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MUSEO DEL SEXO DE NUEVA YORK

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El lascivo banquete de Manhattan

Nueva York, la ciudad que nunca duerme, esconde en sus entrañas algo más que las obras de Gauguin, Van Gogh, Picasso o Pollock. Entre sus más de 90 museos, incluyendo los famosos Guggenheim, Metropolitano y Arte Moderno, emerge uno que, no por menos promocionado, se ha convertido en una parada frecuente dentro del circuito cultural de la ciudad: el Museo del Sexo.

Abierto en 2002 y situado en las esquinas de la Quinta Avenida y la Calle 27, a escasas cuadras de iglesias y escuelas (lo cual habla con mucha elocuencia del carácter liberal del espíritu neoyorquino), el Museo del Sexo es una atracción tan irresistible que, conscientes de la debilidad de la carne, los administradores han instalado al ingreso un rótulo que reza: “Por favor no tocar, lamer, acariciar o montarse en las exhibiciones”.

Tras cruzar la doble puerta de vidrio se ingresa a un patio circular de sugestiva fosforescencia, que despertará al voyeur que llevas dentro. Sin embargo hay demasiados objetos interesantes reclamando tu atención. Tal vez, como yo, tengas que sacarte obsesión animal por las nalgas femeninas. Dudarás pensando si viniste a ver el museo o lo que transita dentro de él. La multitud, no tan nutrida como para impedirte el paso y el disfrute, es lo suficientemente provocativa como para distraer tu curiosidad inicial.

Contra lo que una mente facilista pudiera pensar, el museo no es nada parecido a un prostíbulo, bar, cine porno, tienda para adultos, club promiscuo, escuela o santuario de la obscenidad. Es mucho más que eso. Las vitrinas colmadas de juguetes y accesorios eróticos, al lado de muñecas de goma en bikini y ropa interior, están rodeadas de estantes atiborrados de libros y DVDs que abordan desde estudios científicos hasta cruda pornografía. Mesas repletas de condones procedentes de épocas remotas palidecen al lado de paredes completas cubiertas de luminosos penes multicolores que perturban e inquietan, y mantas compuestas de argollas y aros simulando vaginas para masturbarse que uno va descubriendo con el consabido temblor de las manos (y la entrepierna).

La extensa galería de fetiches representados en los escaparates por maniquíes vistiendo variedad de calzados, lencería, uniformes militares y otros aparejos, no te permitirá creer que ese tipo bigotón y fornido, tan machote en la foto, haya sido mujercita alguna vez. No encontrarás aquí discriminación, censura ni reproches. Homosexuales, bisexuales, transexuales comparten espacio con robots, mamíferos e insectos ensayando diferentes posiciones copulatorias.

A lo largo de un corredor se despliega una línea de auriculares rojos que te desafían a probar una suculenta sesión de sexo telefónico. El área aledaña de perfumería y aromas exóticos potencian tu libido. Entiendes ahora por qué el anuncio del vestíbulo es recordado continuamente con pequeños y graciosos letreros, según vas penetrando en territorios más calientes.

(LEE EL ARTÍCULO COMPLETO EN LA REVISTA LIMA GRIS 8)

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