Desde el día ayer soy testigo alejado, pero testigo al fin, de una polémica en Facebook, polémica que para variar tiene a más de un escritor y literato en el fuego cruzado de opiniones. Y me atrevo a comentarla porque he notado que se repite un síntoma de defensa cada vez que se cuestiona el trabajo de una persona.
En síntesis: el narrador Pierre Castro nos cuenta su experiencia, siguiendo una parecida ocurrida en Chile, sobre el incentivo a la lectura que consiguió, entre sus alumnos de una universidad particular, al mandarles a hacer memes sobre La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Digamos que los memes que sus alumnos hicieron sobre la primera novela de nuestro Nobel de Literatura, llamaron la atención. Más de uno los celebró porque se trataba de una manera “original” de incentivar a la lectura. (Al respecto, no me uní a esa celebración porque no considero que ese sea el camino para estimular la lectura entre los jóvenes).
A saber, en los años en los que estuve de librero sí estimulé la lectura entre cientos de jóvenes, que de hecho me recuerdan con cariño. Les hacía ver la importancia de la lectura, de lo divertida que esta podía ser, sin embargo, para llegar a ese estado, uno tenía que poner una mínima cuota de esfuerzo. Además, no lo hacía porque les quería vender libros, más bien, cuando podía, les regalaba libros (y lo cierto es que he obsequiado muchísimos).
Ese detalle fue lo que me diferenció de los muchos dedicados al comercio del libro, fui pues un lector que la hizo de librero) Volviendo al tema: más de uno celebró lo de Castro, y no hay nada de malo en ello. Sin embargo, llegaron los cuestionamientos. Uno de esos cuestionamientos vino por cuenta del literato Daniel Salas, a quien no veo en muchos años por cierto, que critica el método que Castro empleó. Eso: criticó el método. Y aquí viene lo lamentable: Castro ataca a la persona de Salas y defiende sin peso argumental su método sobre los memes.
Y lo doblemente lamentable: hace un llamado a su portátil/patas/hinchas para que se burlen de Salas. Obviamente, lo segundo es de una asquerosidad digna de un pata al que no le interesa argumentar, sino solo imponerse apelando a una estrategia por demás pendeja, alejada de alguien que se supone debe trabajar en base a la discusión de ideas y puntos de vista. Queda en Castro pues corregir esta bajeza.
Lo que acabo de contar refuerza un síntoma que vengo notando entre los escritores e intelectuales peruanos: en vez de discutir gestiones, métodos, posturas, no pocos de ellos toman partido por la persona que es cuestionada. Pues bien, lo que ocurrió con Castro es una migaja de pan si lo comparamos con los cuestionamientos que hay sobre las personas encargadas del DDC del Cusco y una editorial limeña a la que habrían beneficiado sin la transparencia esencial que merece toda licitación convocada por una entidad del Estado.
Los sindicados como responsables de esos posibles malos manejos, apelan a una tierna estrategia: piden que se prueben esas acusaciones y nos pintan sus grandes dotes humanas y creativas (dos de ellos escritores, el más tío bueno sin ser la gran cosa y el más joven mediocre). Veamos. Si yo fuera uno de los cuestionados del DDC del Cusco y me acusan de lo que me acusan, en una, y sin tanto aspaviento, le abro proceso por difamación y calumnia a cada uno de los malhablados que me señalan como el vivazo que ha beneficiado a una editorial limeña con proyectos editoriales. Con mayor cuando esas acusaciones vienen muy mal presentadas. Eso es lo que haría una persona decente y preocupada por su honra.
Mientras tanto, estas puntas se dedican a la practica de nuestro deporte nacional por excelencia: la victimización. La victimización funciona muy bien, porque más de un escritor e intelectual, en lugar de pedir explicaciones, una argumentación que nos deje tranquilos de esas serias sospechas (no es moco de pavo), se la juega destacando las virtudes humanas del cuestionado, cualidades humanas que, especulo, se reducen a varias cajas de cervezas y uno que otro baile en un tono de por ahí.
Son casos distintos, sí, pero lo de Castro y lo del DDC de Cusco nos revelan un síntoma: la nula intención de nuestros maravillosos escritores e intelectuales para discutir temas que realmente importan. “Es que son buenos patas”, dice más de un huevonauta.