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Máximo Damián, el violinista amigo de Arguedas se encuentra delicado de salud

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Máximo Damián

“«¡Oye Máximo, ayer he bailado, ayer he cantado… hoy voy a tu casa por la nochecita». Entonces con mi tía mandé a hacer sopa de tinke, estilo de mi pueblo; queso y papa huayro para convidarle ese jueves. No vino. Era el 26 de noviembre de 1969, y él no vino. Nos fuimos a dormir y en mi sueño yo estaba en un panteón y ahí estaba Arguedas, lo miré con su saco al hombro y dije “¡Ahí está Arguedas!” Entonces me desperté. Algunos días después mi tía me mandó a comprar el pan y en los periódicos que estaban colgados en el quiosco se leía “José María Arguedas se ha suicidado”… ahí mismito dejé tirado el pan y me fui corriendo al hospital; a donde he llegado pensando en mi sueño, y ahí estaba él. Ya no miraba, ya no conocía a nadie. Ese baile había sido donde él se había despedido… en mi fiesta… bailando, cantando; seguro en sus adentros bailando se había ido…”.

Máximo Damián sonríe con tristeza recordando al escritor, investigador y folclorista José María Arguedas, uno de sus mejores amigos, quien le presentó a su esposa, Ysabel Asto, y con quien recorrió el Perú rescatando la historia musical de un país que aún hoy, 45 años después de su partida, se debate entre el olvido, el desprecio por el otro y la fusión musical que destruye tradiciones centenarias. De la mano de su violín, Damián ha participado en 7 largometrajes (el último, el documental “Sigo siendo”, de Corcuera) y representado al Perú en Brasil, Ecuador, Venezuela, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Italia, España, Francia, Inglaterra, Dinamarca, Holanda y varias ciudades del Japón, llevando no solo su música, sino también una muestra del folclore que deslumbró a Arguedas por su gran simbolismo: los danzantes de tijeras.

Las paredes de su sala están llenas de reconocimientos, como la Medalla Kuntur que le otorgó el desaparecido INC, la condecoración que le dio la UNI «por su valiosa contribución al folclor nacional», o el Reconocimiento como Personalidad Meritoria de la Cultura Peruana, que le entregó el entonces Ministro de Cultura Juan Ossio; pinturas y apuntes estilográficos donde lo han retratado; reconocimientos de todas partes del Perú y afiches en varios idiomas donde su nombre resalta con ese brillo que se enciende cuando coge su violín y nos dice: “mejor cantamos unas canciones”.

A punto de cumplir 80 años, Máximo Damián recuerda sus primeros 10 años como trabajador en la fábrica textil “Tres Puntos”, de donde salió sin saber que sus aportes para la jubilación se perderían con la desaparición de la fábrica y la hiperinflación de finales de los 80´s; recuerda además su trabajo de 23 años como guardián del Banco Hipotecario, que desapareció durante el gobierno de Fujimori, y de los S/150 mensuales que recibe como pensión por todo ese tiempo de trabajo. “No alcanza ni para las pastillas”, nos dice su esposa Ysabel, preocupada porque Máximo se niega a vivir con la dieta y las pastillas genéricas que le ha recomendado el doctor en el hospital Sabogal. “Tiene que hacerse la diálisis tres veces por semana, yo atiendo la bodeguita, mi hijo José María es especial, y no puede salir a la calle, y Máximo a veces se pone mal por las madrugadas, grita de dolor y qué hago yo si no puedo pagar un taxi a esas horas, porque dicen en el Seguro que como la casa es propia, no puedo acceder al servicio de ambulancia a domicilio (PADOMI)”.

En un país acostumbrado a las dádivas post morten, bien haría el Ministerio de Cultura tomando cartas en el asunto, teniendo en cuenta del gran aporte que a nuestra cultura ha brindado este señor que, a pesar de la diabetes y la diálisis, zapatea lentamente cuando escucha el violín y el arpa en los videos que su hijo coloca cada día para alegrar la casa y espantar los recuerdos tristes; y que no deja de participar en eventos que le permitan seguir difundiendo su música, sus memorias y la promesa que le hizo a su gran amigo Arguedas: conservar, mantener y difundir el sonido tradicional de la música andina. «Hemos ido a todas las invitaciones que nos han hecho los ministros de turno, y ahora que necesitamos apoyo, nadie se acuerda de Máximo», dice su esposa, «si no fuera por el apoyo que recibe de la Escuela de Folclore, donde fue maestro, cómo estaríamos».

Máximo Damián se despide y nos acompaña a la puerta. Bajo el calor mercurial de este domingo, se oye cada vez más lejos la intensa melodía del “Coca Quintucha”. Y él espera un mejor trato para con su salud, se lo merece.

 

 

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