Opinión

Misterioso objeto al atardecer, de Apichatpong Weerasethakul (2000)

Lee la columna de Mario Vastro Cobos

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¿Qué convierte a un documental en ficción y viceversa? Si es que vale la diferencia. Esta película no contiene la respuesta ni lo pretende, pero plantea el asunto de la forma más estimulante. Lo que me lleva directamente a esta otra pregunta: ¿quién sabe si la ficción es ‘en realidad’ lo único que podemos hacer con nuestras vidas? Y sí, nadie en efecto podría decir cuál es el punto exacto en que imaginación y recuerdo se confunden, se vuelven la misma cosa. Lo que sigue es pensar en qué clase de territorio estaremos.

Y queda ¡por si fuera poco! la inquietante cuestión de ‘qué es’ esta cosa. El misterioso objeto. Podría ser el placer de un juego que no tiene fin. Entre la filosofía y la mística podríamos decir que El Uno es Múltiple. Dejando ese misterio aparte, la película en cuestión hace explícito el mecanismo, el dispositivo, la fuente misma de donde nacen o mejor dicho se inventan o se cuentan las historias. Un verdadero manual de instrucciones para burlarse de la historias fatalmente unívocas y lineales, o es que estamos en presencia de la alucinante máquina de hacer historias a gran escala, valorando y explicitando las variaciones, en vez de esconderlas.

De la manera más casual una historia sentida y trágica da paso a otra, totalmente juguetona y que está sujeta a toda clase de metamorfosis. Las variaciones se suceden de manera tan natural como asombrosa. La imaginación es un delirio que parece perfectamente razonable, como la aplicación de un mecanismo biológico o el desencadenamiento de una fructífera obsesión. ¡La respiración normal de la mente! El goce de la fabulación, nuestra capacidad para creerlo ‘todo’ con tal de que sea increíble, la libertad inaudita que nos convierte a todos o mejor dicho nos descubre como engranajes de un inmenso y armónico mecanismo… Parte irrenunciable de la ética de contar historias. Todo puede suceder…  

El primer largo de Weerasethakul me produce la misma fascinación que la primera vez. Creo estar en una dimensión nueva, o tal vez en la más antigua de todas. Me refiero al sueño u objetivo muy despierto de los surrealistas de unir realidad y ensoñación, de reintegrar todas nuestras partes diseminadas, nuestras potencias y potencialidades, en un solo movimiento de vida.

(Columna publicada en Diario UNO)

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