Opinión

Mediterráneo, de Jean-Daniel Pollet (1963)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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No hay cine sin montaje. -¿No hay cine sin montaje?-. Diré, por lo pronto, que hay -sin duda- cine ‘de’ montaje. El arte (misterioso, misterio contra misterio) del montaje. La maquinaria, el precioso juguete acrobático, gimnástico, casi cuántico, del montaje. Es necesario cortar, interrumpir, retomar, abrir, cerrar, alargar, acortar, cómo, cuándo, por qué…

La construcción de una máquina. ¿Y qué máquina será? ¿Y qué hará? ¿Qué construye? ¿Se construye a sí misma? ¿Adónde me lleva? El pensamiento (asociativo ¿más que causal? por contigüidad o contraste) del montaje. El montaje al azar o del azar (¿nada puede ser explicado; todo puede ser explicado? ¿las dos cosas a la vez?). Las razones (los caprichos) del montaje. La filosofía del montaje. La sensación al ver una película de montaje, si así quiero llamarla. La relación entre el todo y las partes (el todo no es nada sin las partes, más el clásico: el todo es o debe ser más que solo la suma de las partes).

El todo, el todo cautivante, sería, en este caso, el Mediterráneo: las culturas aparecidas y desaparecidas en el mar Mediterráneo a través de las eras. Verán, ya las ruinas ‘son montaje’. Compruebo muy fuertemente que una película puede ser como un álbum de figuritas. Una casa de símbolos. Un museo muy animado. Y el montaje, qué quiere. La intensidad. La complejidad. Pero una película es más que solo montaje. ¿O el montaje, sobre todo el montaje, esencialmente el montaje, es la película? No solo vuelven las mismas imágenes sino que vuelven un poco distintas, con un cambio de duración. Mientras el texto de Sollers explica, junto con la vuelta o la presencia del pasado, el funcionamiento de la propia película.

Mediterráneo -más allá de lo puramente conceptual- se sostiene por la emanación sugestiva y ya hipnótica de las sensaciones, la caricia de fantasmas derruidos pero de hecho muy presentes en nosotros mismos… Trabajo manual, el del montaje, de tener en algún sentido el mundo entre tus manos, los objetos, los seres. Se escucha un viento que pareciera ser también ‘el viento del tiempo’. Como citaría Bresson bíblicamente el viento sopla donde quiere. Los innúmeros trabajos humanos, la gloria más esplendorosa del pasado, una tímida lucecita de luciérnaga en las vastas tinieblas.  

(Columna publicada en Diario UNO) 

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