Por Umberto Jara
Era un local de alquiler de computadoras. Cabinas de internet las llamaban. Parece una imagen antigua pero corresponde a este milenio. Año 2003, esquina de Viamonte y Ayacucho, en la ciudad de Buenos Aires. En las noches, los jueves y viernes, solía llegar Beba con una cajetilla de cigarrillos Gauloises, una botella de vino en la mano y su presencia arrolladora. No solo su belleza sino lo que decía, el cómo lo decía y su singular manejo de la ironía. Sabía todo lo que se podía saber sobre el rock. “Se acabó la joda de los deditos sobre el teclado” decía risueña en alta voz desde la puerta y, camino a la medianoche, el dueño y los tres que solíamos estar a esa hora sabíamos que empezaba la charla con Beba y fuese lo que fuese lo que estuviésemos escribiendo nada podía superar a conversar con ella. Tenía tanta personalidad y belleza que las charlas jamás incluyeron el coqueteo. Estábamos convencidos que solo una auténtica estrella del rock podía ser capaz de atreverse con ella.
Una noche me dijo: “Che peruano, vos que venís de un país flor de complicado, decime: ¿Sabés lo qué es vivir con intensidad, pero lo que se dice intensidad?”. No me dejó ensayar una respuesta. Lanzó un aro de humo y dijo: “Vivir como Mick Jagger, la puta que lo parió, eso es vivir con intensidad”. Y nos hizo una descripción que ahora repito no porque la recuerde sino porque la anoté en una libreta. Siempre tuve la costumbre de la libreta y el lapicero. “El pibe tiene 60 pirulos, se viste como un pendejo (chibolo) y no queda como viejo patético; se ha cogido a todas las minas que se le han cruzado y ojo, muchachos, hay que usar la calculadora para sumar cuántas fueron; lo más suave que se ha metido son cargamentos de cocaína y océanos de alcohol; y allí lo tenés: flaco, sensual, cantando como los dioses y bailando como un adolescente. Eso se llama vivir con intensidad, mis queridos ciudadanos de boludolandia”.
Han pasado 20 años. No sé dónde andará Beba. Tampoco existe aquel local. Cerró cuando los celulares invadieron todo como una plaga de langostas. La vida ha seguido desgastando calendarios para todos menos para Mick Jagger que el 26 de julio de este 2023, cumplió 80 años y sigue flaco, con su inigualable cara de pillo, cantando como si fuese ayer y contoneándose con una agilidad que nadie tiene con ocho décadas en el lomo. Y siempre con un estilo que jamás nadie podrá imitar.
Ochenta años. Una cirugía que le reemplazó la válvula aórtica. Una novia 43 años menor. Ocho hijos en cinco mujeres. El menor de ellos, nacido en 2016, es dos años menor que su primera bisnieta. ¿Quién puede definir qué es la vejez luego de ver a Jagger, frenético, sobre un escenario?
Hay quienes aseguran que las noches y las mujeres deterioran. Jagger vivió en el torbellino de noches desenfrenadas intimando con innumerables mujeres, varias con nombres ilustres: Angelina Jolie, Uma Thurman, Marianne Faithfull, Bianca Jagger, Jerry Hall, Carla Bruni, la Princesa Margarita, Margaret Trudeau y también nombres sin alcurnia pero con sabor como la peruana Monique Pardo. Su fama de mujeriego dio lugar, hace muchos años, a una campaña de marketing de la banda bajo este slogan: “¿Dejaría usted que su hija se casara con un Rolling Stone?”. Ahora tendría que decir: “¿Dejaría usted que sus hijos tengan un abuelo como Mick Jagger?”.
Para saber cómo es vivir con intensidad, ahí está Mick Jagger y sus ochenta años. Capaz de cantar y bailar meneándose a toda caña sobre un escenario después de haber enarbolado la rebeldía de cometer todos los excesos posibles. Es inmortal y por eso se da el lujo de cumplir años. Y es singular como su banda inigualable: The Rolling Stones, definida con brillante exactitud por el escritor norteamericano Tom Wolfe: “Mientras los Beatles quieren tomar tu mano, los Stones quieren quemar tu ciudad”.
Maravillosa música expresada con desbordante energía. Esa magia de Mick y su banda me hacía remontar los insomnes cierres de edición periodística: cuando a altas horas sentía cansancio ponía a los Rolling Stones y retornaba la energía. En lo personal, ese flaco sinvergüenza y atorrante me agrada porque construyó su propio talento sin olvidar que, en medio de la juerga, el oficio, el suyo y el de cualquiera, necesita de disciplina y trabajo. Por eso el hijo de una peluquera y un profesor de educación física, llegó a donde llegó. Me agrada también que, en 1961, supo dar un portazo a la London School of Economics, a la que había ingresado para estudiar finanzas. Con temprana sabiduría se dio cuenta de que el mundo no necesita de economistas; necesita a tipos como Jagger sacándole la lengua a todo y a todos.
Si un día nos avisan que Mick Jagger murió será porque se aburrió de cumplir años y no porque se volvió viejo. Entonces, los historiadores contarán que, en este planeta, antes de que llegarán los gimnasios, los veganos y los políticamente correctos, hubo un tiempo en que la felicidad se resumía en una frase: sexo, drogas y rock and roll. Y nadie entenderá. No lo entenderán porque la plaga de ignorancia que nos azota habrá cumplido su función y todos habrán vuelto a ser primates y en el lejano horizonte un flaco sin edad y sonrisa pícara seguirá cantando y bailando como un poseído.