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Miguel Gutiérrez: «Toda obra literaria auténtica es necesariamente ética»

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Miguel Gutiérrez (Piura, 1940) es uno de nuestros mayores novelistas vivos, autor de clásicos como «La violencia del tiempo» o «Un mundo sin Xóchitl», y acaba de publicar su primer libro de cuentos, un trabajo donde explora las poéticas de su obra novelística y donde intervienen personajes salidos de las mismas, como él define: un muestrario que permita al lector ingresar al universo literario de Gutiérrez. Historias intensas, ágiles, llenas de suspenso, traiciones y, cómo no, política, reunidas bajo el título de «Las aventuras del señor Bauman de Metz y otras historias» (Alfaguara, 2015). Conversamos también del estado de la narrativa peruana actual, de las novelas que sobre el terrorismo se han escrito, de sus procesos de escritura y de cómo evalúa la gran fragmentación de la izquierda.

Una de las preguntas que se hace la gran mayoría de tus lectores es por qué has decidido sacar un libro de cuentos utilizando a personajes de tus novelas.

No considero que sean “cuentos” estrictamente, sino historias que han salido de cada una de mis diez novelas. He procurado que se puedan leer como un todo, incluso como cuentos, por ejemplo, la historia que da título al libro funciona como una novela corta sin necesidad de apelar a su estructura mayor como es “La violencia del tiempo”. Es más, dentro de “La violencia del tiempo” esta historia está como agobiada por la cantidad de historias que se cuentan y por la cantidad de personajes, entonces creo que así puede leerse mejor esta historia, como una novela corta. Otra historia puede ser “El acompañante insólito”, tomada de “Babel, el paraíso”, que también se puede leer como un cuento. El criterio ha sido ese: escoger historias que puedan ser entendibles por sí mismas, que incluso puedan entenderse como un cuento.

¿Es posible entonces que en el universo de tus novelas, tus personajes tengan una “vida paralela”, es decir, que dentro de sus universos de ficción tengan vidas propias?

Ya me habían dicho algunos amigos que por qué no me animaba a hacer una selección de mis textos, una antología, como hacen muchos escritores. Entonces pensé que un libro de esa naturaleza tendría que estar conformada por historias que sirvieran como una introducción a la narrativa de Miguel Gutiérrez, como un muestrario desde el punto de vista formal, porque, fíjate, “La violencia del tiempo” se inscribe dentro de la tradición del realismo; en cambio “Babel el paraíso” es una novela que responde a otro tema y a otra poética, que está vinculada a la tradición kafkiana y las novelas utópicas; “El mundo sin Xóchitl” es una elegía. Entonces cada novela para mí es una exploración, por ejemplo en el caso concreto de “El mundo sin Xóchitl” se debía asumir una forma elegíaca, lírica, cosa que no va mucho con mi espíritu pero por la necesidad de la historia tuve que hacerlo. Yo no he pretendido tener un estilo único en mi obra narrativa, sino más bien un estilo funcional que se adapte a la naturaleza de cada historia y de sus personajes. En “Hombre de caminos”, por ejemplo, cuando se me presentó la ocasión de escribir una novela sobre Isidoro Villar –un personaje que aparece en “La violencia del tiempo” y que por necesidad tiene que transformarse en un bandolero, que según el historiador Hoffman son los rebeldes primitivos- el problema que se me presentó fue la duda sobre qué sentido tenía, hacia fines de los 80´s, escribir sobre bandoleros cuando ya habían escrito tanto los regionalistas, cuando ya lo había hecho Alegría, incluso López Albújar; sería un libro muy epigonal, incluso anacrónico. Entonces empecé a mirar la historia como una Cowboy, pues yo me he formado cuando niño viendo películas de cowboyes y cintas mexicanas.

Era la época de oro del cine mexicano.

Claro, incluso ahora vuelvo a ver esas películas en el canal del cable. Bueno, como sabes, el gran director entonces era John Ford, pero me parecía que la imagen de los vaqueros era muy acartonada, eran demasiado caballeros. Pero a mediados de los años sesenta aparecieron las películas de Sergio Leone, “El bueno, el malo y el feo”, “Por un puñado de dólares”, entre otras, y ahí el paisaje, la música, la apariencia, era distinta, había humor, había parodia, burla. Eran más humanos. En el western italiano interviene además la novela negra, porque si uno se fija bien, el bueno de la película es igual de miserable que el peor de los malos. Por ejemplo tú ves en la novela de Dashiell Hammet, “Cosecha roja”, que el personaje va a un pueblo a investigar un crimen, y tienen que suceder catorce crímenes más antes de llegar a la verdad, y tienen que mostrarse así, como son los delincuentes, hablar así, como es en la realidad, eso me gustó. “Hombre de caminos”, la escribí muy rápido, en general me cuesta empezar pero una vez que arranco escribo relativamente rápido. Entonces cuando en esa novela cuento la historia del Prefecto Lamas Farfán lo hago con un estilo épico, pero épico burlesco, épica en joda, donde está metido el elemento erótico y una serie de fantasmas de la fantasía erótica de este hombre. Cada novela para mí es entonces un reto, un nuevo aprender del oficio. Yo tardo años en publicar una novela. En las últimas he procurado hacer el tema y el ambiente más contemporáneos, unas novelas donde el recurso principal sea el diálogo y las acciones. “Kymper” es una novela de acción y reflexión, y a diferencia de mis otras novelas, acá adopto la estrategia del diálogo.

No es una “evolución” de tu poética sino que abordas otras poéticas, eso enriquece la historia, y los diálogos siempre hacen más dinámicas las ficciones.

En efecto, así es. Por ejemplo en “Tamara Fiol” mi gran problema creativo no fueron las ideas sino una escena: al final debía haber una confrontación entre estos dos amantes que fueron militantes comunistas (Arancibia y Tamara Fiol). Toda la novela ha sido pensada para llegar a ese diálogo final, y para mí era un reto el lograr un diálogo fluido. Lo mismo con “Kymper”, donde la mayoría de personajes pertenece a la izquierda, entonces ¿de qué habla esa gente? Pues hablan de la revolución, de política, y mi desafío era que eso no sonara a panfleto, a discurso, a slogans, sino que, alejados de la cotidianeidad ordinaria, sin embargo, asumieran la forma de hombres para quienes la ideología y la política era el centro de sus vidas. Entonces no es altisonante, no es el discurso, y ese era el desafío. Cada novela es un desafío y acá era de ese tipo, y claro, he tratado de jugar con el suspenso y ese tipo de cosas. Por ejemplo Manuel Dammert me decía que él creía que Kymper se salvaba de las tres fuerzas que lo perseguían, pero faltando tres líneas aparece un acto y muere bajo otras circunstancias. Y había que preparar eso. Yo había pensado en ese posible final mientras escribía la novela y juntaba a los personajes: entonces supe que ese sería su fin. Y esa es la maravilla de la creación. Para mí el momento más feliz de la creación es el momento de la escritura (donde escribes lo que Vargas Llosa llama el “magma”) y luego el trabajo más racional, la selección y corrección. Pero para mí el momento predilecto es el de la escritura, porque tú tienes una idea, le vas dando vueltas y cuando se comienza a concretar en escritura, en lenguaje, que tiene sus propios mecanismos y que van más allá de lo que tú pensabas y te empieza a enriquecer y se desvía de la historia. Para mí entonces es el momento más feliz de mi vida.

Tú controlas entonces toda la estructura de tus novelas ¿planificas así tus historias, con una estructura?

No. Fíjate que nunca he podido hacer un esquema… no puedo, no puedo… Años atrás cuando conversábamos con Mario (Vargas Llosa) me preguntaba sobre la estructura pero nunca he podido, me salgo de la estructura, pero sí la pienso mucho. Finalmente la escritura, por las imposiciones mismas del lenguaje, empieza a enriquecer esa dimensión un poco inconsciente e irracional que tiene el escritor. Tú eres escritor, y sabes que los matices que consigues al momento de escribir son interesantes ¿de dónde salió esa imagen? ¿De dónde ese personaje? Es una cosa maravillosa. Entonces no, yo nunca he podido hacer un esquema. Lo que hago es comenzar una historia y quiero que cada novela tenga su propia forma. Por ejemplo, en el texto “El acompañante insólito”, que funciona como un cuento, yo vi los 20 minutos finales de una película, me gustó la situación, del negro nativo con la chica blanca, entonces lo que hice fue imaginar los 45 o 50 minutos anteriores, que los escribí ya con mucha facilidad.

Pero ya habías intentado esto con las fotografías, por ejemplo en tu libro “La destrucción del reino”.

Ah, claro, mira es bien interesante esto. Lo que quería mi querido amigo Julito Olavarría, que ya falleció, era que pusiera unas leyendas a unas fotografías, y a mí nunca me han gustado las leyendas, entonces me llevé las fotos y al verlas en secuencia me dije “acá hay una historia”, la cuestión era poner en movimiento esas imágenes. Era un marco como en el Decamerón la casona, con dos orbes: el de la servidumbre y el de los patrones. Y el niño que por ser niño transita de un lugar a otro y en cada uno de ellos escucha historias, a veces la misma historia contada desde otra perspectiva, entonces cuando el chico crece hay un momento en que llega la interdicción y entonces la servidumbre calla, porque dicen “no te olvides que este es el futuro patrón”, y al mismo tiempo los padres le dicen “oye no les des mucha confianza a esos cholos ¿ah?, porque tú vas a ser el Señor de ellos”, y ahí viene el momento de la soledad de este muchacho. Entonces con todas las historias que supuestamente había escuchado, decidí escribir “La destrucción del reino” que está conformado por siete historias, que son también una especie de cuentos salidos de esas imágenes. Yo nunca pensé que alguna vez escribiría una novela así, sino por este amigo, al que le debo mucho. En realidad, le debo dos libros: este y “Un mundo sin Xóchitl”.

Que también nace de unas fotografías…

Un día llegó él y me dijo “mira, Miguel, tengo otro libro, otro conjunto de fotografías”. Nos reunimos en el Haití y él ya tenía el cáncer. Quien ha visto la primera edición de Xóchitl editada por el Fondo de Cultura Económica, recordará las fotografías a color que acompañaban los textos. Curiosamente la chica que aparece en ese libro es la misma niñita de las fotos de “La destrucción del reino”, es su hija, que se llama Xóchitl, que es bastante guapa y menos rubia que su hermana. Pero para las fotos Julito la había vestido con el traje de las campesinas de la zona del Alto Piura, sin zapatos, con una especie de cerquillo, vestida de negro con el luto de las campesinas, y tú podías ver entonces a una chica en un paisaje de sequía, pues esa zona es de bosque seco. Julito me explicó lo que había hecho: un hermano suyo había muerto un año antes y él le había hecho un homenaje según su imaginación, entonces la niña era la representación de la muerte, pero mientras él me contaba esto, yo sentía otra historia, que la estaba persiguiendo desde hacía cuarenta años: la historia del incesto. Nos despedimos, llegué a mi casa, dormí una pequeña siesta y me puse a escribir, de un tirón, casi todo el primer capítulo. Y después solo fluyó, ya sin ningún problema. Yo había intentado eso antes, pero escribir sobre el incesto no es fácil, es un melodrama terrible, pero lo gracioso es que las fotos me dieron el tono y luego solo interpreté las imágenes.

Se puede decir que te has nutrido mucho de la fotografía y el cine.

Oh, claro, claro, yo quería en “Una pasión latina” escribir un thriller, un policial. Si todos escribían policiales ¿por qué no podía hacerlo yo? Entonces lo hice a mi manera y creo que quedó bien, ¿sabes que la historia es real? Además yo conocía a los personajes de la novela, porque yo estaba trabajando en Huamanga…

Entonces no es coincidencia que el narrador se apellide Correa…

(Risas) A mí me hubiera gustado escribir novelas… líneas de novelas, una serie con el personaje de Correa, por ejemplo, pero ya es un poco tarde. Entonces conocía a esos dos, al gringo, a la gringa y al hombre que encarna al personaje en la novela (que ya murió). Entonces lo que se escribe ahí es básicamente cierto, se enamoran una chica hermosa del cuerpo de paz y un hombre medio izquierdoso, cholo alto, guapo, basquetbolista, que llevaba el gallardete del colegio San Miguel de Piura, del tipo que tiene mucho jale sexual para las gringas. Entonces cuando estallan los amores de estos dos fue un escándalo, te estoy hablando de la Piura previa a la Reforma Agraria de Velasco, que lo cambia todo, además Piura es una ciudad muy racista y conservadora, entonces ver a este cholo con esta gringa, abrazados, era una cosa que… yo no los vi, los encontré en Ayacucho. Con el tiempo se corrió el rumor de que eran de la CIA, yo nunca lo confirmé, nadie lo confirmó, pero previo a una gran redada desaparecieron de la ciudad. Un día, hará pues diez o doce años, recibí la llamada de un amigo a quien no veía hacía muchos años. Me dijo “Hola Miguel, ¿te acuerdas de fulano de tal?”, pues no lo había olvidado a pesar de que habían pasado casi treinta años, “Mira, compra El Comercio de tal fecha, y busca la página tal de la sección internacional”. Busqué en el diario y encontré que un profesor peruano, nacido en Piura, había dado muerte a su esposa norteamericana y luego la había descuartizado. Me pareció una cosa terrible y le estuve dando vueltas a la idea de contar esa historia como una novela policial, en la que desde el comienzo se sabe quién era el asesino. Las formas están ahí, al alcance nuestro. Tenemos una tradición literaria muy rica. Cuando yo vine a Lima a los 17 años, en 1958, la narrativa peruana se reducía a 10 libros. Había otros, pero eran de valor histórico. Tenías a los “clásicos” Alegría y Arguedas, “Los ríos profundos” se publica en el ´58, los libros de Arguedas eran “Yawar Fiesta” y “Agua”, estaba además Martín Adán, se leía a Diez Canseco con su interesante novela “Duque”, una novela muy moderna para la época habían pocos libros. Ya luego llega la generación del 50 que renueva el cuento y la novela, y luego toda la producción de Mario Vargas Llosa.

Escritor Miguel Gutiérrez Correa (Foto: Lima Gris)

 

¿Influenció mucho la segunda guerra y luego movimientos como el neorrealismo a esta generación de escritores?

Yo creo que sí. Mailer y Salinger por ejemplo pertenecen a esa generación del 50, de la post guerra, aquellos que fueron a Corea, básicamente, o que participaron de las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial; de aquella etapa de reconstrucción, el primer Ribeyro y el primer Congrains, por ejemplo, bebieron del neorrealismo italiano. Congrains fue un escritor que yo respeté mucho, su libro “Lima hora cero” era tomado de una película de Rosellini “Alemania hora cero”, que es una cinta extraordinaria. Ahora ya la estética del neorrealismo se ha superado pero tú ves “Ladrón de bicicletas” y te conmueves. Cuando era niño llegaban a Piura coboyadas, mexicanadas, pero a veces también unas cintas extrañísimas que se me quedaron en la cabeza y que tiempo después descubrí que eran obras maestras de la cinematografía. “Iván el terrible”, por ejemplo, desde la presentación, desde la primera imagen, aquella donde lo están coronando y le cuelgan unas monedas, era impresionante. Vi “Rashomon” de Kurosawa, también “Alemania hora cero”. Si has leído “El viejo saurio…” recordarás que hay un momento en que la tía Blanca tiene amores con su sobrino, y un novio que se ha ido a Alemania y que allá tiene amores y la deja. Estamos en la etapa de la posguerra y Blanca, que es una mujer completamente provinciana, que viaja por un asunto particular, sentimental, encuentra todo derruido, terrible, devastado, y yo, que no conocía Alemania, tuve que basarme en esa película de Rosellini para hacer mi novela. Yo creo que toda la gente que nace con el siglo XX ha sido marcada de alguna manera por el cine. Yo nunca he sido cinéfilo, he sido más bien un cinemero.

Acabas de cumplir 75 años, y has vivido una etapa donde la tecnología ha cambiado de manera drástica al mundo. Cómo ves todo ese proceso de cambios e integración de la información.

Me siento un poco extraño a la época actual. Yo pasé de frente a la máquina de escribir porque nunca he podido escribir a mano; mi padre tenía una máquina de escribir “Royal”, que compró en los años 20, y yo les escribía las cartas a mi mamá y a mis hermanos, entonces me era mucho más fácil escribir a máquina, en cambio soy totalmente torpe escribiendo a mano; para mí, una de las cosas más terribles es hacer dedicatorias, no puedo, en cambio veo amigos que sin pensar hacen dedicatorias bien bonitas, sin pensarlo. Llega entonces la computadora y no es sino hasta después de “Babel, el paraíso” que empiezo a usarla, porque sé la maravilla que es la computadora, pero yo la uso solo como máquina de escribir, nada más. La computadora y el Internet han jugado un papel muy importante en la narrativa, en el cine primero, obviamente. El sueco Stieg Larsson (de la trilogía Millenium) le da un rol muy importante a la computadora, la Internet y a una hacker para sus novelas. He leído además una novela llamada “Melina o el hueso húmero más hermoso del mundo” donde también la Internet es parte importante porque te va revelando la nueva estructura del mundo. Antes uno luchaba contra el imperialismo, contra las grandes transnacionales, pero ahora las luchas son contra las mafias, la trata de blancas, la coca, el narcotráfico… y además estas mafias están metidas en todos los niveles. En la narrativa peruana última he notado por ejemplo esa influencia de la computadora como un objeto que ya es parte de uno, asimilado: no puedes pensar el mundo sin eso. La computadora además me ayuda a corregir. Cuando le entregué a Milla los originales de “La violencia del tiempo”, le dejé 1,600 carillas tipeadas en papel cebolla. Por lo menos tres carillas por correcciones, imagina entonces la cantidad de páginas que uno ha trabajado, porque las correcciones sí las haga a mano, y luego de vuelta a tipear. Cuántas carillas pasan entonces. En cambio con la computadora, qué maravilla a la hora de corregir, eso sí lo he aprendido rápido. Un día, hace cuatro o cinco años, llamo a un amigo de Piura y le pregunto por el nombre de la canción de una película con William Holden y Jennifer Jones… “ah, claro”, me dice, y al cabo de dos minutos ya tenía todo en google, y en el youtube sonaba la canción. Es importante cómo en la narrativa se van incorporando los avances tecnológicos, el cruce es interesante: el teléfono, el ascensor, el avión… En uno de los primeros tomos de “En busca del tiempo perdido” vemos esos avioncitos que le suscitan una serie de reflexiones existenciales al personaje, pero ese avioncito va a ser el que va a bombardear poco después París al final de la Primera Guerra Mundial. Así, la Internet se ha asimilado con el ser humano, pero yo no entiendo nada, y ya tampoco hago el esfuerzo.

Estás ahora preparando una nueva novela, terminar por fin tu trilogía.

Quiero terminar la trilogía: “Tamara Fiol”, “Kymper” y el nuevo libro: “Materiales para una biografía de Deyanira Urribarre”, un personaje que ya aparece en mis novelas anteriores. La cosa es así: las tres novelas son argumentalmente independientes pero están entrelazadas por la época o porque los personajes reaparecen en otras novelas con otros roles. En Tamara Fiol hay una visión desde afuera de la guerra interna y especialmente de Sendero Luminoso, el narrador es un extranjero, corresponsal de guerra, que viene a hacer un reportaje sobre las mujeres senderistas, un documental, finalmente no lo logra porque es un medio muy cerrado, pero conoce a Tamara Fiol que es una ex militante. Esa es entonces una primera visión externa del mundo de Sendero. En “Kymper”, este problema, este monstruo, está visto desde otra perspectiva, desde afuera por Kymper, que también es alguien que ha formado parte de la izquierda, y desde adentro por tres o cuatro personajes que son de Sendero Luminoso. Ahora lo que tengo es el reto más difícil para mí: escribir desde adentro del mundo senderista.

Este reto sería doble: por la construcción de la historia y porque se te ha vinculado con Sendero Luminoso, entonces no faltarán las especulaciones.

Es cierto, pero tengo que decir algo. Yo he querido rendir, ya desde “Tamara Fiol” pero sobre todo en “Kymper”, un homenaje a ese mundo de luchadores sociales, políticos dentro de la visión marxista leninista, la gente de izquierda, a la que poco a poco han ido sacando de las páginas de la literatura y el arte. En los años 60´s y 70´s el personaje emblemático era el guerrillero que luego con el tiempo se convierte en terrorista; han sido pues expulsados de la historia y la literatura, y aquel que se atreve a recordarlos es un hombre desfasado. Yo quiero entonces rendir un homenaje a la gente de base, a aquellos que dedicaron toda su vida –sin idealizarlos- a algo que los llevó a la frustración y la derrota; por encima de las diferencias de partidos dentro de la izquierda o de líneas políticas, para mí son combatientes. Por ejemplo en “Kymper” hay un personaje que es trotskista y que termina suicidándose, y está basado en un hecho real. Entonces son gente atormentada, desengañada, que incluso puso en riesgo a su propia familia. Ahora ya la gente joven está rindiendo cuentas con los padres.

Sobre este punto, en el libro “Los rendidos” de José Carlos Agüero, él comparte su testimonio como hijo de una pareja de senderistas militantes. Agüero no plantea el recurso del “perdón” sino que cuestiona duramente el hecho de que esa ideología en la que creyeron sus padres destruyó también la vida de él y su hermano (ambos niños entonces), les arruinaron la vida, como seguro a tantos niños en aquella época. ¿No crees que una novela con la temática y el tono que planteas se tome como una acción de apología pro senderista de tu parte?

Eso es justamente lo que intento evitar. Ahí está el desafío del novelista. Siempre he dicho que esos temas hay que tocarlos no como un ideólogo sino como un seguidor de Cervantes, porque hubo cosas horribles, terribles, que no se pueden ocultar de ninguna manera y hay que contar las cosas que pasaron. Para mí es un gran desafío, un enorme desafío, estoy trabajando en eso y hay un trecho largo aún.

Como confeso marxista heterodoxo ¿estás decepcionado de la izquierda?

Mira, yo pienso que no exactamente decepcionado, sino que creo que perdieron el rumbo. Pienso que en este momento la izquierda necesita una radical renovación, empezando incluso desde la teoría, es decir, ya no más dioses inapelables, incuestionables, “esto es verdad porque lo dijo Marx, lo repitió Engels, lo desarrolló Lenin, lo llevó a un nuevo desarrollo Stalin y a una expansión universal con Mao Tse Tung, y por eso es verdad”, entonces, digamos, eso es una estructura vertical en el silogismo a la apelación a la autoridad. Y hay que reconocer que Marx también cometió errores políticos y de visión histórica, por ejemplo esa imagen que da de Bolívar me parece equivocada. Entonces pienso que los futuros militantes deben tener una visión de igual a igual, no como si fueran gente incuestionable a la que si se les critica te mandan a un campo de concentración, como decía Gálvez Ronceros cuando estábamos en “Narración” respecto de la gente que caía en desgracia y era enviada a esos campos de concentración a “reformarse”, “autocriticarse”, Ronceros decía que los enviaban “a limpiar culitos de gallinas”. Yo creo que hay que quitarle esa dimensión tan solemne. Pero mira, por encima de la izquierda están las luchas populares que son incluso más antiguas que el marxismo. El comunismo y la perspectiva comunista es una utopía, seguramente, pero es una utopía hermosa ¿tú te imaginas un mundo sin Estado, sin clases sociales, sin dirigentes como Alan García, Fujimori o Cipriani? Un mundo no ideal, pero sí menos endemoniado.

¿No es eso un anarquismo romántico?

Sí, pero yo creo que es más bien una combinación del manifiesto comunista con algunos de los postulados del anarquismo. Y finalmente yo creo que todo escritor debe tener su lado anarquista.

Tomando en cuenta que están apareciendo libros de cuentos y novelas que tocan el tema del terrorismo, ¿cómo se podrían evaluar esas ficciones escritas por autores sin mayor compromiso político e incluso sin vivencias de la época?

Bueno, los escritores que empiezan a publicar empezando el siglo XXI son gente que ya ahonda esos problemas pero desde otra perspectiva. En ellos, en ustedes, la ideología no tiene el peso que tuvo para nosotros, y eso es bueno, pero siempre hay que ver cómo manejan el tema, porque es un hecho.

La literatura, queramos o no, termina siendo una radiografía de la época, pongamos como ejemplo “El buitre” de Kafka, resulta, dentro de esa ficción fantástica, una analogía de la situación de entonces. ¿Cuánto de esta generación que no vivió o vivió de muy pequeños aquellos años, puede enfrentarse a un tema tan complicado sin entregar una historia hollywoodense?

Bueno, pueden no haber tenido la experiencia, pero recuerda a Javier Cercas, que nace en el año sesenta y agarra un tema que yo creía terminado, la guerra civil española, y escribe “Soldados de Salamina”, una novela muy interesante. Ahora el peligro es que esos temas deben responder a necesidades vitales, por ejemplo lo de esta chico Agüero, él ha sentido la necesidad de dar el testimonio de una vida muy difícil, su padre fusilado y su madre también, raptada y fusilada con un cartel de Sendero Luminoso infamante. Él ha vivido lo que Nelson Manrique llama la época del miedo. Mira, si recuerdas el pasaje en el que le dicen que su madre ha muerto, no siente pena, dice más bien “carajo, por fin se acabó”, se acabaron las mudanzas nocturnas, las visitas de desconocidos, la angustia de no saber si volverán sus padres, y lo expresa con un sentimiento natural que es terrible. Desgraciadamente así son, y los escritores jóvenes tienen que ser auténticos con lo que dicen. Otra cosa son aquellos que se meten a este tema por las apetencias del mercado, entonces banalizan la historia, la hoolywoodizan, y aun cuando esos libros tengan éxito temporal, son libros olvidables. Yo pienso que hay gente joven que tiene mucho talento. Todavía no he leído la novela de Renato Cisneros, donde también hay un conflicto con el padre, pero desde el otro lado de la orilla. Recuerdo a Lizandro Cruzado, un poeta que ganaba todos los concursos de poesía de Trujillo desde los catorce años. Tiene poemas dedicados a su padre, quien saca a su familia de la vida ordinaria para meterlos en otro mundo, uno de persecuciones, carestía y cárcel. Incluso quiere formar al chico como revolucionario. Hay un poema donde habla de su padre, diciendo que antes buscaba las revoluciones y ahora se dedicaba a cultivar flores. Muy bueno, aparece en la antología de González-Vigil. Esto ya se está haciendo en la narrativa. Yo pienso que no hay que temerle al tema, pienso en lo que dijo Nabokov, que toda obra literaria auténtica es necesariamente ética. No puede haber una obra literaria verdaderamente artística siendo un proyecto malo para la humanidad y los seres humanos. Yo creo en eso. Mira el caso de Dostoievsky, era un reaccionario, un oscurantista, creía en la Rusia zarista, en la iglesia, pero cuando escribe sus novelas deja vivir a sus personajes, cada uno expresa un punto de vista y lo fundamente con pasión y razón, ahí están los hermanos Karamazov. Yo pienso que hay que arriesgarse, de lo contrario ¿para qué escribir? ¿De qué escribir? ¿De mis visitas al psicoanalista?

¿Crees que la literatura indigenista se superó con la literatura “regionalista” o andina?

Yo creo que sí y lo veo bien. Mira, hay un escritor de tu generación, Ulises Gutiérrez, que tiene un libro titulado “The Cure en Huancayo”, hay un cuento en ese libro en donde ves cómo los viejos temas andinos están replanteados, no es un Arguedas ni un epígono de Arguedas, es otra manera de entender lo andino. Karina Pacheco también es interesante, no puedes eludirlo. Ahora, yo no creo que los andinos representen la esencia de los peruanos, no comparto esa visión porque creo que la nuestra es una sociedad más plural.

Es de cuestionarse también porqué hay tan poca buena literatura andina, ni qué decir de la selva en comparación con la costa.

Creo que llegará un momento en que se cuenten más esas historias; ahora, respecto de la sierra, sus ciudades ya son pues enormes y tienen de todo, ahí tienes Huancayo, Arequipa, Cusco, ciudades cosmopolitas, donde no puedes pues escribir como Arguedas, serías no un epígono sino un anacrónico porque la realidad ya es otra.

¿Se puede ficcionar completamente un lugar y un tiempo?

Bueno, ahí tienes a Kafka ¿no? Mira, cuando me vine a Lima a los 17 años, todo mi mundo había sido Piura, el casco urbano que era como una aldea con no más de cincuenta mil habitantes. Había viajado a la casa de un tío en Paita, había viajado a una hacienda con el colegio en Sullana y otra en Chulucanas y nada más. Entonces no tenía la vivencia directa pero tenía el recuerdo de mis padres. En “La destrucción del reino”, en el relato “Bosque de amargura”, ubico la historia en una zona pedregosa, áspera, que no conozco físicamente. Finalmente no sé de caballos ni pistolas y he escrito “Hombres de caminos”. Hay entonces dos tipos de invenciones, la dimensión realista y la fantástica. Pero para una novela en la que quieras explicar o asumir un hecho histórico hay que investigar, y salvo que sea una alegoría, es un poco difícil.

 

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