Por: Raúl Villavicencio H.
Alejada desde hace muchos años de los espectáculos teatrales, la mirada lasciva y los comentarios viperinos, Micaela Villegas, ya de 70 años, aguardaba pasivamente la llegada de la muerte. Recostada en su cama mortuoria, pasaba las tardes conversando de temas disparejos con sus sirvientas y uno que otro familiar que acudía a verla.
Una tarde de esas, aquella mujer que atrapó la atención de toda una ciudad por sus arrebatos y tormentoso amorío con un virrey, pudo contarle plácidamente a una de sus empleadas la historia de su tan polémico apelativo.
Doña María, como respetuosamente se dirigían a ella los trabajadores de su hacienda, en su momento de plenitud, contaba, fue una talentosa actriz y cantante que desde muy temprana edad aprendió a ser el centro de atención de galantes de buena cuna y apellido, sin embargo, existió solo uno que la terminó cautivando con promesas y dádivas propias de un gran y poderoso señor ibérico.
Él, casi cuarenta años mayor que ella, había perdido la cabeza por aquella mujer que le devolvía de manera momentánea aquel vigor y virilidad que tuvo en su juventud. Desnudos y recostados luego del clímax, el virrey Amat, completamente desarmado por la feroz sensualidad de su amada, era incapaz de negarle cualquier petición de su querida ‘Miquita’. “Lo que tú deseas mi querida “peti-xol”, lo que tú desees”, repetía el rollizo anciano que no hacía más que contemplarla, extasiado y sudoroso.
La anciana mujer le confesaba a su oyente que “peti-xol” significaba en catalán “pequeña joya” y que así le decía el virrey cuando este quería complacerla con algo. Sin embargo, como dice el dicho que las paredes tienen oídos, sus sirvientes en aquel entonces escuchaban, confundidos por el griterío y los gemidos de los amantes, “perri choli”. Es así como surge tal apelativo.
La aristocracia limeña de la época, que nunca vio con buenos ojos aquella relación, utilizó esa mala interpretación para dirigirse a ella como la “Perricholi”, pues consideraban que solo estaba con el virrey para obtener fortuna y crecer dentro de una sociedad regulada por los chismes e historias contadas por terceros. Fue así, dice ella, como quisieron perjudicarla moralmente, valiéndose de sus caprichos e impulsos que varias veces la terminaron señalando como una mujer díscola, procaz e insolente.
(Columna publicada en el Diario Uno).