Opinión

Mauricio de Romaña: el andariego del Perú

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Por Hélard Fuentes Pastor

Mauricio tenía la mirada honesta, calmada, nostálgica y cruzaba los dedos de las manos con actitud de buen caballero. Fue un hombre decidido, pero cauto, en la medida que –dentro de aquella practicidad que demostró a lo largo de su carrera profesional en el campo de la agricultura y de la ganadería– siempre tuvo lugar la reflexión sobre las posibilidades y limitaciones. Fue un profundo conocedor del empresariado arequipeño y gozaba una extraordinaria capacidad intelectual, además de ser intuitivo desde que cursó sus estudios en el colegio La Salle de Arequipa.

También se caracterizó por su sonrisa risueña, a veces hablando del valle del Colca, desde su casa en Sabandía, o, dialogando de la importancia de promover proyectos turísticos en la provincia de Caylloma. Precisamente, en 1987, publicó en Barcelona su histórico libro: “Descubriendo el valle del Colca / Discovering the Colca Valley” junto a dos amigos suyos: Jaume Blassi y Jordi Blassi. Uno de ellos conocido fotógrafo y artista español.

Hace poco más de una década, el conductor de Peruanos en su Salsa, Raúl Vargas, visitó la ciudad de Arequipa para entrevistar a Mauricio, “el caminante” que había recorrido los pueblitos de la sierra nacional como Puno, Cusco y Arequipa. Él solía decirse: “Sabandía”. Yo soy un sabandía, donde estableció su propia nación, en medio de la campiña, los manantiales con el gorjeo de los chiguancos y el majestuoso molino; un balneario que frecuentó desde pequeño junto a sus padres J. Ernesto de Romana Olazábal y Ventura Bustamante y Corzo, quienes contrajeron matrimonio un 9 de septiembre de 1933, cuando él tenía 25 y ella 22 años. Acto registrado por el recordado cura rector de la Catedral, Gregorio Martínez.

Ernesto era un hombre proactivo, visionario, que tenía una hacienda en Puno, mientras Ventura, una señorita que vivía en las inmediaciones de la calle Mercaderes, junto a su distinguido padre José M. Bustamante y Rada –quien fue presidente de la Corte Superior de Justicia de Arequipa– y María Elena Corzo, heredera de la tradición familiar arequipeña. Cinco años después de la unión conyugal, el 19 de abril de 1935, nació Mauricio, en cuya infancia y niñez, conectado con la naturaleza, no imaginó que más tarde se interesaría por las vicuñas, menos aún, en una ciudad que particularmente se caracteriza por la industria lanera.

La reforma agraria generó inestabilidad en la familia; sin embargo, José Mauricio Ernesto –que vivió de forma nítida esa época– encontró en el campo y el turismo su quehacer de vida. De este modo, consideró que la profesionalización de los ciudadanos arequipeños tuvo como pilar la agricultura ofreciendo la posibilidad de acceso a la educación o formación.

Su primer contacto con el Colca fueron las lecciones escolares en las que se hablaba de las provincias “alejadas” de Arequipa y recién a fines de los años 60, trabajó organizando a los criadores de alpaca en el Perú y organizó diferentes comités. Uno de ellos fue el de Callalli, en Caylloma. Allí aprendió de la cultural y las tradiciones de la zona andina de la región, interiorizó en dichos espacios, que consideró las reducciones olvidadas de la república [como periodo histórico]. Un jeep de los 50, de color amarillo, le permitió llegar al Colca cuando aún no había una carretera propiamente dicha.

Algunas expediciones las realizó con su esposa Patricia Perla Gibson Alcántara, compartiendo inolvidables experiencias, durmiendo en carpas o andado por carreteras pedregosas y polvorientas, a pesar de que era una mujer muy citadina. Mauricio se casó la mañana del 19 de agosto de 1966 en Lima, tras culminar sus estudios en la Universidad Agraria de La Molina, siendo ingeniero agrónomo, cuando vivía en la avenida Javier Prado No. 897 de San Isidro. Tenía 31 años, mientras que Patricia, hija del recordado Percy Gibson, frisaba los 21, limeña radicada en Paseo de los Virreyes, de dicho distrito.

Mauricio retornó a su tierra natal entre fines de la década del 60 e inicios del 70, volviéndose propulsor cultural, ecologista, publicista, operador de turismo y otras tantas cualidades que desarrolló en la cotidianidad de su labor, ya sea visitando los pueblitos, elaborando propuestas como su idea de convertir el Mismi en “Parque Nacional” o presidiendo instituciones como Prodema Arequipa (Pro Defensa de la Naturaleza). A propósito de aquellas importantes gestiones, también se preocupó por la conservación de espacios, por ejemplo, el Santuario Nacional Lagunas de Mejía, motivo por el cual recibió un reconocimiento en el marco del 39 aniversario de establecimiento de dicho santuario.

A sus 88 años, tuvo una vida fecunda y de largo aliento. Lo llamaron caminante, andariego y visionario. Ni dudarlo. A pesar de un cáncer que lo aquejaba y lo problemas en las vértebras de su espalda, hasta sus últimos momentos luchó por aquellos ideales que enriquecieron esa férrea personalidad, alcanzado el vuelo o el rugido del Valle de los Volcanes. Así, el imbatible hombre, cerró los ojos la tarde del 1 de septiembre del 2023.

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