Hoy llega nuestro hijo convertido en todo un abogado. Trabajara en el afamado estudio Rodrigo, asistirá al comité político de acción popular, pronto estará en el Congreso y si es que el pueblo lo apoya, un día será un gran presidente.
– Papá, mamá, debo confesarles algo. No soy abogado. Soy cocinero. Durante estos años, cuando venían a visitarme a Madrid, escondía mis libros de cocina y acomodaba los de derecho romano, canónico y procesal, para que no se dieran cuenta.
Hace tres años abandoné la facultad de derecho de la complutense y me matriculé en la de hostelería. Y hoy no tengo ningún título de abogado. Lo único que tengo es un diploma de cocinero.
–Pero… ¿Por qué hijo? Porque habiendo tenido todo lo que un joven pudo soñar, por qué? …..
Un largo silencio invade la sala. Doloroso, triste, hiriente. Después de todo había engañado y defraudado a mis padres. Después de todo la cocina en aquel entonces no se entendía como se entiende hoy.
Enero de 1995.
Han pasado seis meses desde que abrimos Astrid y Gastón. Con sus 20 añitos a cuestas y una barriguita anunciando nuestra segunda hija, Astrid se plantaba en la puerta a recibir con su eterna sonrisa a clientes que llenaban nuestro restaurante cada noche. En la cocina, mi labor empezaba muy temprano, en la calle capón, siguiendo los pasos del gran Toshiro y el gran Humberto Sato, buscando la pesca de anzuelo que solo llegaba allí y terminaba pasada la media noche organizando los pedidos del día siguiente.
El éxito, parecía sonreirnos. Pero cuál éxito? Si mis padres están dolidos por el camino que tomamos. Los hemos defraudado. Se nota.
– Gastón, necesito contarte algo.
Me dice Raúl, el portero, con su particular elegancia
– Dime Raúl.
– Tu papá no viene mucho a comer. Pero pasa todas las noches al rededor de las diez de la noche, se detiene unos segundos y se va.
– Ah sí? Y que mas hace?
– Como no entendía muy bien porque lo hacia, ayer aproveche que no habían autos para detenerme a su lado, saludarlo y hacerle la pregunta. Hola don Gastón? que lo trae por aquí? Y sabes que me respondió?
– Que
– Me dijo: Raúl, aquí hay 15 carros y en el restaurante «equis» hay diez carros, y en el «Z» hay 12 carros, y en el «Y» hay 11 carros. Ayer y antes de ayer fue lo mismo. A mi hijo le esta yendo bien.
En ese momento, de forma casi inmediata, unas lágrimas cayeron por mis ojos. Mi padre preocupado por nuestro futuro, recorría cada noche la escena restaurantera limeña, contando cuantos autos habían en cada local, para comparar con la cantidad de autos que habían en el nuestro. Al comprobar que en el nuestro habían muchos, Se iba a casa y dormía en paz.
No estaba molesto, ni defraudado, lo que tenia era una honda preocupación de padre que quería lo mejor para su hijo dedicado a una actividad que aun no alcanzaba a comprender.
Ayer, Marzo, 2016.
Tras un par de años de descanso, Astrid y yo estamos de vuelta en Astrid y Gastón. Con la ilusión de hace veinte años, preparamos todo para abril. Decoración relajada, carta sabrosa y generosa, bar para picar y beber, sonrisa en cada rincón, presencia cercana a cada cliente, la ilusión de cocinar a la medida de sus amores y desamores, como siempre lo hicimos.
Y en medio de tanta energía, la oportunidad de tomar esta foto y ver allí, a Astrid, tan hermosa como el primer día, con esa sonrisa eterna de cada día, con Cesitar Bellido, trayendo joven entusiasmo a nuestra cocina, recibiendo a la banda mas querida del mundo, agasajandolos con los sabores de esta tierra.
Y al verla, recordar lo vivido. Recordar aquellos días en que mi padre parecía herido, cuando en realidad celebraba en silencio.
Bienvenidos los Rolling stones, a esta Lima de todas las sangres, todos los sonidos, todos los sabores.