Opinión

Melancolía, de Carlos Trujillo Ángeles

Por Rodolfo Ybarra

Published

on

I

Carlos Trujillo ha escrito otros libros como “Susurro en la oscuridad”, “La entidad oculta”, “Hacia el abismo”, “El beso”, “El caballero de Dios y otros cuentos”, “Bicentenario. Miscelánea cooltural” y donde al parecer, la bilis negra hipocrática o melaina xolé (melancolía), está siempre presente en su sentido positivo. Es decir, el poeta-escritor siente, vive, expresa y se conduele con lo que le pasa casi desde una trinchera del romanticismo. Sus antecedentes originarios serían José María Eguren, Juan Gonzalo Rosé, Carlos Oquendo de Amat, etc. Es también, como se aprecia, un gran lector y un gran difusor cultural, siempre presente en las diversas ferias de libros de Lima o Huancayo, su ciudad natal.

En lo que respecta a este libro, se puede decir que está escrito a pulso, casi como cartas de amor, como cuestiones íntimas que se piensan o se dicen en el momento. Y a veces buscar el momento exacto resulta una paradoja porque lo que no se dice es justamente lo que se convierte en poesía. Y esto es lo que aprovecha el bardo para decirle a su amada lo que calló, pero que ahora, en la libertad que le otorga la escritura, decirle al mundo y a sí mismo estos poemas que salvo uno que otro altibajo fluye omnipresente y se nos revela haciéndonos cómplices de su melancolía.

Oh “Melancolía”, qué palabra tan difícil y tan comprometedora de nuestro magma interior y a la vez, qué palabra tan poética. De hecho, existe ya un cantante peruano que ha hecho carne con esta acepción: el popular Melancox, cantante amigo de la banda Ilusión Marchita. Y que de hecho podría servirnos de soundtrack para adentrarnos en este libro como quien desciende en una batiesfera o como quien sube a la estratósfera en un globo aerostático.

II

En la obra Problemata, de posible autoría aristotélica, empieza preguntándose por qué todos los hombres de genio, llámese filósofos, políticos, poetas, artistas, etc., son melancólicos. En los Aforismos de Hipócrates nos dice que “si el miedo y la tristeza duran mucho tiempo, tal estado es propio de la melancolía”. ¡Pero la melancolía es propiamente un estado patológico (psicológico) interno o un proceso externo dada la realidad que se vive (existencial)?

Ciertamente, Carlos Trujillo nos plantea un poemario donde su estado melancólico deviene en un estado de tristeza ante el amor en sus muy diversas formas: el amor perdido, el amor incomprendido, el amor que se confunde, se traspapela o se lo comen las polillas; el amor sin retorno, etc. Y nos envuelve en su vorágine porque alguien que ama hasta los huesos y puede sacrificarlo todo, merece de por sí toda nuestra atención. Y aquí la melancolía está tanto afuera como adentro del sujeto poemático que sufre cada decepción con un verso en la mano casi como una flor.

En sus poemas discurren diferentes tiempos que se hacen presente. Por ejemplo, cuando dice “Vuelve mi memoria/ la vedada nostalgia. / Recuerdo tu aroma/ y tu delicada mirada (…) Ahora ambos nos buscamos y a la vez hacemos lo contrario, / todo gracias… a la vedada nostalgia”. O cuando apunta: “Otra vez me encontré con ella, / ella ve vio, / pero yo no a ella / Tal vez de mí se ocultó, / más su presencia / de mí no se escapó./ De esta manera el poeta pareciera que todas sus vivencias estuvieran en un presente constante, ya sea porque los recuerdos lo acompañan siempre o nunca resolvió sus estados amatorios o solo es un holograma: “Veo tu retrato / en mi mente: dibujada; / (…) Veo tu retrato y el mío también en mi mente… dibujados”.

La sorpresa también aparece aquí para darnos una vuelta de tuerca: “Tal vez varios te enamoraron primero y luego escribieron, / pero nunca nadie te escribió primero y luego te enamoraron”. Y es ahí donde la creatividad nos ayuda a avanzar en la lectura y, creo, algo que Trujillo maneja aleatoriamente: “Te amo tanto como tanto no te amo. / Te deseo mucho como mucho… te he negado”. Y, considero, no se trata solo de un juego de palabras, es algo que el poeta domina de forma intuitiva. O sea, un conocimiento que ha sido razonado y que luego pasa a un estado interno, casi como una canción: “No llores, niña, no llores. / que me conmueve tu triste canto, / ven a mi regazo, acurrúcate, / y con un beso déjame callar tu llanto.

III

Y es que la melancolía tal y como se entiende en la visión hipocrática es uno de los cuatro humores, pero cuando se desencadena puede convertirse en “enfermedad”. Los humores que prevalecieron hasta mediados del siglo XIX, fueron identificados como bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre; y hay una estrecha relación entre los humores y los cuatro elementos: el fuego, el aire, el agua y la tierra, y además a esta relación se le atribuían otras tantas cualidades: caliente, frío, húmedo y seco.

Fue Teofrasto y sus discípulos de la escuela Peripatética quienes elaboraron un estudio donde relacionaba los humores con el carácter de las personas. Y de ahí aparecen los cuatro temperamentos conocidos como tal hasta antes del desarrollo de la psiquiatría que nos hablaría ya de la “depresión”: los individuos con mucha sangre eran sociables. Los de mucha flema eran calmados. Los de mucha bilis eran coléricos. Y los de bilis negra serían los melancólicos y tema que nos ocupa.

Y estos versos calzan perfectamente: “Eres y no eres / la cura a mi tormento, / porque estoy bien contigo / y sin ti desfallezco. / Sin embargo, recordar tus ojos / me sostiene, me anestesia, / ya que son tus bellos ojos / los que hechizan, me curan.”
O estos versos más precisos: “Aquel ante el cual cayeron todos, / de todos los oficios y culturas, / normalidades y excentricidades; / aquella fiebre extraña, intensa, / a veces dolorosa y otras no, / nominada por todos como amor.”

Por otro lado, la apatía es una fiel acompañante de la melancolía y no podría faltar en este libro teoremático: “¿Qué es la apatía, / a veces mal llamada / frialdad o indiferencia, / sino la consecuencia / de una ilusión / ya marchita? / (…) Sobre todo, si su amor / fue puro y enorme, / ya que mientras más grande / la ilusión, más dura / la decepción. / Entonces la apatía / es un lógico síntoma, / que viene poco después / de la fiebre convaleciente / de la melancolía.”
Y con esto queda cerrado el círculo porque  Carlos Trujillo nos entrega un trabajo que es su vida misma en un tiempo en que los poetas románticos escasean o se suicidan en el tráfago diario por la supervivencia en la máquina post-mecano industrial. Y en todo este maremágnum el poeta como un ilota arrojado al Taigeto, nos entrega su palabra pura y transparente; y solo queda leerla en la noche fría, bajo los astros regentes y una vela en la ventana.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version