La vida de Parra fue un permanente desafío a la mortalidad de los otros, un exceso de vitalidad sin límites y sin antecedentes en la Historia de la Poesía. Sus años tan cargados de gloria y lucidez como de humorismo e ironía rebasaron la centuria desde el 2014 y dijeron “no vamos más” el cuarto martes de 2018.
Pese a ello, todos los grandes poetas de Chile perecieron ante su existencia. Todos los otros poetas de su generación y de las generaciones venideras fueron enterrados y aniquilados por la descomposición natural de la materia, pero nada pudo dañar a Parra, quien, erigido como un amigo del dios del Antiguo Testamento, mantuvo la vista aguda, la lengua picante y el verbo dispuesto para todas las batallas del porvenir, un porvenir que en su caso es la muestra más concreta de la eternidad de los grandes poetas.
Su poesía joven y confrontacional escarmentó y escarmentará a los tontos solemnes de toda la vida. Su poesía como una montaña rusa y loca, sacudió y sacudirá a todos los otros poetas que son tan grandes como él y, también, a los que ni siquiera subieron al Olimpo alguna vez, sino que en la punta de cualquier cerro creen poder equipararse a los divinos habitantes de la cumbre sagrada.
Parra y su poesía, por ello, son y serán el antídoto más efectivo para derrumbar las afectaciones de los poetas, para bajarlos de las nubes y hacerlos pisar las calles de un modo más contundente que cualquier manifiesto, salvo haya una revolución poética ulterior inclusive más impactante.
La suerte del gran Nicanor es que pese a su destemplanza y crítica de la poesía “olímpica”, demostró poder habitar en todas las cumbres posibles. No así, tantos otros “poetas” que creen poder renunciar a la belleza, como si la belleza estuviese al alcance de las manos de cualquiera.
II.
Parra insurgió contra titanes, los monstruos de la poesía chilena, Huidobro, De Rokha y Neruda y en un hecho sin antecedentes se burló de ellos, y los condenó, eso sí con mucho respeto:
“Nosotros condenamos/ -Y esto sí que lo digo con mucho respeto-/La poesía de pequeño dios /La poesía de vaca sagrada /La poesía de toro furioso”. Nunca se vio a un poeta mofarse de su tradición con tanto sentido del humor.
Y, sin embargo, Parra quien criticó y hasta hablo mal de Neruda, dijo en una entrevista respecto del Capitán de la Isla Negra, que él no podía sentir sino un respeto de tipo religioso, tanto por el hombre como por la obra. A este poeta tan admirado, lo condenó en verso y lo llamó vaca sagrada. Del mismo modo, admiró al pequeño dios y al toro furioso pese a que, también, los condenó.
III.
Escribir que los cuatro grandes poetas de Chile son tres, Darío y Ercilla, no solo fue un excelente retruécano del famoso verso de Huidobro, sino que es una declaración de guerra y una exhibición de autosuficiencia.
El cuarto gran poeta chileno era, según Parra, el propio Parra, hecho con el que no estamos en desacuerdo. Desplantes de esta naturaleza, tan jactanciosos y a la vez tan bien fundamentados en la calidad artística, solo los recuerdo en Roberto Arlt a quien preguntaron, cierta vez, quién era el mejor escritor de su generación y él respondió de acuerdo a su férreo y vanidoso carácter: Yo.
IV.
Raúl Zurita señaló que el verso “Los poetas bajaron del Olimpo” no anunció una conquista sino una traición. Parra quien, a primera vista, eludió el ámbito visionario de la poesía, vio con claridad estremecedora el fin de la Poesía en los gorgojeos, trinos y gargarillas de diversos cultores de la superficialidad -por ejemplo, no pocos “poetas del lenguaje”- y tuvo el coraje de denunciar esa caída.
Parra que admiró a los grandes de la poesía chilena hasta ganar un espacio junto a ellos, es decir junto a las columnas capitales que son Huidobro, De Rokha y Neruda no podía desestimar la poesía verdadera y no lo hizo. Al denunciar el descenso de los poetas olímpicos señaló, como el profeta que era, la necesidad de escalar, de nuevo, esa cumbre.
V.
En alguna parte se escribió sobre el gran Ezra Pound, que había descendido al infierno y que allí había tenido los cojones y arrestos para reírse de todo lo que yace en él. Esa actitud es distante de la simple desesperación y locura inherentes a los páramos sombríos y oscuros que representa la mansión infernal en el imaginario de Occidente. No creo que Pound alcanzase a reír, pero sin duda no fue vencido por el horror de su época y así se configura, en su vida y obra, la materialización de una entereza enorme, es decir, una ética edificante y ejemplar respecto de ser fiel a uno mismo y a la poesía pese a la cárcel y el manicomio.
Nicanor Parra es otro artista de quien se puede afirmar lo mismo, solo que, en este caso, existe menos grandeza, tanto de ambición como de las circunstancias de su propia historia, pero, eso sí, el mismo temple. Además, este discurso viene subvertido en la poesía de Parra bajo la apariencia del humor, mas no de la comicidad ni la payasada sino del gran gesto ético de reír ante la adversidad y el horror, no como complicidad, desde luego, sino como un acto de indoblegable defensa, la última gesta de uno mismo para no ceder ante el embate incansable del mal sobre el mundo. Quizás, por eso, Parra siempre fue hacia el extremo en todo lo que se le puso en frente.
Por ejemplo, cuando estuvo junto a Enrique Lihn y Alejandro Jodorowski en El Quebrantahuesos, llegó a formular ensalmos de humor negro que eran un escarnio absoluto del género humano. Un corazón canceroso decorado con una pareja de novios y un rótulo de muchas felicidades, ¿existe alguna crítica del matrimonio más ácida que esta?; tarjetas de pascua que en lugar de celebrar la típica armonía de dichas fiestas están ilustradas por hechos atroces sucedidos durante el año correspondiente, ¿existe una crítica más intensa de la frivolidad y farsa de la mayoría de celebraciones del mundo moderno y un rescate de la atrocidad subyacente al supuesto asesinato de un dios que para mayor paradoja lega al mundo la salvación por medio de su inmolación calvárica?
Otro ejemplo, para la exposición Voy Y Vuelvo presentó El Pago de Chile, instalación en la que todos los presidentes de Chile están justicieramente colgados. La horca, el cadalso, la pena final para ellos sin excepción.
VI.
Los ingenuos lo creyeron un humorista. No lo fue. Parra fue un moralista que desde el absurdo en el que ha elevado el púlpito o el altar de los antiguos profetas amonestó al mundo y a su país por consentir ser el estercolero que a veces representan tales abstracciones: “Si yo fuera presidente de Chile no dejaría títere con cabeza / Comenzaría por declararle la guerra a Bolivia / Acto seguido me dispararía un tiro en la sien”. Inmenso testimonio de un escéptico que pasó más de un siglo enterrando a sus contemporáneos.
VII.
La poesía de Parra es una experiencia rabiosa, salvaje y civilizada, paradójica, no exenta de ciertas ternuras como debe ser. Irrumpió contra gigantes, ha traducido a Shakespeare y siguió vivo hasta que él se dejó morir. Según sabemos, no tenía las más mínimas ganas de dejar este mundo, pero se le dio la gana de irse y así se fue. Este mundo no tuvo ganas de dejarlo ir, pero los deseos no bastan para trastocar la realidad y el centenario poeta chileno se fue y con él se acabó el siglo XX y, quizás, la última gran muestra poética de aquel período.
VIII.
La lucidez de Parra, su desconfianza de los sistemas políticos de su tiempo, lo hicieron un adelantado del tiempo nuestro en el que las ideologías deben reformularse, dado que se ha demostrado que el socialismo y el liberalismo no conducen a ningún puerto apacible para la humanidad.
Las acertadas dudas de Parra acerca de los partidos lo encumbran como el más perspicaz de los poetas latinoamericanos del siglo XX.
IX.
Parra fue un poeta y un hombre complejo como todos los grandes poetas. Su obra, en este sentido, excede su supuesto humorismo, llega a tener no pocas zonas oscuras y es absolutamente paradójica. La gente tomó por humor lo que en verdad fue cruel dolor y ansias de justicia. Terrible bajo su cómica máscara centenaria, representó una tragedia.
X.
Al fallecer a los 103 años, Parra fue el último poeta que ascendió al Olimpo.