El jueves 3 de noviembre, a las 7:30 de la noche, la Sala Germán Kruger Espantoso del Instituto Cultural Peruano Norteamericano de Miraflores inaugura una muestra excepcional, incluso excéntrica. Una articulación de materiales diversos relacionados todos a Moico Yaker para ofrecer de él no la habitual retrospectiva sino una introspectiva. Una mirada interior, una mirada retraída hacia las complejidades de una trayectoria donde las tradiciones andinas se confunden con las mediterráneas, la Escuela Cusqueña con la Española, la cábala con el Concilio de Trento, Gil de Castro con Sandro Chia… Y natura con cultura.
Cruzamientos pictóricos que en parte reproducen los de la experiencia vital de Yaker, quien en plena adolescencia pasa de un colegio militar provinciano en el sur peruano a escuelas de arte cosmopolitas en París y en Londres, estudiando también arquitectura, literatura, filosofía, historia. En 1982 vuelve a nuestro país con treinta y tres años de edad y un largo, accidentado periplo por Estados Unidos, Europa, Israel y Venezuela. Empieza entonces a definirse como «una curiosa mezcla», un artífice «sudamericano-oriental-arequipeño y judío», en busca siempre de «ese enganche astral entre los Andes y Jerusalén».
Al vislumbre de esas conjunciones se aboca esta muestra, en la que la curaduría de Gustavo Buntinx y las propuestas de Micromuseo (“al fondo hay sitio”) contaminan la selección de trabajos culminantes (muchos de ellos inéditos) con bocetos y esbozos repentistas, además de elementos varios tomados de la cotidianeidad íntima del artífice: fotografías, libros, adornos, cuadernos, parafernalia doméstica… El resultado apunta hacia una musealidad mestiza, una musealidad promiscua, atenta no sólo a las obras sino a la complejidad contextual del proceso que les da origen y sentido.
Una densidad tanto personal como histórica. Yaker se proyecta desde hace tres décadas como una presencia crucial en nuestra escena plástica, una figura fundacional para lo que luego se consagraría como el gran (neo) barroco peruano. Decenas de exposiciones –nacionales e internacionales– así lo evidencian, al igual que una retrospectiva mayor acogida en México por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) en 1996. Durante toda esa trayectoria –y en la que hasta ahora continúa– ha logrado un excepcional registro sensible de algunas de las extremidades más sensibles de la experiencia política y cultural de nuestra sociedad contemporánea. Incluyendo la violencia y la dictadura, pero también las respuestas lúbricas a todo ello por parte de la libido artística.
Lúbrica y espiritual: el arte de Yaker es fundamentalmente religioso. Así al menos procura demostrarlo esta exposición desde su propio título, que recupera el sentido aglutinador otorgado por ciertas etimologías al concepto de religión cuando se lo vincula a la locución latina religare. Una vocación copulativa que articula la creatividad proliferante de su obra tan mezclada.
Su obra tan mestiza. En imágenes y sentidos, sin duda, pero también en técnicas y medios expresivos. A lo largo del trabajo de Yaker el repertorio consabido de pinturas, dibujos y esculturas, se ve tensionado por videos, objetos encontrados, e incluso producciones mixtas realizadas al alimón con imagineros populares del más diverso tipo: tallistas, orfebres, hasta ceramistas de Chulucanas. Todo ello puesto en despliegue por esta exhibición, atenta tanto a las tensiones plásticas de sus lenguajes como a las intensidades conceptuales de sus relaciones.
Sus complejidades y contradicciones. Yaker es un artífice judeo-cristiano, en el sentido más literal del término. En su vida y en su producción las visiones de ambas tradiciones milenarias se abisman en un fecundante intercambio de fluidos. Y en una metafísica no dogmática, talmúdica, donde todo está siempre bajo discusión. Una búsqueda agónica de comunión y de comunidad, ante la ausencia clamorosa de ambas bajo nuestros desamparados, nuestros desangelados tiempos sin Dios.
El resultado es un formidable derrame del deseo. Una pulsión portentosa. Místico-libidinal. Y artística.
(Esta nota recoge fragmentos del ensayo curatorial de Gustavo Buntinx)