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Nadja, de Michael Almereyda (1995)

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Nadja es una de esas películas ‘suavemente adictivas’ (no es vano es una película de culto) capaces de encantarte rápidamente con su sensibilidad e inteligencia envolviéndote en su atmósfera onírica (que se siente muy natural). Con sabiduría, con elegancia, y con unos ocasionales píxeles emocionalmente precisos, el vacío contemporáneo nunca fue tan bellamente descrito en clave de vampiros.

New York es la cifra borrosa y nítida y el resumen de las demasiadas posibilidades que ocultan y revelan el vacío central, el vértigo no de la euforia por la vida, sino la falta de contacto, la ‘falta de sangre’ de nuestras existencias… Los vampiros como metáfora de los vivos comunes y corrientes que no viven, que no están tan vivos como creen. Una atmósfera algo indolente es levemente animada por las apariciones de las consabidas criaturas. Una vampira ‘hija de papá’ surfea en la superficialidad pero al mismo tiempo (como todos) no puede escapar de las propias profundidades que la reclaman hambrientas…

La fábula curiosamente parece más ella misma y a la vez más contemporánea sumergida en los encantamientos del blanco y negro.  Sensaciones de luz y de sombra que invitan al ensueño… y a ciertas preguntas filosóficas desde ahí. El casting es una sucesión de aciertos, son las caras que podrías esperar si tuvieras un raro sueño que mezcle lo cotidiano con lo fantástico… La música es usada tan eficazmente como una estaca para marcar toda una gama de emociones.

Y hay un sentido del humor que va muy bien en esta sustracción de solemnidad de la que a menudo está tan necesitado el género vampiresco. Este precioso artefacto contiene además una de las escenas más inesperadamente dulces y sexys entre dos mujeres que yo haya visto en mucho tiempo.

Tercera película del Ciclo “Vampiros como nosotros” – CineClub UCH Av. Bolivia 537 Breña todos los martes de agosto a las 7:15 p.m.

 

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