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Mitos acerca del guión de historieta

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El eternauta (Oesterheld, Solano López)

Valga una precisión inicial. Toda historieta, por inspirada o insípida que esta sea, se sostiene en dos pilares fundamentales: el dibujo y el guión. Ya sea que este último haya sido confeccionado por el propio ilustrador o por un profesional específicamente dedicado a la materia, lo cierto es que toda narración discurre a lo largo de una senda pre-establecida. Y quien quiera prescindir de lo dicho deberá estar listo para prescindir también de una cualidad esencial de la historieta: la coherencia.

A quien diga entonces que el guionista es una pieza importante en el proceso creativo de una historieta, no le faltará razón. Pero no es menos cierto que el objetivo de un buen guión es el camuflaje: cuando menos se hagan notar las costuras narrativas, pues mejor. Es decir, un buen guionista es aquel que hace de su trabajo una presencia invisible dentro de la obra, y que no entorpece el flujo de la acción con acrobacias retóricas innecesarias, por elegantes y agudas que estas puedan parecer.

Muchas cosas se dicen acerca de quienes nos hemos dedicado alguna vez al oficio de no dejarnos ver, o acerca de nuestra producción. Como ocurre con todo, algunos de esos chismes suelen ser absolutamente falsos, y no sorprende que sean los mismos que a la larga terminan transformándose en mitos (a fuerza de divulgación, gracia o qué sé yo).

El que escucho con más frecuencia es también el más pretencioso, aquel que dice que el guión de historieta es un guión televisivo o cinematográfico que no se llegó a filmar. Esta es una consecuencia lógica del menosprecio con el que se suele tratar a la historieta, hasta el punto de considerarla la hermana menor del cine. Cierto es que dichas disciplinas tienen abundantes aspectos en común, como los referidos a planos, ángulos, ejes, encuadres, iluminación y demás componentes visuales. Sin embargo, el formato del papel, la técnica de entintado, la composición de página, la forma y tamaño de la viñeta, la tipografía, el estilo de dibujo y las onomatopeyas, entre otros tantos, son problemas que atañen exclusivamente a la narrativa gráfica, y cuya solución recae (la mitad de las veces) en el guionista.

A menudo un guionista de cine o televisión se anima a probar suerte en el mundo de la historieta. Algunos incluso llegan a ser populares, pero esto no los hace necesariamente buenos. Anote lo siguiente: cuando hojee usted una historieta cuyas páginas no sean más que una sucesión de viñetas horizontales y diálogos sarcásticos, es probable que esté ante la obra de un inmigrante del cine o la televisión (mal) avocado al arte de las viñetas.

Animal Man Nº 26 (Morrison, Truog)

El segundo de los mitos, merced a la repetición constante, parece haberse transformado en verdad para más de un autor: en el guión de historieta, el conflicto debe resolverse a través de una escena de acción. Resolución “de acciones”, sí, pues la historieta no suele soportar personajes ni situaciones excesivamente reflexivas, lo cual no quiere decir que reduzcamos todo clímax a una lucha, ni toda motivación a un objetivo físico. Es necesario soltar la mano de Field y McKee de vez en cuando, y tomar riesgos narrativos (calculados, eso sí).

En general, la relación con los postulados de los dinosaurios del guión debe ser de sana curiosidad, mas no de dependencia. ¿Es necesario conocer la diferencia entre clímax y desenlace? ¿Nos conviene acudir a Field para repasar los conceptos de puntos de giro, pinzas,  detonante y punto medio? Absolutamente. Más aún, diría que es absolutamente necesario, pero no hasta el punto de recitar candorosamente las páginas del Manual del Guionista antes de embarcarse en un nuevo proyecto. Vale más comparar estos lineamientos con las teorías de Carrière, Chion o Huet, y guardarnos lo más útil de este ejercicio.

Por último, el tercer y más truculento de los mitos: para escribir un guión de historieta conviene no leer historietas. A veces, el optimismo puede jugarnos en contra, y hacernos creer que somos tan talentosos que podemos condensar nosotros solos las propuestas de una multitud genealógica de artistas. Es decir, si realmente se considera usted tan brillante como para construir de la nada personajes tan enigmáticos como los de Pratt, planteamientos de página como los de McCay, situaciones tan sinceras como las de Jason y que tengan lugar en escenarios tan asombrosos como los de Moebius, hágale un favor a la historieta, estudie a estos grandes autores y utilice su propio genio para ir desde aquel punto en adelante. Generaciones enteras se lo agradecerán, y quizás hasta lo ignoren cuando haya evolucionado usted lo suficiente.

Y así, por el estilo. Se habla mucho, y con frecuencia, acerca de la historieta y sus guionistas. Quienes nos damos por aludidos tenemos dos opciones: seguir replicando en orden y con letra clara, o mantenernos a la orilla del debate y continuar ejercitando nuestra creatividad y disciplina, cada uno desde su trinchera. La decisión es fácil.

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