Cine

Metal y melancolía, de la claustrofobia a la resistencia poética

Lee la columna de Rosa Cáceres.

Published

on

Por Rosa Cáceres

Heddy Honigmann realizó hace 30 años una oda poética que caló profundo en el inconsciente colectivo latinoamericano, convirtiéndolo en uno de los documentales más emblemáticos de los 90’s.

La atmósfera gris, ruidosa y contaminada, característica de las ciudades mal llamadas tercermundistas nos contextualiza en una Latinoamérica caótica. Se añaden a esto las temáticas que se abordan en las entrevistas, los testimonios de una constante crisis, política- economía tan quebradiza como los automóviles que conducen los taxistas.

El tiro de cámara austero, casi siempre desde el copiloto, nos recuerda a “El sabor de la cereza” y ese personaje en catarsis; sin embargo, Honigmann se adelanta algunos años a la extraordinaria película de Kiarostami. Acá varios sujetos experimentan similares carencias e injusticias sociales mientras percibimos una suerte de claustrofobia a medida que avanza el relato. Pareciera que esa frustración fuera la condena de una vida en constante inestabilidad, con motores al borde del colapso movidos por alambres y una precariedad que se transforma en el hilo conductor. La circularidad del viaje se torna borrosa, donde se percibe la ciudad en el fuera de campo. Avizoramos ese paisaje a través de las ventanas del taxi: niños mendigando, vendiendo cigarrillos tratando de no desfallecer en un atardecer cualquiera.

Pero debemos preguntarnos si este panorama ha cambiado en su totalidad y nos hemos librado de los trabajos dobles y extenuantes. Salvo por el maquillaje externo de la construcción de algunos mall o píxeles de más, ¿qué ha cambiado en Latinoamérica? Al fin y al cabo porque la itinerancia del viaje para buscar el sustento sea la base de nuestra idiosincrasia, quizás porque todas las políticas globales están diseñadas para que nos mantengamos en una pobreza perpetua, el trabajo infantil, el caos político, y por supuesto asumamos este rol de tener que subyugarnos ahora con el Uber,  una nueva sofisticación técnica, más adornada, pero igual de cruenta, con doble horario.

No es casual que la realizadora elija algunas mujeres, una de ellas violentada por su padre y otra que la guía hacia un cementerio asegurando haber experimentado la muerte, en donde por fin se sentía liberada.

Ironía de Heddy, porque al fin y al cabo todo el relato  apunta a una suerte de *tanatopolítica: “arrojar a la hostilidad de la calle a los cuerpos, abandonarlos, dejarlos en una suerte de inanición.

Metal y melancolía no es solo una gran obra acerca de cómo opera una ciudad y el sujeto que la habita en un contexto histórico especifico, sino que también es un retrato contemporáneo latinoamericano actual y vigente que perpetúa la resignación romántica de la esclavitud y por lo tanto resitúa al documental como una herramienta de denuncia.

Sin embargo hay algo en el proyecto documentativo que destaca, consciente o inconscientemente, y se transforma en el punto de inflexión, “en el mestizaje ocurren bordes de resistencia”; los mismos taxistas apelan a la poesía reflexiva: “somos los navegantes del siglo XX, conocemos la ciudad como el mar, nosotros llevamos las historias de un lugar a otro, propagamos la noticia, como un río subterráneo”. La idea que el individuo por fin se conecta a un sentir comunitario, quizás de orden ancestral, un especie de chasqui post-moderno conservador del mito.

Continuando con la idea del mestizaje, va más allá, la mentira y la verdad se mezclan, y al final da lo mismo, porque de ella surge, otra cosa, el título de este documental, inventado por uno de los taxistas: “una vez leí que un famoso poeta español (García Lorca) decía que el Perú estaba hecho de metal y melancolía. Tenia razón,  tal vez porque el dolor y la pobreza, nos han vuelto duros como la dureza de nuestros metales  y melancolía por que también somos tiernos, y añoramos tiempos mejores que se perdieron en el olvido”.

Citando a la fotografía antigua, los taxistas son retratados con sus autos, extensiones de sus cuerpos, en donde se abre un océano invocando las potencias, como decía Baruch Spinoza, que caracteriza a un país de poesía, a través de los valsecitos que endulzan ese caos: “buscar una solución para evitar morir cada día, a través del ingenio y la metáfora”.

*Tanatopolítica: término acuñado por la filósofa argentina Leonor Silvestri.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version