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MI ENCUENTRO CON FIDEL

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ESCRIBE JORGE DELGADO

Me enteré que Fidel venía a la Escuela cuando pregunté por qué tanto revuelo especialmente entre las mujeres. Parecía que Almodóvar dirigía la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, el ambiente estaba alborotado, fue la primera y última vez que las vi elegantes y regias como para una fiesta. El Comandante venía a cumplir su promesa de visitar la EICTV (estaba recién fundada hacía un par de meses en Diciembre del 86) y a dialogar con los estudiantes.

Desde niño vi las fotos de Fidel Castro en los diarios de Piura y sobre todo en La Prensa de Lima, no recuerdo ya los titulares y las caricaturas, pero para un niño se trataba de un hombre malo, casi un demonio. Después, la vida, un poco de lectura y otro poco de reflexión, me enseñarían que Fidel era uno de los hombres que hicieron el siglo XX y que ni él, ni la Revolución Cubana eran lo que decían el Miami Herald, ni tampoco como Granma lo publicaba. Fuere lo que fuere ya era un mito y esa tarde iba a verle la cara .

Arrivó al final de la tarde, me acerqué para verlo de cerca, pero entre el tumulto me fue imposible, finalmente desistí conformándome a verle a media distancia , era fácil, por su estatura sobresalía fácilmente.

Llegó el momento del diálogo con los estudiantes y yo estaba al final, atrás, apenas si podía ver a Gabo, a Fernando Birri, el director de la Escuela y a Alfredo Guevara, el cineasta cubano, sentados todos juntos. Ante el silencio prolongado que existía en la sala para pedir la palabra, alcé la mano, algo se me había ocurrido.

Pasé adelante donde había un micro de pie para preguntar. Me presenté como peruano y para romper el hielo traté de decir algo que me parecía que sería gracioso y le dije: “La verdad es que no tengo ninguna pregunta, lo que quería en realidad era poder verlo de cerca”. La gente se rió, Fidel también y se puso de pie, bajó las gradas y se acercó, riéndonos me dio un abrazo y nos dimos un apretón de manos. Era más alto que mi 1.78, blanco rosado como que no le caía mucho el sol, con pecas como pequeñas manchas, una sonrisa muy cordial y alegre entre su barba de siempre y una mirada curiosa y rápida. Tenía algo que nunca he visto en ninguna persona, era una extraña energía que emanaba de él, que lo cubría y lo hacía impactante y poder destacarse de los demás. Creo que es eso que se llama carisma y que solo lo tienen algunos seres humanos que tienen un don que los hace diferentes. Nunca olvidé su gesto cordial y generoso finalmente, de levantarse para bajar a donde estaba yo.

Luego le hice unas preguntas acerca de su vida cotidiana, que cómo era ésta, que nos contara cómo era un día cualquiera. Yo sabía que jugaba básket, hacía natación y le gustaba la pesca submarina, contó de eso y otras cosas más. Habló como si tuviera todo el tiempo del mundo, era un gran conversador, no sé si todo lo que decía era cierto, en todo caso tenía verosimilitud, era creíble y sabía qué decirle a la gente, obviamente le gustaba ser el centro de la atención.

Fidel solía hacer esas cosas, cuando llegaba a un pueblo o visitaba a la gente del campo, recordaba hasta sus nombres y les preguntaba por su familia, ellos lo trataban con familiaridad. Era más que el líder de la Revolución, era lo que para nosotros los peruanos es un tayta, un papá. Sin lugar a dudas tenía lo que todo político anhela: capacidad para seducir a la gente, a las masas.

Esa forma paternalista de relacionarse con la gente era finalmente patriarcal, vertical, sustitutoria, reemplazante de sus iniciativas, de su pensamiento, de su libertad, una forma no democrática. Fidel llevó al Estado su paternalismo y esto sumado a los problemas de seguridad nacional culminó en una dictadura que agotó los “estados de excepción” y la paciencia por décadas de privaciones.

No pienso hacer un juicio acerca de Fidel Castro, quizás dentro de 10 años esté más claro. Es muy fácil hacerlo ahora de forma simplona, ignorante, poco racional y llena de adjetivos, desde el odio a todo lo que signifique revolución y desde el dogmatismo que se cree el dueño de la misma. Desde las victorias y desde las derrotas, desde los éxitos y los fracasos de esta revolución que duró décadas porque el pueblo lo quiso y la amó, con todos sus problemas, la amó. Pero el amor también se acaba y deja paso al aburrimiento. Es cuando se exige cambiar.

La Revolución tiene legados innegables, desde lo ético y lo moral hasta la calidad de la educación, la formación ciudadana, la atención social, la investigación científica, el desarrollo deportivo y en las artes y la cultura en general. Pero con un déficit en Democracia, Derechos Humanos, Derechos civiles y bienestar y calidad de vida.

Con la muerte de Fidel termina también simbólicamente la Revolución cubana y la latinoamericana. Sin lugar a dudas fue uno de los hombres que hicieron y encaminaron la humanidad del siglo XX hasta lo que somos en la actualidad. Querer perpetuar los mitos es mitomanía.

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