Cultura

Ministerio de Cultura: “Un cuento de nunca acabar”

Published

on

Ayer juramentó como decimocuarto ministro de Cultura Alejandro Neyra Sánchez. Él es un diplomático de carrera que además cumple con el oficio de escritor y durante el régimen de PPK también estuvo al frente del ministerio apenas por setenta y seis días. Eso sin contar que anteriormente estuvo al mando de la Biblioteca Nacional del Perú, y también fue director del Centro Cultural Inca Garcilaso de la Cancillería. Es decir, su meritocracia para esta nueva designación obedece a que ostenta galardones académicos concretos, pragmáticos y factuales, lo que para cualquier gurú especialista en manejo de imagen institucional significan logros palpables y que por consecuencia lo ponen como la pieza ideal para que resuelva los eternos problemas de aquella cartera. El currículo del nuevo ministro Neyra suena rimbombante, pero me temo que aquella rimbombancia por el momento encaja en el plano de lo políticamente correcto.

Creo que hoy podemos afirmar que el expresidente Alan García creó el ministerio de Cultura en 2010 para darle caché a la estructura de nuestra política nacional, ya que ese sector lo poseen mucho antes: Brasil, Colombia, Argentina, Chile, Ecuador, Uruguay, e incluso Bolivia, cuya creación fue un año anterior que Perú. Y en pleno siglo XXI Perú no podría quedarse atrás.

Sin embargo, nuestro país desde 1972 ya tenía un pequeño organismo público descentralizado y medianamente efectivo en gestiones de cultura y sobre todo en la conservación y preservación del patrimonio cultural, en especial el material. Me estoy refiriendo al Instituto Nacional de Cultura (INC) que para variar estaba adscrito al ministerio de Educación; no obstante, aquel pequeño ente tuvo que verse absorbido por el nuevo Mincul. A pesar de eso, recuerdo a Santiago Zavalita y no puedo evitar preguntarme ¿En qué momento desapareció el INC?

El ministerio de Cultura fue lanzado con bombos y platillos y como cereza del pastel se inauguró al año siguiente un Gran Teatro Nacional de estilo posmoderno que le costó al Estado nada menos que 280 millones y que para mantenerlo tiene que desembolsar 10 millones cada año. Por su parte, los ortodoxos defensores de la creación del ministerio de Cultura inciden en el argumento de que estamos a la altura de las grandes capitales del mundo, porque eso significa una clara muestra de institucionalidad y esfuerzo para reivindicar a nuestra cultura, arte y patrimonio arqueológico a los ojos del mundo. 

Todo eso suena bonito y altisonante, pero mejor bajemos al llano y hagamos la pregunta de rigor ¿Cómo vamos por casa?

El ministerio de Cultura en Perú parece haber sido inspirado en una película de terror al estilo de la Profecía, porque cada uno de sus ministros luego de haber asumido la cartera termina maldito, desprestigiado, vapuleado, y malhumorado; como se diría en términos televisivos quemado. ¿Las razones? Evidentemente son distintas; empero, no se puede negar que entre esos quemados y quemadas ha habido profesionales que a lo largo de sus vidas han construido sus carreras de forma prolífica y por ello obtuvieron prestigio en sus especialidades, pero ni siquiera con esos pergaminos pudieron administrar un ministerio, ni lograron megaproyectos ni gestiones eficaces en su sector.

Ministro de Cultura, Alejandro Neyra. Foto: Miguel Mejía Castro.

Entre ellos tenemos a Juan Ossio, Susana Baca, Luis Peirano, Ulla Holmsquist, Francisco Petrozzi, e incluso la propia Sonia Guillén cuyo puesto inevitablemente rodó como cabeza de turco. Ahora bien, entre los casos más deplorables se encuentran Jorge Nieto Montesinos, Patricia Balbuena, Rogers Valencia, Luis Jaime Castillo (a pesar que su primo Phillip Butters le haya hecho constantes cherrys en la radio). En cuanto al caso de Diana Álvarez Calderón (la ministra que por oficios de Nadine Heredia fue la que más duró en un ministerio de Cultura) resulta de por sí aterrador, porque desde que en su discurso de investidura mencionó que Choquequirao era una Huaca, vislumbramos al instante que iba a ser la peor ministra de Cultura; hasta ahora no comprendo por qué esa señora se mantuvo tres años en la cartera (junto a su viceministra Patricia Balbuena).

Aquí no se trata de ser un feroz cancerbero, ni adoptar el papel de un demoledor implacable que solo pretende desprestigiar gratuitamente y sin razón alguna a una importante entidad del Estado. Claro que no, pero tampoco se puede defender lo indefendible, y si algo no da para más y no funciona, entonces hay que decirlo porque nosotros también somos parte de la cosa pública, porque somos y adoptamos el rol de administrados, y tenemos todo el derecho de cuestionar y descalificar a los administradores si es que estos no cumplen a cabalidad con su verdadero rol. En ese sentido el ministerio de Cultura no funciona, porque si en diez años de ejercicio ininterrumpido aún no se han dado el menester de elaborar un registro genuino y descentralizado de artistas y gestores, menos lo van a hacer ahora.

¿El ministro Alejandro Neyra podrá batallar contra aquella metástasis que sufre el Mincul? La verdad, creo que no. Él no podrá con unas Industrias Culturales que no existen, con un DAFO argollero, con una Ley de Libro y de Cine muertas; con un Viceministerio de Interculturalidad que como premio consuelo solamente otorga certificados a los profesores quechua hablantes, y que no integra de manera sincera a las culturas de todos los rincones del país como dicta la verdadera concepción de interculturalidad, porque su Academia Mayor de la Lengua Quechua es cada vez más invisible; con una Dirección General de Patrimonio Cultural que flagrantemente viola su verdadera naturaleza de protegerlo, porque generalmente le quita potestad a sus propios arqueólogos para que protejan las Huacas que habitualmente se vienen destruyendo, y porque otorga los denominados Retiro de Condición de Patrimonio Cultural de acuerdo al capricho del poderoso que lo solicite, como así lo solicitó en su momento el propio Martin Vizcarra en su casa de Moquegua, y como así lo otorgó don Panta Salvador del Solar cuando le concedió a El Comercio la potestad de destruir el Monumento Arqueológico Prehispánico Pando 540, porque estorbaba y estaba ubicado en la cochera de su sede de Pueblo Libre; con un Archivo General de la Nación que no puede detener los robos sistemáticos de sus joyas documentarías; con una Biblioteca Nacional que el propio Neyra (me refiero a Alejandro, porque ahora es Ezio Neyra el que está al mando) no pudo reorganizar en su momento.

Así están las cosas, es lamentable reconocerlo y claro que duele, pero el ministerio solo ha demostrado que tiene potencial para algo. Su potencial se reduce a ser cantera y agencia de empleos con sueldos dorados para los grupitos hegemónicos de culturosos, y que incluso en las redes sociales se mantienen calladitos porque así se aseguran de cautelar la chambita que podría caer en cualquier momento. En ese sentido, durante los últimos años se ha utilizado el armatoste de la avenida Javier Prado como una Babilonia y/o una Pompeya para realizar festines, extrañas contrataciones y CAS arreglados, cenas, viajes y eventos coloridos para agasajar a la manchita nice que generalmente es de la Pontificia (se dice que esa dinámica de cofradía cerrada de la Cato, la instauró Lucho Peirano).

Sinceramente, no creo que Alejandro Neyra pueda cambiar el statu quo del ministerio, y menos reestructurarlo nada más porque sea un tipo bienintencionado, porque se necesita mucho más que eso. Sin embargo, es menester darle el beneficio de la duda.

En tanto, el nuevo ministro Neyra puede hacer que me trague mis líneas si es que lo primero que se digna a hacer es dar una conferencia de prensa para responder muchas preguntas ante la opinión pública por la escandalosa contratación del personaje Richard Swing a través de las gestiones de seis ministros de Cultura Vizcarristas. Claro está que él no tiene nada que ver con esas contrataciones pasadas, sin embargo, como nuevo titular de la cartera debe tomar el toro por las astas y tiene que afrontar inmediatamente aquel problema.

Y si quiere obtener crédito, prestigio y respeto debe dar sus primeras muestras de transparencia. Y para lograrlo, en esa conferencia deberá indicar que ya está investigando dentro de los interiores del ministerio, pero debe hacerlo sin eufemismos, y con planteamientos concretos, como por ejemplo: ordenar subir en la plataforma institucional para la exposición pública los expedientes de los Términos de Referencia (TDR) que valoraron la calidad, características y las condiciones de servicio que supuestamente envió Richard Swing a los responsables de estos pedidos desde julio de 2018 hasta abril de 2020, así como exigir las explicaciones de los funcionarios involucrados para que revelen el porqué del pedido de esos servicios y por tanto las razones que primaron para decidir sus conformidades.

Asimismo, no es para nada difícil obtener los productos de aquellos servicios, como la relación de trabajadores que se beneficiaron con los talleres, y en especial la inmediata propalación de los videos que corroboren sí realmente se dio aquellos servicios virtuales de coaching motivacional, o en su defecto para calificar la calidad de los mismos. Todo eso debe coincidir y concordar con el Plan Operativo Institucional (POI) de acuerdo al Plan Anual de Contrataciones (PAC) del ministerio y que a su vez esté acorde al Reglamento de Organización y Funciones (ROF) que supervisa OSCE, tomando en cuenta que todo gasto de contratación previamente debe ser planificado, porque de otra forma no debería darse, ya que para esa opción existen otros protocolos administrativos que deberán sustentar la urgencia del servicio a contratar. Es decir, tiene que haber documentos que sustenten toda la extraña contratación de ese señor, pero ya deben mostrarla sin más dilatación.

Además, el nuevo ministro de Cultura debe dar un rápido pronunciamiento y así dirigirse a todo el gremio de artistas y gestores culturales que han sido abandonados por el ministerio en estos casi tres meses de cuarentena y deberá comprometerse en una audiencia pública para explicar cómo administrará y destinará los 50 millones de soles que el gobierno le inyectó a su cartera para que finalmente atiendan a aquel sector que se encuentra aún en orfandad económica. Es decir, debe afrontar y dar explicaciones legítimas para aplacar la indignación nacional que siente la población contra el ministerio de Cultura.

Ahora bien ¿El gremio de cultura confía en que Alejandro Neyra cumplirá con todo lo que esperan y demandan de él?  No olvidar que el ministro Neyra tiene formación de diplomático, y el principio rector de un diplomático es no confrontar, ni buscar la confrontación. El objetivo primordial de un diplomático es generar un ambiente sosegado y de concordia para mantener las buenas relaciones bilaterales. Y en este caso, las relaciones bilaterales serían entre el ministro de Cultura y el presidente Martín Vizcarra. Ergo: no nos hagamos ilusiones.

La situación endémica que acarrea el ministerio de Cultura no es por culpa de Alejandro Neyra, ni por culpa de Sonia Guillén, y al parecer los ministros/as que ingresen próximamente, no querrán encargarse de una papa caliente y solo se limitarán a enbolsillarse el jugoso salario de 30 mil soles, y en el caso de los más desfachatados, evidentemente que aprovecharán para acomodar a sus amigos como funcionarios de Nivel F5, eso sin contar los telefonazos que tendrán que soportar desde Palacio para contratar a uno que otro advenedizo. ¡Así funciona señores!… y encima nos vienen con el cuentazo de la Lucha Anticorrupción.

Los ministros de Cultura en Perú han demostrado que son los mandaderos y mandaderas del Presidente de turno, porque les temen, porque no tienen los pantalones ni las faldas bien puestas para exigir las demandas que sus carteras requieren con urgencia. Una cosa es ser subordinado, pero otra es ser servil y lambiscón. Por eso es lamentable que hayan llegado a niveles de pordioseros que con miedo estiran la mano a los eventuales titulares del MEF para que este únicamente les dé migajas. De eso me convencí cuando tuve cara a cara a Lucho Peirano y a pesar que todo orondo me respondió que el ministro de Economía Luis Castilla lo recibía todas las semanas y que le había aumentado el presupuesto a 70%; a pesar de eso, su gestión brilló por su inacción e inercia porque nunca se vio reflejada por ese aumento de presupuesto. Finalmente, a este ministerio de Cultura no lo salva nadie… ni el mero Gilberto Gil si acaso aceptara el cargo.

Comentarios

Trending

Exit mobile version