Mark Zuckerberg debería ganar un premio, pero no precisamente por su “visión futurista”, sino por haber creado una de las mayores catástrofes financieras de la tecnología. Su obsesión con el metaverso ha terminado convirtiéndose en un agujero negro que ha succionado más de 68.900 millones de dólares, con resultados desastrosos. Todo comenzó en 2021, cuando el genio detrás de Facebook decidió que su empresa ya no debía llamarse así, sino Meta. ¿El gran sueño? Construir un mundo virtual donde la gente se conectará, trabajará y vivirá en un universo digital. Pero la realidad (la de verdad, no la virtual) le dio un golpe brutal: nadie quiere el metaverso.
Los números son una bofetada de realidad. Reality Labs, la división encargada de este desastre, no solo no ha generado ganancias, sino que sus ingresos han caído. En 2021, logró 2.300 millones de dólares, pero en 2024 apenas llegó a 2.100 millones. Mientras tanto, las pérdidas siguen subiendo. Y es que Horizon Worlds, la joya del metaverso de Meta, parece no tener un rumbo definido. Un mundo virtual aburrido, con gráficos sacados de un videojuego de los 90 y una base de usuarios que parece un pueblo fantasma. Pese a los intentos desesperados por atraer gente, la plataforma sigue siendo un fracaso.
Zuckerberg insiste en que 2025 será el «gran año» del metaverso. ¿Con qué base? Nadie lo sabe. Mientras él sigue hundiendo su empresa en esta quimera, la competencia avanza con pasos más inteligentes. Apple y Microsoft han apostado por la realidad virtual y aumentada con enfoques más mesurados y sin perder fortunas. Lo peor es que Meta no parece entender que el metaverso no tiene demanda. La gente no quiere pasar horas en un mundo virtual de muñecos sin piernas y entornos artificiales sin ningún atractivo real. Además, los dispositivos de realidad virtual siguen siendo costosos y poco accesibles.
El metaverso de Zuckerberg es un Titanic tecnológico que ya chocó contra el iceberg, pero el capitán sigue tocando el violín. Si Meta no cambia de rumbo pronto, su obsesión podría costarle caro, convirtiéndose en el mayor desastre financiero de la era digital.