Por Hélard André Fuentes Pastor
Jugando, mi abuelo lo llamaba “Perico”, y en respuesta, mi tío lo llamó “Juanico”. Ambos, primos hermanos, fueron contemporáneos. Mi abuelo Juan, registrado el 17 de enero de 1927, y mi tío Pedro, nacido el 8 de octubre de 1924. Curiosamente, los dos fueron bautizados el mismo año, 1926, Juanico el 19 de julio y Perico el 30 de septiembre, siendo padrino de este último, mi pariente cercano, Juan Pastor. En este documento, se menciona que el hijo ilustre de esta región, recibió con los santos óleos del bautismo el nombre de Saturnino Pedro Luis, a los ocho días de nacido, lo que permite explicar por qué algunos biógrafos han consignado dicha fecha como la de nacimiento y, en un exceso, 1929. Aquí debo mencionar que en aquella época no había rigurosidad en los datos del registro civil y tampoco en las declaraciones que ofrecían las familias, pero lo cierto es que hay una fuente oficial que nos dice que datan de 1927 y 1924, respectivamente. Por esos años, Camaná era pequeña, un lugar entrañable y sumamente familiar, tal y como ha dejado notar en sus anécdotas personales, a modo de ‘relatillos’, el destacado maestro, Pedro Luis González Pastor, contenidos mecanografiados por su hijo Álvaro, también autor de interesantes títulos referidos a la provincia del arroz.
Conocí a don Pedro Luis en el 2005, cuando yo frisaba los 15 años y estaba por terminar la secundaria. En aquella oportunidad, acompañé a mi madre a visitar una tía que se encontraba internada en el hospital del Seguro Social. No recuerdo exactamente el piso, pero sí la habitación que quedaba al finalizar el pasillo, y, por esas casualidades de la vida, coincidió con la hospitalización de mi tío. ¡Cómo no visitarlo! Por supuesto, a mi edad, no comprendía bien la dimensión de su obra, pero era consciente –dadas las valiosas referencias familiares– del emprendimiento educativo que inició en los años sesenta, nos referimos al Colegio María Montessori que, hoy en día, es uno de los principales complejos educacionales de Arequipa.
En aquella ocasión corroboré cada uno de los elogios que había escuchado. Pedro Luis, recostado en la camilla, conversaba con mucha llaneza y tranquilidad. Inmediatamente, nos incorporamos a su verbo, a sus oraciones pausadas y sus acentos definidos. Gracias a él, aprendí que hablar, no siempre supone expresar la naturaleza de las palabras, su palpitación auténtica y profunda, es decir, no solo se trata de decir cosas o balbucear. Eso no es saber hablar. Desde ya, era un lingüista excepcional, es más creo que con Pedro Luis, recién se puede hablar de la ciencia del lenguaje en Arequipa. Así ratifiqué mi admiración, sobre todo, porque su destreza alternaba con su nobleza y caballerosidad. En ese momento, muy atento él, me invitó a culminar mis estudios secundarios en el colegio Montessori, no obstante, mi madre le hizo saber que cerraría aquella etapa en Independencia Americana. Grata sorpresa, porque luego de cursar la primaria en su tierra natal, pasó a la institución alfeñique y años más tarde, después de su preparación universitaria en la Facultad de Letras y Educación de San Agustín, retornó en calidad de profesor.
Cuenta una anécdota familiar que cuando Pedro Luis tuvo que trasladarse para continuar con sus estudios, en el antiguo internado de la Independencia, escondió sus zapatos para no viajar, y mi abuelo Juan, inquieto, preocupado, los encontró y se los entregó. En ese tiempo, no era cosa sencilla desprenderse del hogar, menos aun siendo pequeño y atesorando tantos recuerdos como los que recogió en “Relatillos” (1982). Después de todo, mi tío Pedro es, además, un símbolo de superación y constancia profesional que no abandona el terruño, sino lo enriquece. Pudo hacerse en Lima o en cualquier otra ciudad del mundo, pero junto a su esposa, Luz María Solís, se logró en su ciudad.
Volví a ver a mi tío Pedro, cuando la Universidad Nacional de San Agustín le tributó un homenaje en abril del 2008; en aquella ocasión, lo acompañaban muchos personajes, entre ellos divisé a los doctores Juan Alberto Osorio y Soledad Maldonado. Aunque siempre ha sido reconocido y admirado, pienso que esta última década corresponde a los mayores tributos que pudo recibir en vida. En el 2014, la Mesa Redonda Panamericana de Arequipa presentó al doctor como persona ilustre, con un discurso central pronunciado por la escritora Elizabeth Altamirano, a quien confiamos una anécdota familiar en un conocido café de la calle San José. Otra valiosa coincidencia fue su declaración como Hijo Predilecto de Arequipa en agosto de dicho año, pues antes de su investidura, yo acababa de recibir el Diploma y Medalla de la Cultura, de manos del alcalde Alfredo Zegarra Tejada. Entonces, me encontraba proyectando y escribiendo mi diccionario biográfico de escritoras, maestras y artistas en Arequipa, cuyo prólogo lleva su pluma y firmó en octubre del 2015. Testimonio de una memoria bastante envidiable, a los 91 años.
Nos volvimos a encontrar al año siguiente, cuando falleció su hermana menor, mi tía Leonor, también profesora y lingüista. Él, fuerte y lúcido, como quien comprende con sabiduría la razón de la existencia, acompañó el cortejo fúnebre hasta el cementerio de la Apacheta. Conversamos sobre algunos personajes. Recordó a Eusebio Quiroz, Tito Cáceres, Juan G. Carpio, Alejandro Málaga M. y José Lora Cam, que ya se encontraba bastante delicado de salud. “El Chino Lora” –me dijo– “mi alumno, está bastante malito”. En efecto, en mis conversaciones personales, Lora Cam me hizo saber el respeto que tenía por mi tío: “Dile que siempre estuvimos con él, apoyándolo, en la Universidad de San Agustín”, donde llegó a ser vicerrector académico hasta en dos oportunidades.
Ese mismo año, su nieto, Pedro Luis Gonzáles Ortega –a quién enseñé Ciencias Sociales en el colegio San José– me hizo llegar una de sus últimas publicaciones: “Citas lingüísticas, otras citas y decálogos” (2016), que compila muchas de las columnas publicadas en sus últimos años de producción, en el diario El Pueblo, bajo la dirección de nuestro querido periodista, Carlos Meneses Cornejo, quien no dudó en consultar con el doctor algunas cuestiones de escritura. Pedro Luis siempre fue tema de conversación en diálogos académicos, literarios y culturales, verbigracia, en el Instituto de Cultura (hoy Dirección Descentralizada), la ANEA o el Centro de Escritoras Arequipa.
Una vez, el doctor Xavier Bacacorzo, que también le tenía estima, me contó que, en uno de sus grados, quiso sorprender al jurado con una tesis amplísima –lo que en términos arequipeños se conoce como un sillar–. Vale decir que alcanzó el bachiller con la tesis: “Análisis estructural del sintagma” (1958). No sé si fue en este grado o la sustentación del doctorado. Lo cierto es que, sus trabajos confirman esa pasión que sentía por el lenguaje y la literatura, cuyo interés despertó desde que era estudiante y mantuvo constante, por ejemplo, compilando los huachanacos de El Monte, El Cardo y La Pampa en Camaná, para el doctor José María Morante, uno de sus profesores en el colegio de la Independencia Americana. Entonces, Pedro Luis ya enseñaba en la Gran Unidad Escolar “Mariano Melgar”.
Durante estos años, gracias a la intermediación de mis tíos Erwin, Berly y Álvaro, supe que se encontraba con buena salud y continuaba produciendo, por supuesto, de una manera más intuitiva que en otrora, con sus inolvidables manuales ortográficos, gramaticales o estilísticos que publicó desde la segunda mitad del siglo XX. Precisamente, a inicios de este año, con motivo de un proyecto editorial a cargo del escritor Aback Villegas Prado, volví a establecer comunicación para solicitar su participación en dicha antología de cuentos y relatos. A la que accedió gracias a sus hijos, quiénes me noticiaron sobre su talante y esas ganas de vivir más de cien años. Ahora, ante su partida, pienso que lo ha conseguido de un modo más o menos perpetuo, pues será recordado en los anales de una ciudad que lo vio crecer como persona y profesional, y donde escribió hasta sus últimos días: “El bailongo y más” (2022). Puedo decir, después de su reciente lectura, que ningún autor le ha escrito tanto a su tierra como Pedro Luis González Pastor: “Camaná, Camaná /provincia de la riqueza /y la bondad. (…) Camaná, Camaná / tierra del arroz /y del frejol /tus huachanacos pervivirán” (2022). ¡Los huachanacos pervivirán! Usted también, querido tío, querido maestro.