa), esto es responsabilidad de la Municipalidad. Y tienen que pagar. Aunque cualquier resarcimiento no baste para la insoportable pérdida de un hijo, emoción tan inexplicable que carece de nombre. Esa familia, rota ya para siempre, pensará en porqué salieron a pasear mientras guardan las ropas de su pequeño, al que no verán nunca más por una negligencia municipal. Ya conocemos y sabemos quiénes son los responsables de esta tragedia.

Que paguen.

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