Eran los tiempos que soñaba con unas zapatillas “Tigre”, veía a Kike Pérez en “El rincón del Box” y su programa de autos en América TV. Escuchaba Radio Panamericana y fanático de “El Tocadiscos” de Pepe Jarufe. Despertaba con el noticiero de Guido Díaz Rivera , leía “Teleguía”, “La Crónica”, “La Tercera”. Gritaba los goles de la selección peruana en las eliminatorias de México 86,(no me identificaba con Cubillas sino con Barbadillo y Uribe), me divertía con “Risas y Salsa” (de ley esas imitaciones que hacían a Luis Alberto Sánchez, Olivera, Luis Bedoya Reyes o Fernando Belaunde) y “ Los Detectilocos” con las locuras de Jenni Negri, Ricardo Fernández y Ricky Tosso. Quería bailar como Michael Jackson (no me perdía ni uno de sus videoclips o las ceremonias de los Grammy que transmitían por televisión donde lo ganaba todo) y tener el coraje de Rocky Balboa venciendo a todos sus miedos. Un solo televisor para toda la familia y gaseosa familiar solo en fiestas importantes.
Fueron años de “El samurái fugitivo”, “Falcon Crest”, “El Crucero del amor” o la legendaria “Dinastía” contando los entretelones perversos de los Carrington, de “La pequeña maravilla”, “Mi bella genio” o las aventuras de “Abbott y Costello”. Eran los tiempos de la rivalidad de Gorbachov y Ronald Reegan, del accidente del Challenger, de las colas del gobierno de Belaunde y del primer gobierno de Alan García Pérez con inflación y caos y pagando en las tiendas con kilos de monedas o vales. Eran los tiempos cuando pasaba por los parques y los chicos encendían sus grabadoras (cargadas con ¡doce pilas Rayovac!) para bailar Break Dance o la gente masticaba chicles y salían en patines de 4 ruedas y por las radios sonaba “Patinando” de los Rollets (alto producto peruano). Eran los tiempos donde sabíamos de memoria “Manos morenas” de Tomas Escajadillo mientras seguíamos los partidos de nuestra selección de vóley por la cual madrugamos para ver el partido que jugaban contra la Unión Soviética en Seúl 88. Eran los tiempos cuando canturreaba a Bon Jovi y me enamoré de Cyndi Lauper y movía las manos y los pies como helicóptero en mi cuarto cantando “Girls Just Want To Have Fun” . Uno esperaba ansioso la nueva locura de Madonna. Eran tiempos cuando la chicha irrumpía la TV con el glorioso Chacalón y Los Shapis eran como Los Beatles estaban por todos lados hasta en el cine o caseritos de “Trampolín a la fama”. Era tiempos de mi socialismo primitivo y odio a la derecha. Eran los tiempos cuando odiaba a Mario Vargas Llosa por pituco y yo juraba derrumbar –algún día- este Estado criminal y miserable. Una choledad infantil y un tanto chusca llena de mezclas(todas las sangres y todos los ritmos corriendo por mis venas) y cursilerías pueblerinas como cuando la gente tomaba el bus para dirigirse al Cercado de la ciudad y preguntaban: “ ¿vas a la población?”. Éramos sanazos.
Cuando tenía 30 años aborrecía la sola mención de la década 80, me parecía poca cosa (a pesar de las tantas cosas vividas) me aburría su temperamento de década ingenua nada revolucionaria ni poética. Mis gustos, parafraseando al amauta Mariátegui, más que cambiado habían madurado. La juzgaba desde la edad de mis preferencias (rock y balada) o mi culturita de héroe fracasado de mi tiempo y porque siempre decía que hubiera deseado vivir en la gloriosa década de los 60 cuando parecía que el mundo se reinventaba a cada segundo. Y de tanto abominar los ochentas ahora voy comprendiendo ese aprendizaje de mi nostalgia y me sale fuego con llanto cuando revivo esa década. Lo cual no tiene que ver con estéticas surrealistas o esquemas repletos de respuestas inteligentes de cada travesura, enamoramiento o depresión que uno vive sino con la carga brutal y espontanea que es como viene el rio de la vida: con risas, palos y piedras y nos marca para siempre como los versos telúricos y salvajes de Chocano.
Y aquel grupo nacido en Pueblo Libre y fundando por una patota que parece salido de un señor campechano que bautiza querendonamente a sus hijos como Pocho, Chachi y Cucho para que nunca olviden el linaje. Unos jovencitos inquietos deciden fundar “Royal Institution Orchestra” así como leen amigos, sin panegíricos estetas lo redujeron simplemente a Rio. Como un reflejo de su tiempo solo querían divertir desde su música y hacer algo de plata. No pretendían dejar escuela o revolucionar el género para inscribir sus nombres en la enciclopedia del buen gusto o computarse los sucesores de The Rolling Stone o que los recuerden como uno evoca a Sui Generis, Mozart o Bob Dylan. Pero esta Lima ochentera no eran una ciudad modelo o pacifica era el caos solo que sin alta definición y sin malls y con los coches bombas que dejaba Sendero. Como lo dijo el gran pensador Pedro Suarez Vertiz( yo lo interpreto a mi manera), practicaban una música evasiva ante los sombríos años.
Vienen a mi inocente memoria cuando esperaba a la chica de mi colegio para decirle un hola y nada más. Afuera sonaba en una radio “Todo estaba bien” que dice así: “Cada instante de haces dueña de mi / cada locura que tu hagas es por mí y todo sigue igual y poco a poco nos dejamos llevar/todo estaba bien, pero llegaste tú”. El soundtrack de mi vida, los primeros latidos de un corazón infante esperando la turbada adolescencia. La música de Rio se me revela en todo su esplendor en los ochenta. Sus letras instintivamente me las sé de memoria algo que no puedo hacer ni con los mejores versos de mis poetas favoritos. Bailamos (es un pervertido atrevimiento de alguien que no sabe mover el cuerpo) sus canciones se escuchaban en la fiestas de promoción, en las actividades de las APAFAS o cuando llegaban los juegos mecánicos y la juventud iba ganarse una Guinda por bajarse con unos conejos. Eran los tiempos cuando la universidad (tan lejana y maravillosa) era una cosa de locos y los televidentes esperábamos sentaditos el nuevo programa o la más reciente novela y mis padres no podrían pagarme un viaje a Londres y ni yo podía tener unas zapatillas “Tigre” pero si pude, comprarme, gracias al bendito capitalismo décadas después unas Reebok. Pero, eso ya es otra historia. Mejor vamos por unas cervezas (abstenerse los que beben las artesanales. No pe, causa.) y nos bebemos la vida con “Ese amargo amor” cantada por Chacalon Jr., aquella voz ronca y de pura esquina.