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Museo de San Marcos sorprende con muestra de arte contemporáneo

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Fotos Eduardo Cochachín

El Museo de Arte Contemporáneo de San Marcos abrió sus puertas el pasado viernes, en una noche que auguraba algo más que buenos tiempos.

Es la tercera edición de un proyecto que inició el año 2010, con una importante colección de arte contemporáneo, un precioso edificio que lucía patios renovados y amplios ambientes para la charla, el descanso y la lectura, las ganas acumuladas de un equipo dirigido impecablemente por Germán Carnero y el desprendimiento de artistas, coleccionistas, empresas auspiciadoras y amigos. Tuve la suerte de toparme con este proyecto a inicios del año pasado y desde octubre formo parte de él.

Estos últimos meses han sido intensos, se descubrieron espacios contiguos a la primera sala. De pronto, los rastros de molduras que habían quedado en una de las paredes no estaban allí en vano, se hurgó un poco en la historia del edificio y todo lo demás cayó (literalmente) por su propio peso. El aire denso desapareció con los días, tal vez semanas, pero la energía permaneció, habitando las estrechas (claustrofóbicas) salas. Energía acaso reencarnada en la novia, instalación del artista Eduardo Llanos, que combina la luz tenue del indecente clima limeño con la de los potentes reflectores que yacen debajo, suspendiendo la escultura acéfala, entre lo sagrado y lo profano. El olor decadente de las plantas muertas detienen el tiempo y juegan con un espacio ajeno ¿ajeno? me refiero al Panteón de los Próceres, que aún no advierte la presencia de nuestro ojo usurpador.

Se han implementado alrededor de diez paneles y una larga estructura se camufla en la intimidad del corredor, recursos que han hecho posible el montaje de casi 50 obras, logrando así elevar considerablemente el número de trabajos expuestos (más de 200) y en particular aquellos que pertenecen al riquísimo acervo fotográfico con que cuenta la colección. Los trabajos de Lorry Salcedo, Roberto Huarcaya, Carlos el “chino” Dominguez, Reynaldo Luza, entre otros, consolidan la presencia de un ejercicio de larga data en nuestro país: la fotografía. Larga data y plena vigencia vemos en la obra de Roberto Cores, artista, coleccionista, gestor cultural y crítico de arte, que nos presenta el producto de un largo estudio que lo viene inquietando por más de 25 años, la extrapolación de un arte espontáneo, anónimo, efímero y perseguido, fotografías de pintas y grafitis que viajan en su lente de las calles al pulcro espacio de una galería. Sin embargo no es una vulgar apropiación lo que Cores propone, tampoco se reduce a la absurda documentación de lo cotidiano, no, Cores selecciona y dispara atendiendo a criterios estéticos de color, forma y textura, pero a la vez, a los requerimientos de un ojo educado por la urbe, hermenéutica parietal, filología imposible.

Las obras fueron despojadas de sus marcos, aligerando el peso físico y visual que la quincha de nuestras paredes recomienda y logrando el brote, la emanación de las historias contenidas. Los limitados recursos con se cuentan, anulan toda posibilidad para llevar a cabo políticas de prevención y preservación (realidad compartida con otras instituciones) haciendo que la conservación y la restauración sean condiciones sine qua non para una buena gestión. El Museo presenta obras de gran formato como la de Luis García Zapatero (s/t, serie Selva), colores que yacían bajo una gruesa capa de polvo endurecido por la humedad y que solo nos permitía apreciar la extraordinaria sinuosidad del relieve. A punta de brochas, pinceles y rociadores la restauradora Victoria Morales logró una perfecta coherencia entre la obra y la serie a la que originalmente pertenece, el páramo se torno selva.

Una inacabada pero preciosa obra de Ángel Chávez llegó al Museo, permanecía muda ante nosotros, entendimos entonces que solo la experiencia del restaurador Hugo Paliza lograría un diálogo y así fue, vimos aparecer, mágicamente, un ave azul en la parte inferior del cuadro. Detrás, unos personajes progresivamente empequeñecidos creaban, a través de la perspectiva, la atmósfera de un cálido pueblo. Obras como las de José Tang, Luis Zevallos, Bruno Zeppilli, Tania Bedriñana y Armando Villegas, también fueron restauradas. Por otro lado, reconociendo las limitaciones y aceptando la ayuda desinteresada de los mismos artistas se logró la restauración de obras tan delicadas como las de Teresa Carvallo o Rafael Hastings.

Se siente la ausencia de artistas renombrados como Tilsa Tsuchiya, Alfredo Alcalde, Miguel Ángel Velit, Joselito Sabogal, Rember Yahuarcani, Christian Bendayán o Alfredo Márquez, cuyas obras custodia el Museo en sus depósitos pero que, junto a otras, no se exponen por falta de espacio, molestoso enemigo, como es el caso, del mérito y la calidad plástica. También hay vacíos a los que nos somete la divina providencia, en la adquisición de las obras no media moneda alguna, el desprendimiento, la donación, es el único acicate de la colección de obras que en otras circunstancias se traducirían en sumas intraducibles. Seguimos a la espera de un Sabogal, un Humareda o un Eielson «SE BUSCA».

El Museo es también escenario de artistas jóvenes como Pablo Patrucco, José Luis Carranza, Eduardo Cochachín, Annie Flores o Nereida Apaza que corroboran la indiscutible vitalidad de la plástica nacional.

Hace unos meses escribí un texto criticando la ausencia de videoarte en esta institución, la recurrente confusión con la documentación visual de performances y un circuito interrumpido (Del evento al Museo), solté en él un comentario irresponsable, pesimista. No pude estar más equivocado y me alegra, en esta tercera edición encontraremos la obra de Diego Lama uno de los máximos representantes del videoarte en nuestro país.

El Museo de Arte Contemporáneo, no presenta solo arte contemporáneo sino también arte moderno, va de la década de los veinte a obras del pasado 2013. Es, en resumidas cuentas, un  Museo de Arte del corto siglo XX, del joven siglo XXI y del ahorita, del presente.

La curadora, Élida Román, ha organizado las salas rompiendo con todo criterio cronológico, no cree en la periodificación clásica, tampoco en el anacronismo de los estilos pictóricos, dispone los trabajos bajo criterios puramente estéticos. Podemos discrepar, creer, como yo, que el museo tiene una naturaleza principalmente pedagógica, pero el trabajo constante de Élida Román no puede menospreciarse, está presente en los colores de las salas, en la selección de las obras, en el uso de los espacios, en la elevación de las esculturas, en las luces, en las bases, en las conversaciones telepáticas entre las obras que tejen mayas invisibles y que podemos percibir apenas ingresamos.

Pero el Museo es también una intervención inconclusa, una obra abierta, que no tiene ningún sentido si no se visita, por eso permítanme invitarlos: El Museo de Arte Contemporáneo los espera de Lunes a Sábado de 10 am a 1pm y de 2pm a 5pm. Si vienen en las mañanas me encontrarán, esta es una petición más que un ofrecimiento, me interesan sus impresiones. Hasta entonces.

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