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¡Muevan las industrias!

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Hoy por hoy, el término “industria” aún no está ligado a la historieta nacional: producir, editar, imprimir y distribuir historietas no es un negocio rentable en nuestro país. Si usted está buscando hacerse de sendas sumas de dinero para asegurar el futuro de su familia, por favor, pare de leer este artículo y en lugar de ello infórmese acerca del mercado de bienes raíces. Si, por el contrario, usted pertenece al linaje de idealistas irresponsables acostumbrados a morir en el intento y resucitar al tercer día, sea usted bienvenido.

Muy aparte de las licencias extranjeras, las cuales han demostrado producir ciertas ganancias en un entorno ávido de material fresco y con aroma a USA, la historieta hecha en casa aún no cuenta con un paradigma, un modelo de rentabilidad. Esto no quiere decir que no exista una fórmula efectiva, sino que sencillamente aún no se ha descubierto. Y eso porque nosotros, autores y editores, no nos avocamos a buscarla: estamos acostumbrados a malbaratar la cultura, en un acto de humildad venenosa. Si lo nuestro es el fanzine y el circuito contracultural, las ventas directas deberían bastarnos, y la discusión termina ahí. Si no, pues deberíamos intentar y equivocarnos. Pero intentar. Y, antes de intentar, hacer un examen de conciencia y evidenciar los errores que nos aquejan (todavía hoy) y que nos impiden siquiera aspirar a la industrialización.

Partamos por el contenido. La historieta, si bien es cierto se desarrolla a través de imágenes, tiene a la palabra como uno de sus componentes principales (en la gran mayoría de los casos). Por lo tanto, un texto abundante en erratas jugará siempre en demérito del producto. Más aún, la calidad gráfica también se verá afectada, pues la experiencia de leer una historieta mal escrita siempre será negativa, sin importar la destreza y laboriosidad que el ilustrador haya aplicado en cada viñeta. Ayudémonos, y corrijamos.

Otro aspecto importante es la escasez de equipos creativos. En el Perú uno suele toparse con dibujantes excelentes, que por fuerza o vanidad terminan ahogándose en el pantano del guión. Hace algunos años se decía que la oferta de guionistas en el país era escasa o nula. De un tiempo a esta parte, han aparecido algunos entusiastas dispuestos a llenar ese vacío. Que no tendrán los fundamentos teóricos ni el millaje requerido pero, a no ser que se apunte a producir un éxito de ventas de proyección internacional, su buena disposición debería bastar. Y si el talento nacional no convence, siempre queda el contacto virtual. En Latinoamérica hay infinidad de ilustradores y guionistas inéditos, dispuestos a ganar experiencia y compartir ganancias por derechos de autor.

Imaginemos que saldamos los escollos anteriores. Imaginemos ahora que tenemos un producto de buena calidad, elaborado por un talentoso equipo creativo, con una portada impactante, correctamente diagramado y listo para imprimir. ¿Sigue entonces correr a imprenta y decidirnos por la opción menos costosa? No. Si apuntamos a elaborar un producto competitivo para el mercado impreso, nuestras referencias inmediatas en cuanto a formato y calidad deberían ser las internacionales, muy a pesar de nuestras posibilidades económicas. Si la caja fuera acaso demasiado estrecha, convendría publicar en formato digital. El estrés siempre será menor, los costos casi nulos, y las barreras distributivas mucho más fáciles de flanquear.

Pero el aspecto más duro quizás sea el de la distribución. “Controla la distribución y controlarás el mercado”, dicen por ahí. Pero, ¿Cómo hablar de una distribución eficaz, si muchas librerías no aceptan “revistas”, y entre aquellas que las aceptan muchas liquidan a destiempo o recurren al silencio cuando los historietistas exigen las ganancias que por derecho les corresponden? Por desgracia, una vez cerradas las puertas de las grandes librerías, solo queda distribuir en tiendas y ferias especializadas. Y, así, la historieta nacional se sigue auto-consumiendo, como ha venido sucediendo desde siempre. Pregunto yo: ¿Hasta cuándo dependeremos de los eventos del mes para ofrecer nuestro material? ¿Cuántos lectores potenciales suelen evitar este tipo de reuniones? ¿Cabe pensar en una plataforma eficaz de distribución, que evite en lo posible a los intermediarios comunes y expanda a su vez nuestro rango de acción?

En fin. Son muchas las cuestiones a debatir, si realmente queremos consolidar una industria de la historieta en el país. Seguramente muchos no llegaremos a ver el desenlace de esta novela. Quizás yo mismo sea uno de los que caigan en el camino. Sin embargo, creando y difundiendo, logramos afianzar de a pocos no la industria en sí, sino el amor por la historieta, y el respeto por el gran esfuerzo que conlleva su producción. Eso, al menos, es un inicio.

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