Opinión

Navidad en las trincheras

Lee la columna de Fernando Casanova Garcés

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Por Fernando Casanova Garcés

Un escenario desolador. El Perú es un valle de leprosos que han sumido al país en una insondable crisis. Desde acusaciones de homicidio contra Dina Boluarte y su premier escudo, hasta la suspensión de la Fiscal de la Nación por sus jueguitos de poder vía WhatsApp. El tejido social parece deshilacharse en múltiples direcciones a propósito de la liberación que un Tribunal zombie ha concedido a Fujimori, lo que añade un elemento molotov a la olla desbordante. En los hechos, el Perú ya no pertenece a la CIDH, es el faite que ha pateado el tablero y pechado al comisario.

La recesión económica y el FEN nos empujan al abismo. Se clama por un cambio radical y la posibilidad de un golpe militar flota en el aire como sombra de langostas. La buena nueva del gobierno es criminalizar la protesta al punto que si alguien le da agua al afectado por una lacrimógena podría irse 15 años al bote. Los oligopolios acarician y dan premio a su mastín Otárola. Es un contexto desafiante. La policía peruana, el Poder Judicial y el Congreso de la República alcanzan solo un dígito en las encuestas de confianza ciudadana, por el contrario, son percibidos como obstáculos para el desarrollo de las familias que hoy ya no ven descabellado el emigrar por mejor futuro.

Una extrema polarización se alarga sobre la nación. La derecha y la izquierda se enfrentan cómodamente mientras los pobres, silenciosos testigos olvidados, continúan atrapados, arrastrados por el huaico de ideologías mesiánicas. Las elites debaten en sus alturas celestes, dejando a la deriva las necesidades más básicas de las mayorías. Esa es la paradoja del Perú, los pobres son el epicentro de la pugna política y a la vez una estadística incómoda que les apesta cuando prueban el poder; no es retórica, una palabra bastará: Fonavi.

¿Milei, Bukele? Más de 40 partidos se alistan para protagonizar otra vez el colorido circo electoral peruano. La ciudadanía, ávida de cambio, está dispuesta a votar por quien además de reivindicar sus reclamos cumpla con ofrecer una dulce dosis de venganza. Si algo es seguro, es que quien pretenda ganar tendrá que prometer hacerles justicia a los invisibles, a los que miran y sirven los platos de quienes cortan el jamón en una de las sociedades más desiguales y racistas del continente así lo nieguen hasta cansarse el lodazal mediático que encabeza Willax, RPP, El Comercio, etc.

Porque la indignación persiste en el corazón del pueblo frente a un sistema financiero indolente, farmacias controlando el mercado, el narco y las mafias jugando al póker congresal y enjuiciar o dispararle a los que marchan como único plan de este gobierno. Esa es nuestra realidad y hay que decirla sin miedo. Solo a través de la honestidad brutal y la denuncia decidida podemos aspirar a transformar las estructuras que perpetúan la mediocridad y la tibia narrativa que ha deslucido nuestras vidas.

Es navidad y en las calles y sus luces hay ciudadanos convertidos en soldados de esperanza para un momento crucial de la historia peruana. La esencia de estas fiestas son la solidaridad y generosidad, pero en lugar de adornar árboles he visto mujeres decorando pancartas con exigencias de cambio y justicia, villancicos como voces reclamantes exigiendo nuevas elecciones para refundar la patria. Mi deseo es porque tengamos el coraje de luchar contra lo indigno, que escojamos una vida a imagen y semejanza de Cristo. Feliz Navidad.

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